Entre las iniciativas de inserción de sectores de la población excluidos de lo artístico por h o por b, una de las más evidentes en estos últimos tiempos tiene que ver con el teatro hecho por y/o para personas con discapacidad visual. Desde el elenco estatal se comenzó a ensayar la audiodescripción, con base en el Teatro Solís; la experiencia piloto se hizo con El enfermo imaginario, de Molière, ahora se la propone para la encantadora Doña Ramona, de Víctor Manuel Leites, y se promete, además, un tercer espectáculo durante la temporada 2011. Desde lo privado y con una inclusión más orgánica, se presentó en dos oportunidades (en 2010 y 2011) una versión argentina de “teatro ciego” de La isla desierta, de Roberto Arlt, del director José Menchaca del Grupo Ojcuro (ver la diaria, 10/03/2011).
Trabajando en una línea similar se estrenó el fin de semana pasado, en la Sala Antonio Larreta del Carrasco Lawn Tennis, la versión “en total oscuridad” de Entre gallos y mediasnoches (1987), de Mercedes Rein y Jorge Curi, dirigida por Miguel Cereceda, fundador junto con Verónica Linardi de Grupo de teatro integrado Teatro Para Todos (las funciones irán los viernes y sábados del 30 de setiembre al 15 de octubre a las 21.00 hs.).
“Hace unos 8 años Nexos, una institución que ahora cerró, me contrató para dar talleres de teatro para personas ciegas. Para mí fue todo un proceso de aprendizaje: los videntes hablamos muy visualmente, yo no te digo sólo 'allá está', sino que te indico con la mano, pero para la persona ciega el “allá, arriba, abajo, adelante o atrás” no funciona. Descubrí que en la oscuridad lo que no suena no existe. Cuando logré entender ese mundo diferente empezamos a trabajar en teatro y elegimos La isla desierta, no como teatro en la oscuridad, sino convencional. Pero cuando nos enteramos de que los argentinos la estaban haciendo como teatro en la oscuridad hicimos marcha atrás y cambiamos de obra. Luego la institución tuvo que cerrar y al tiempo la UNCU [Unión Nacional de Ciegos del Uruguay] hizo una convocatoria para teatro: hicimos talleres, muestras, invitamos gente, y a ese taller se incorporaron también personas videntes. Esa experiencia quedó un poco trunca, pero el año pasado con algunos compañeros pensamos en retomar esto profesionalmente. Cuando vino el elenco argentino con La isla desierta hablamos con ellos y nos dijeron que querían implementar la experiencia acá, pero les contestamos que ya estábamos trabajando hacía años y que íbamos a seguir en eso. Así que ellos quedaron por su lado y nosotros por el nuestro.”, explica Cereceda.
Sobre la elección de la obra, el director comenta: “Estuve viendo varias, entre ellas Equívoca fuga de señorita apretando un pañuelo de encaje sobre su pecho, de Daniel Veronese, que nos gustaba, pero era teatro moderno, un poco complicado y nosotros queríamos algo que no lo fuera tanto como primera experiencia de teatro en la oscuridad; también pensamos en El herrero y la muerte, de Curi y Rein, pero los derechos ya estaban dados y aunque explicamos que era 'en la oscuridad' nos los negaron. Al final elegimos Entre gallos y mediasnoches que a mí siempre me gustó y le gustó también al elenco. Hace seis meses que trabajamos a un ritmo de cuatro veces por semana: nada mal para el teatro independiente.
El elenco reúne a integrantes con experiencias dispares: algunos ciegos, otros con baja visión, videntes (actores profesionales) y también intérpretes con autismo; además, la voz en off de Beatriz Massons. “Tuvimos que ser muy cuidadosos con el tema de la estética, porque así como uno ve una obra de teatro y a veces lo agotan los estímulos visuales o sonoros, acá hay que controlar mucho eso, mantener equilibrado el 'escenario'. Partiendo de la premisa de que si no hay ruido no existe, hubo que elaborar estrategias, pensar cómo colocarse en el espacio, cómo organizar los diálogos, cómo hacer para que una contraescena no sea el centro de la historia. En este caso pasa más que en el teatro convencional, si uno vuelca todo el sonido para un lado, el espectáculo queda como inclinado, es una sensación rarísima. Otro de los desafíos fue lograr la oscuridad total: el ojo es tan traicionero que si hay un haz de luz chiquito, uno a los dos minutos está viendo. Y a los actores les pasa que si hay luz no se mueven con la misma naturalidad. En el Lawn Tennis, por suerte, se logra”, opina Cereceda.
Para “controlar” la efectividad de la puesta, el elenco realizó varios ensayos con público y un pre estreno en el Centro Cultural de España. Cereceda explica: “La obra sucede en un prostíbulo 'animalesco', de zorros, tigres y gallinas, y pasan cosas en muchos lados: el alboroto prostibulario tiene que ser cuadrafónico. Por ese motivo el trabajo vocal, para todos los actores del elenco, fue fundamental. Además, hay partes en que hay movimiento y rotaciones y los no videntes nos decían: 'yo no sentí nada, para mí esto no existió' o 'acá habría que hacerlo así o así'. Nosotros probábamos y era tal cual. Por ejemplo, nos dijeron que cuando hay una pelea no se siente sólo el ruido, sino también el viento diferente, la energía del espacio diferente. Esas contribuciones fueron clave para la puesta. Hubo que entender, además, que hay un componente gestual que hay que activar aunque no se vea: hay que pararse o caminar como gallina o zorro si uno quiere que la persona crea en lo que está pasando”.