Un fenómeno que agita el avispero en lo social, político, económico y cultural genera, luego de su máximo impacto y de su finalización, un efecto residual que dura mucho tiempo. Si esos coletazos son vehementes y casi impredecibles, y si además están cargados de ideología, y sobre todo si esta ideología delimita claramente el campo de posiciones en contra y a favor, no sólo producen una radicalización de la opinión pública, sino también una cantidad inmensa de discursos críticos, panfletarios o simplemente descriptivos que encontrarán grandes dificultades para tomar una posición neutral. El fenómeno en cuestión es el kirchnerismo, tema del último trabajo de la investigadora Beatriz Sarlo (Buenos Aires, 1942).

"La audacia y el cálculo: Kirchner 2003-2010", de Beatriz Sarlo. Sudamericana (Random House-Mondadori), Buenos Aires, 2011. 240 páginas.

Ante la catarata desorbitante de publicaciones sobre este movimiento que desde múltiples puntos de vista y abordajes intentan simplemente argumentar para un polo o para el otro, uno esperaba que una voz proveniente de los estudios culturales, con una trayectoria de trabajos serios y en algunos casos imprescindibles sobre política cultural, educación, cultura popular y literatura, fuera capaz de decodificar todo ese caos de opiniones y que tratara la materia como un científico o un relojero. Así, en la previa, La audacia y el cálculo: Kirchner 2003-2010 tenía muchos elementos que hacían pensar en la llegada del libro fundamental sobre la última década en la vecina orilla, desde una perspectiva de la filosofía de la cultura. Para eso, uno tenía que estar dispuesto a ignorar las columnas de Sarlo en la prensa y algunas de sus irrupciones mediáticas. El peligro podría estar en otro lado: la excesiva búsqueda de objetividad suele generar mamotretos insoportables a la hora de explicar un fenómeno cultural. Lo que no cabía esperar de Beatriz Sarlo, la "pensadora del momento" (como la llamó la revista Noticias en su última edición de setiembre), era un panfleto con varias patinadas y más de un momento en el que parece hablar por hablar.

Porque sí, porque sí, porque sí

Empecemos por el principio y por lo que quizá llame más la atención. La tapa del libro, pero fundamentalmente el subtítulo, indican dónde la investigadora piensa poner el foco dentro del vasto panorama del tema del kirchnerismo: la figura de Néstor Kirchner y su actuación política. Para delimitarlo utiliza como punto de partida el año de su asunción a la presidencia y el año de su muerte como punto final. Sin embargo, nos encontramos con que Kirchner como tema, más allá de muchas menciones anteriores un poco laterales, aparece por primera vez en la página 104 y por segunda vez a partir de la 138, donde, ahí sí, Sarlo arranca con cierto análisis filosófico político en torno a la figura del líder peronista.

Si el supuesto objetivo de estudio no aparece hasta bien entrado el libro, ¿qué es lo que encontramos antes? Fundamentalmente, intentos de explicar (o de entender) la militancia kirchnerista, los medios oficialistas y la importancia de la blogósfera. Pero justamente allí donde Sarlo se mueve mejor habitualmente, en el estudio de nuevos fenómenos de comunicación, nuevas formas de política y nuevos sujetos sociales, es donde por momentos parece una novata. Hay una desconfianza en los medios de comunicación y el mundo de los blogs bastante anacrónica y hasta conservadora, pero éste no es el problema sino el tono de las críticas. Para ella, la televisión es básicamente un medio chatarra en el que mandan las leyes del mercado y que por lo general aliena a las personas; esta visión, además de estar bastante perimida, resulta más que obvia y trillada (afirmar que en internet casi no hay diferencia entre lo público y lo privado roza el razonamiento infantil, con el tremendo respeto que uno le debe al razonamiento propio de esa etapa de la vida). Decir a esta altura del partido, por ejemplo, que la diferencia entre la blogósfera y la prensa escrita es que la primera se basa únicamente en el rumor es, más que anacrónica, errónea, sobre todo tomando en cuenta lo mucho que han avanzado los blogs en profesionalismo periodístico, y lo mucho que han retrocedido los medios tradicionales en esta materia.

Sin embargo, con el correr de las páginas van apareciendo (en cuentagotas al principio) análisis muy interesantes sobre 6 7 8 (periodístico oficialista emitido por la Televisión Pública), el conflicto con el "campo", la Ley de Medios, y el "fútbol para todos", entre otros hitos importantes de la Argentina reciente. Pero constantemente Sarlo se ve traicionada por su antiperonismo rabioso, al que ha transformado en los últimos años en un ferviente sentimiento anti-K. Traicionada -y digo bien- porque cuando la pasión interviene en su discurso, le hace caer en errores alevosos de apreciación, en inconsistencias lógicas y en la utilización muchas veces de argumentos que parecerían explicarse únicamente con un "porque sí”. En pocas palabras: todos los ingredientes del panfleto.

Veamos algunos ejemplos con algunos detalles sutiles. Sarlo menciona una infinidad de veces que Página 12 es un diario oficialista (lo cual seguramente sea cierto, aunque pertenece al multimedio Clarín), pero nunca dice que Clarín o La Nación son abiertamente opositores. Se niega a tomar como fuente seria a los blogs peronistas o kirchneristas (porque la información de un blog no es confiable), pero reiteradas veces apoya argumentos con citas provenientes de blogs opositores al gobierno. Describe muy bien uno de los temas más notorios de la política barrial en Argentina, el de los punteros políticos, tan viejo como vigente, pero deja entrever que sólo el peronismo los tiene. Resalta la importancia decisiva de los medios de comunicación en la política tradicional y fundamentalmente en la nueva política, pero afirma que los únicos que hacen una utilización política de ellos han sido los peronistas (llega a afirmar en la página 204 que los radicales no hicieron uso de los medios estando en el poder, lo que los transformaría, si fuera cierto, en una verdadera rareza mundial).

Pero el extremo de la ridiculez lo toca al referirse al conflicto del gobierno con las centrales agrarias y con los multimedios de comunicación. A los últimos, como ya dijimos, los acerca a santos; de las primeras dice que son consideradas enemigas del pueblo sólo a partir del conflicto por la resolución 125, pasando por alto que es vox pópuli la participación de la Sociedad Rural y la Federación Agraria en las sucesivas dictaduras militares a partir de 1955 y en intentos desestabilizadores de gobiernos democráticos como el de Raúl Alfonsín.

La vecinita de enfrente

El rechazo de Sarlo por la figura de Cristina Fernández es absolutamente válido y podrá tener sus razones de peso; el tema es que ninguna de esas razones aparece en este libro. En su lugar hay observaciones que parecen de peluquería. Sarlo retoma (en serio) el tema de la vestimenta de la presidenta y le cuestiona (en serio) que cambie tan seguido de ropa siendo ella la imagen del Estado (que sin dudas encarna la presidenta, aunque páginas adelante critique que el primer peronismo haya transformado a Evita en imagen del Estado). Pero no todo son críticas, también hay propuestas: Beatriz le sugiere a Cristina que tenga varios trajes iguales para que aparezca siempre con la misma estética.

En otros tramos Sarlo parece una vecina celosa de Cristina y se burla de que no conozca cosas que ella sí. Llega al extremo disparatado de ridiculizar a la presidenta porque no conoce la polémica generada en la década del 90 entre la intelectualidad alemana en torno a la resemantización del holocausto (y de paso le critica a Kirchner que no conozca la intervención de Jürgen Habermas sobre el tema).

Otra perlita. En su afán por quitarle al kircherismo cualquier traza de incidencia en la recuperación de un país en ruinas, llega al extremo de afirmar que en realidad Kirchner no salvó nada, ya que Duhalde le habría entregado un país absolutamente ordenado. El comentario, además de discutible, es poco cuidadoso, en tanto avala y de algún modo justifica las dos peores caras del duhaldismo: la represión y la política económica. De la represión, Sarlo sólo menciona al pasar los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, a los cuales se refiere casi como a un hecho menor, una especie de error de la Policía sin ningún tipo de responsabilidad de Duhalde, cuando desde hace un tiempo, a partir del trabajo de periodistas como Horacio Verbitsky, se conocen detalles que acercarían el episodio más a una emboscada que a un exceso represivo casual. Sarlo también afirma que Duhalde reparó la economía argentina, pareciendo ignorar la responsabilidad de éste en las constantes fluctuaciones cambiarias y en la sangría de ingresos que continuaban con una impronta menemista que se negaba a desaparecer.

No puedo parar

Entonces, fuera del ensayo camisetero, ¿queda algo? Sí: varios aportes valiosos a la comprensión del período kirchnerista desde diferentes puntos de vista. La idea de la fusión del mundo de las celebridades y el espectáculo con el mundo de la política, ciertas definiciones de populismo y de progresismo que dan para el debate fructífero (aunque a veces no le sirvan para aplicarlas al kirchnerismo), el análisis del rol de Aníbal Fernández, ciertas nuevas formas de entender la historia reciente (aunque desbarranque al decir que toda la política de derechos humanos del kirchnerismo es una puesta en escena). El problema es que estos aportes importantes hay que rescatarlos de una maraña de prosa fanática, escrita más con el corazón que con la razón.

Es así que Beatriz Sarlo se ha transformado en estos últimos tiempos en un jugador hincha, uno que no sólo juega para la hinchada sino para ser fiel a su pasión. La forma en que fue seguida su participación reciente en 6 7 8 a través de las redes sociales demuestra que este libro, más que generar un debate en torno al kirchnerismo, lo volvió aun más una cuestión de camisetas, con pocos argumentos y mucho sentimiento. Al menos este cronista esperaba otra cosa de una intelectual como Sarlo. No parecía probable que alguien con su capacidad fuera a meterse solita en la boca del lobo, porque en ese terreno, con esas reglas, no tiene en absoluto las de ganar.