-Es tu primera visita a Uruguay, a pesar de los años que llevás de carrera; creo que sería bueno arrancar por el principio.

-Bueno, hago música desde que tengo memoria, nací en el 64 y gracias a mis dos hermanas mayores había discos de The Beatles en casa. Entre los primeros recuerdos que tengo está cantar sobre “Twist and shout”, parado sobre una mesa en la casa de la vecina de enfrente, tendría tres años. En casa había un bombo legüero y unas tías me regalaron una armónica a los seis años que aún conservo. Empecé a llevarla al colegio y noté que algo pasaba porque concitaba la atención. Después a los nueve mi vieja, intuitiva y sabia, me manda a estudiar guitarra, y a los 12, siendo muy rudimentario, arranqué a hacer canciones y no paré mas. Terminé la secundaria habiendo pasado por el hipismo, la militancia política y la lucha contra los milicos para en el 84 arrancar con el diario bajo el brazo a buscar laburo hasta que formé Don Cornelio y La Zona con la vuelta a la democracia Argentina, el destape y la ubicación en el mundo contemporáneo de la cultura de masas, con el rock, el punk, la new wave y el pospunk. El 84 fue un cambio estético, de vida y filosófico en toda Argentina que, de alguna manera, lo viví en carne propia con Don Cornelio cambiando de estética año a año, pasando de new wave a algo más new romantic, después psicodelia, dark, pospunk, hasta que llegamos a algo muy oscuro. Nuestro primer disco lo grabamos por el 87.

-Fue una banda que aparece como revelación y son súper elogiados por la prensa rockera...

-Sí, tuvimos un buen debut producidos por Andrés Calamaro. Fue una bomba que podía enloquecer a cualquier chico de barrio como nosotros, que reaccionamos con un segundo disco bizarro, pospunk, revulsivo y anticipatorio como Patria o muerte (1988). De alguna manera, sella esas dos caras de Don Cornelio -al igual que casi toda mi carrera-, signada por esa dualidad entre lo popular y lo de culto. Y valga la aclaración que para nosotros “Patria o muerte” significaba una burla anarquista a las derechas e izquierdas.

-Podríamos decir que aquí hay un corte que te conduce a la que sería tu siguiente banda Los Visitantes.

-Hay un corte porque de alguna manera Cornelio implota, habiéndose convertido en una banda muy punk y salvaje, mientras mis composiciones generaban cuestiones diferentes a algo netamente punk, y ocurre algo genial para la psicodelia, que es la música de ancestros, algo que en 1990 nadie vislumbraba, con un acercamiento al tango y al folclore, la chacarera, la zamba, el 6x8, el candombe y la milonga que, de alguna manera, es la impronta que, inconscientemente, o mejor intuitivamente, me empezó a brotar a principios de los 90 conformando Los Visitantes; banda que se desarrolla en los 90, editando cinco discos más otro en vivo entre el 93 y el 99. De todas formas, lo interesante, entiendo, está en el acercamiento a esos ritmos ancestrales que, por esos tiempos, fue muy revelador, y si lo vinculamos al neoliberalismo y la globalización era una gran resistencia cultural.

-Después del rock catártico, el viraje hacia lo arrabalero y telúrico en pleno neoliberalismo y época del uno a uno era ir bien contracorriente.

-Sobre todo en la primera mitad de la década, cuando estallan Los Visitantes convirtiéndose en banda del año y disco del año con Espiritango -un disco muy poético-, pero no olvides que vengo de los 70 así que lo de la Pacha Mama siempre estuvo ahí a través de bandas como Arco Iris o Los Jaivas que escuché desde el vamos.

-Con el nuevo milenio comienza tu etapa solista.

-Me cansé de escuchar “¡Palo, Palo!”; ya era mi tercer banda y me decidí a hacer un disco solista, igualmente no era algo que pensara como una carrera solista, pedí licencia a Los Visitantes y después el tiempo se encargó de prolongarla indefinidamente. Ya llevo 11 años de solista y es un montón, y es lo que finalmente me permite llegar a Montevideo, lo cual me alegra porque considero que estoy en un camino de “ida” y sigo haciendo cosas. Ahora mismo estoy en la preproducción de un nuevo disco -saldrá el año que viene- que estoy trabajando junto a Goy Ogalde (Karamelo Santo). Un disco mas roquero que el anterior Ritual Criollo (2008).

-Un disco con mucha influencia folclórica en el que participa Peteco Carabajal y que te has encargado de llevar por todas partes a pura guitarra.

-¡Mi vecino! Un disco básicamente de amor que por el material me permitió montarme shows solo con mi guitarra o en dúo de guitarra y percusión como nos vamos a presentar en café la diaria. Igualmente digamos que me da lo mismo ir en el formato que sea pero ya llevo 11 años tocando solo, es algo que se da fácilmente y te permite a veces participar de distintas causas como tocar con las Madres de Plaza de Mayo, uno de mis mayores logros, ser amigo de Estela Carlotto.

-Te convertiste en un músico de culto, ¿pero el hecho de ser de culto no te irradia de la masividad?

-Mirá, si algo he hecho es quebrar moldes y conceptos preestablecidos. Soy una persona rupturista que vive las cosas de la vereda de enfrente. El mote de culto es muy relativo, las cosas se demuestran en un presente y he aprendido a no odiar la idea de que la canción, tocar la guitarra y cantar es un trabajo y me parece genial. Esa es mi madurez, siendo padre de tres hijos, teniendo una familia y disfrutando de mi laburo, lo que me permite la capacidad de reírme y utilizar el hecho de ser un artista de culto.

-Pero ¿no hubiera sido más fácil seguir el camino de un hit como “Ella vendrá” asociado a la idea de familia? Hay una clara intención rupturista y esquiva que puede verse como autoboicot.

-Bueno… ése es mi deber, es como debe ser si no es un plomo. Lo del autoboicot es una falacia posneoliberal que tiene más que ver con la muerte que con la vida. Si hubiera seguido haciendo el camino de “Ella vendrá” no estaría ni haciendo música, estaría en otro planeta. Hoy llego a Montevideo, justamente por haber roto con estructuras y moldes con mi carrera, eso es lo que yo vendo. Creo que es lo que lo hace interesante y me da perpetuidad en el tiempo, e intuyo es lo que le da supervivencia en el tiempo a la obra, porque la canción no es algo que se estudia en universidades, es algo intuitivo que te ocurre en un estado de gracia. Hoy por hoy, en el siglo XXI, no hay nada más exquisito que el bajo perfil, a esta edad lo elijo. Es muy tremenda la idea de la estrella de rock del siglo XXI; igual cada uno lo lleva a su manera. Por ahí voy a un espectáculo masivo y no se me mueve un pelo y, de repente, me topo en una esquina con un músico callejero y se me paran los pelos, para mí el sinónimo de éxito es siempre el escalofrío. Mi foco está puesto en mis hijos, criarlos paso a paso, tengo tres… es delicado el tema de la familia y es exquisito. Toda mi vida me preparé para esto, tengo todavía la colección de autitos Matchbox y los soldaditos para mi hijo varón, siempre esperé este momento. Es delicado el éxito en un país como Argentina, estamos en una sociedad capitalista, en la que el ordenamiento se da en generar el dinero y la vida laboral, y el espíritu dionisíaco de la canción es opuesto a ese principio. Voy a seguir defendiendo mi lugar porque es un lugar del placer de lo báquico, celebratorio y ritualístico. Siempre me estoy parando en la vereda de enfrente, está muy bien que así sea, alguien tiene que hacerlo. Lo interesante es que no me morí -algunos quedaron por el camino-, pude reproducirme y sigo escribiendo desde lo intuitivo, desde el inconsciente, en donde cada canción es una revelación... búsquedas y encuentros que voy a defender a muerte. El oficio es lo que dignifica a cualquier persona.