-Hace poco más de un año que volviste a Uruguay. ¿Cómo encontrás el país y su panorama artístico?

-El país lo encuentro mejor; el panorama artístico es débil. Como conjunto sociológico del arte pienso que no hemos mantenido una relación con la audiencia, no hay un público tan fiel o informado o amplio como lo pueden tener el teatro y la música. El público del arte empezó a bajar en los 60 y no lo hemos recuperado. En términos de mercado del arte estamos muy cortos tanto en lo simbólico como en lo material. El mercado acá no permite a los artistas sobrevivir: el artista que vende es el artista muerto. Como yo todavía no tengo intención de morirme, creo que voy a tener un futuro inmediato difícil. Luego existe el problema de la formación: pese a que hay intentos, Uruguay es uno de los pocos países de América Latina que no tiene una formación académica sólida, ni de artistas, ni de críticos, ni de curadores, ni de museólogos. En este sentido hay muchísimo para hacer, pero no hay perspectivas, en este momento, de que esto mejore. Me preocupa mucho. Hay una excelente buena voluntad, sobre todo por parte de los jóvenes, hay mucha curiosidad, pero temo -como están formados con internet y becas en el exterior- que lo local no se desarrolle, hay una gran conciencia de lo global, pero falta una reflexión sobre lo local. Estamos ilustrando demasiado en lo local, parece una especie de neorrealismo posmoderno: muchas banderas, ponchos y mates, ilustraciones de símbolos. Por ahí estamos frágiles.

Hoy

A las 19.00 en el auditorio del Museo Nacional de Artes Visuales, Carlos Capelán dará una charla abierta, con entrada libre y gratuita.

-Pasamos a tu trabajo como artista. Me parece que superposición y deformación juegan un rol central en tus creaciones, ¿por qué?

-La superposición la uso porque creo que la perspectiva china es mucho más interesante que el punto de fuga y el trompe-l’œil -el engañar el ojo- renacentista europeo. Me resultan más estimulantes las estructuras transparentes que se superponen, que el punto de fuga como estética. La deformación nos dice que podemos ver las cosas desde un ángulo equivocado, me parece bien que se discuta el ángulo. Yo trabajo con figuras que vistas frontalmente se ven alteradas, pero vistas de costado asumen su aspecto “normal”: es una cuestión de negociación del punto de vista.

-Leí en algún lado que forjaste el término “etnotecnia”, ¿qué vendría a ser?

-Salió en 1992, volví aquí y había, entre los jóvenes, una especie de fase pos-pos-pos-punk. Como yo estuve muy metido en el punk, en Europa en los 70, empecé a hablar de que la técnica es la del lenguaje, no la del pincel. La tecnología es el pincel, el video, etcétera. La técnica es cómo organizás el lenguaje. Como éramos todos artistas primitivos -se supone que los artistas latinoamericanos somos más primitivos que otros- y los punks son primitivos, íbamos a desarrollar técnicas de un lenguaje consecuente con nuestra etnia, la etnotecnia, y nuestra etnia era la clase media. Era una visión irónica, que jugaba con la cuestión centro/periferia, mainstream/no mainstream: como somos clase media, creemos en el televisor, en el sillón de mamá y papá, en el living, etcétera.

-¿La relación centro/periferia cambió en estos años?

-Sí, totalmente. Ahora es mucho más evidente lo que decía Trinh T Minh-ha, la cineasta vietnamita: el centro está en la periferia y la periferia en el centro. No son lugares sacros o sacrílegos per se, son relaciones políticas, económicas, sociales. Evidentemente ahora San Pablo es centro y Filadelfia es periferia. Escandinavia, donde viví por mucho tiempo, puede ser periferia y puede ser centro. Ha cambiado mucho en la autopercepción: pienso que América Latina sabe que forma parte del centro y pienso que se acabó la cultura del lamento y no se va a hacer un “arte latinoamericano” para hacer arte crítico -de hecho se produce mucho arte conformista en Latinoamérica-, no hay una esencia de contenidos.

-Siempre empleás distintos “géneros”, el pictórico, el escultórico, el lingüístico, etcétera.

-El medio siempre es el lenguaje. Yo quiero que mi trabajo parezca arte y si no parece arte, me molesta. Yo no quiero expandir la noción de arte, yo quiero usar el arte como un readymade. Si expando la noción de arte en realidad perpetúo el proyecto modernista, de investigación, que tiene un camino para adelante, algo en lo que no creo, porque no creo en la vanguardia. Si me hace falta un video lo uso, si preciso un performer lo uso, depende de qué es lo que preciso para una determinada obra.

-Eso de la vanguardia me llamó la atención: de hecho, en el catálogo decís que denegás sistemáticamente la asociación de tu obra con cualquier noción de vanguardia. ¿Por qué?

-La única vanguardia posible es estar acá ahora, la vanguardia no va a ningún lado, está acá en este momento. Lo que importa es el estar y el ser reales. La noción de vanguardia es una huida hacia el futuro, así como la nostalgia en Uruguay ha sido una huida hacia el pasado, el 1950, el tango, el fútbol, etcétera. La idea clásica de vanguardia es la de un grupo de gente elegida que nos muestra el camino y no creo en eso; al revés creo que hoy, hoy más que nunca, en nuestras sociedades de la comunicación, el camino lo marcamos entre todos, estando donde estamos.

-¿Entonces la actitud vanguardista no es posible ahora o fue equivocada desde el principio?

-Equivocada en sus comienzos no, porque la sociedad se concebía a sí misma como algo nuevo después de la caída del viejo régimen, la humanidad se pensaba dueña de su propio destino, ahí se crearon arquitecturas sociales que permitían una vanguardia. Pero estos paradigmas cambiaron radicalmente y ahora la única posibilidad es vivir el presente y ser reales, como te decía.

-¿En qué consiste Burubú?

-En una serie de cuadros, dibujos, objetos y textos que tratan de armar un cierto discurso. Como ves trato de decir que consiste en cosas específicas. Qué significa no sé, hay una gran diferencia entre significantes y significados. Yo produzco significantes con intención, el significado lo produce tu lectura, la lectura del público, de la gente. Yo no puedo aspirar a que mi significado sea el mismo con el cual la obra va a ser recibida. Sí me hago responsable de cada uno de los elementos, de los significantes. Sé por qué elijo las piezas que elijo y sé que mi intención era reflexionar en torno a la idea de nación como tal. Entiendo que la idea de Estado Nacional es mucho más monolítica, homogénea, además se define por la exclusión -documento de pertenencia, fronteras nacionales-, mientras que la nación tiende a ser inclusiva. En este momento, en la república en que vivimos me pareció interesante reflexionar sobre la nación, más inclusiva, elástica. La ocasión del bicentenario da para repensar ese flujo social que es una nación: por eso escogí hablar de nación y lenguaje en Burubú.

-En uno de los murales de la muestra aparece una especie de gráficos con palabras clave. Tres se refieren a la lengua; lenguaje, lunfardo y texto. ¿Qué importancia tiene para ti el lenguaje dentro de lo simbólico?

-En el catálogo hay un texto que se llama Chat, que es una conversación entre mi mujer y yo, ella en Escandinavia y yo acá. Lo que decimos es que la percepción genera textos, genera maneras del lenguaje; un texto puede ser escrito, cantado o pintado, puede ser música, color, forma. El lenguaje es aquello por lo cual tú articulás un estar y lo transmitís a otro. En este sentido es central, porque yo estoy formado por el lenguaje, soy un instrumento del lenguaje, un daño colateral del lenguaje, en definitiva. Es fundamental partir de un simbólico personal, pero que intente comunicar, si no terminamos todos como un Van Gogh o un Francis Bacon.

-¿Qué rol o función tiene el artista hoy?

-No hay función. El arte no es nada y el artista, como parte del arte, no es nada. Pienso que la existencia en sí no tiene una esencia a priori, la existencia precede la esencia. El arte es una canasta vacía en la cual cada individuo pone su intencionalidad. No existe el arte, existe un montón de objetos sobre el arte, un discurso sobre el arte, pero el arte no es una cosa en sí. No hay un artista, hay dos mil maneras del ser humano de encarar esa tarea: está el cínico, el idealista, el informado, el ingenuo, el carrerista. Lo que sí me interesa es entender qué quiere cada persona que hace arte. Ahí va: no hay artistas, hay más bien personas que hacen arte, que es un trabajo como otro, nada más.