Cinema Tapia
Un piano desafinado, una mesa de pool, otra de futbolito y unas cuantas maquinitas eran las alternativas a la barra del Club Social Tapia, fundado en 1940 por el padre de Abel Zurdo Manrique, que ahora tiene 75 años.
El hombre rememoraba las épocas de cuando circulaba el tren. "Hacíamos unos bailes muy grandes, venían 700, 800 personas, de Suárez, Toledo, Manga, Montevideo, Pando, Empalme Olmos, Migues, Palmitas, Minas, Soca y Parque del Plata. Cuando sacaron los trenes seguimos con ómnibus contratados, pero era caro; el tren era barato". Manrique trajo un libro contable dentro del que estaban los afiches que anunciaban aquellos bailes que se hacían una vez al mes, de 23.00 a 6.00.
El club tenía proyector de cine y en el libro podía leerse la programación de cada fin de semana y el número de asistentes. "Las películas venían en el tren", rememora Manrique, y acota que también por esa vía llegaba uno de los diarios, cuya lectura también se discontinuó.
Tapia se ubica en el departamento de Canelones, no demasiado lejos de la capital del país ni de la costa, pero esa cercanía no significa que se contagie del vertiginoso ritmo citadino, más bien todo lo contrario.
No todos los mapas identifican el sitio, localizado entre las rutas 7 y 8, siete kilómetros al noreste de la ruta 11, donde está el paraje Pedrera. El transporte colectivo sólo circula de lunes a viernes, al servicio de los liceales que concurren a San Jacinto, que queda a 15 kilómetros. Los fines de semana y al terminar el año lectivo sólo puede accederse en vehículo propio, por la ruta 88. El ferrocarril conectó al poblado desde 1887, cuando se inauguró la línea Montevideo-Minas, pero los trenes de pasajeros dejaron de circular a mediados de la década de 1980 y hoy sólo ruedan vagones de carga.
El poblado abarca unas pocas manzanas; tiene escuela, policlínica (pública), iglesia, el local de la Comisión de Fomento Rural, una panadería, cinco o seis almacenes y sobrevive parte de lo que en las buenas épocas fue el Club Social de Tapia (ver recuadro).
El fin
La excusa para que la diaria se arrimara fue la fiesta criolla organizada por las pro comisiones de apoyo a la Seccional 14ª de San Jacinto y a la subcomisaría de Tapia. Martín Rodríguez, integrante de la primera y concejal del municipio de San Jacinto, explicó que el objetivo era recaudar fondos para construir un baño para personal femenino en la Seccional 14ª, cambiar la cámara séptica y hacer una nueva instalación eléctrica. La subcomisaría de Tapia -dependiente de la seccional de San Jacinto- tiene un local nuevo, por lo que no se consideraba necesario hacer mejoras edilicias, dijo Rodríguez, quien agregó la posibilidad de comprar un aparato de espirometría.
La seguridad no es un problema en la zona, y eso fue comentado por todos los entrevistados, desde el subcomisario, Pablo da Luz, que la catalogó de "excelente" hasta los vecinos más precavidos que al final agregaban siempre un "por ahora", no fuera cosa que al decirlo se terminara la buena racha. En la fiesta no había ningún uniformado: los policías presentes tenían franco.
El subcomisario estaba vestido de gaucho y era uno de los despachantes de la cantina, que vendía sobre todo bebidas alcohólicas. Contó que "la iniciativa fue para unificar a los dos pueblos San Jacinto y Tapia", y agregó: "Tratar de atender al aspecto social es una directiva del Ministerio del Interior. Lo que buscamos es hacer eventos sociales, unificar a la gente y conseguir que crea un poco más en la Policía". Al ser consultado por su indumentaria respondió que era "por tradición de mi padre, que era gaucho y sargento de la Policía en el departamento de Rivera". "Y a mí me gusta", agregó. Venido también del norte, hacía un año y medio que estaba en San Jacinto.
A lo criollo
La actividad se desarrolló en un predio prestado por una pobladora, donde se dibujó el ruedo y la cantina y se dispuso un espacio para los animales y otro para el público. El inicio estaba previsto para las 11.00, pero a esa hora el movimiento recién empezaba a generarse. Estaban los organizadores y los vendedores de los stands de hierbas aromáticas, plantas y calzados y accesorios hechos en cuero. La cantina se estaba armando para la ardua jornada, acomodando las botellas en bañeras con bloques de hielo. El fuego ya tenía un rato de empezado y era lo suficientemente grande como para alimentar una parrilla en la que se dispondrían tres vaquillonas, seis corderos, diez pollos y más de 150 kilos de chorizos caseros. Por si fuera poco, en el correr de la tarde se prepararon 500 tortas fritas y se hirvieron cerca de 500 panchos.
Los jinetes, alrededor de 25, fueron llegando sobre el mediodía, con sus familiares, novias y amigos. A las 13.00 ya no quedaba asado con cuero. En una de las mesas desplegadas, un grupo de jinetes e integrantes del ruedo deshuesaban trozos de cordero con los facones que habían desenvainado de sus cinturas, acompañaban la carne con pan y la comían así, a lo gaucho. Cortésmente invitaron a la prensa con parte de los trozos que apartaban; estaba tierno y bien cocido. Entre ellos trozaba el funerario de Migues, y varios jinetes bromeaban que él estaba allí para llevárselos después.
En otro círculo, otros jinetes estaban con sus hermanas o con sus novias. "Lo importante es volver sano", dijo uno. "Entero", respondió otro, a lo que más de uno agregó: "Si el tero aguanta...”, reproduciendo lo que parecía ser un dicho frecuente. José Cardozo, un domador de 21 años que había llegado desde Young para desarrollar su oficio, comentó que con la tropilla que integra tiene jineteadas todos los domingos, mientras que en su ciudad natal sólo se desarrolla una cada dos meses. Dijo que es complicado tener novia, porque casi siempre después de cada jineteada se arma un baile, y según él no hay punto medio: o se tiene novia que lo acompaña a cada criolla, o se anda soltero.
Al terminar de comer se formaron rondas espontáneas de guitarreadas, cuyos recitados duraban un rato y todos escuchaban y luego aclamaban. El público fue llegando de a poco. Iban ocupando los lugares alrededor del ruedo, donde se sentaban en reposeras o sillas de plástico, varios de ellos debajo de un toldo improvisado sobre cuatro cañas. La entrada costaba 80 pesos (salvo para menores de 11 años y jinetes que entraban gratis) y la meta era llegar a las 500; a las 15.00 habían vendido 300, en una hora habían despachado 600 y terminaron registrando 877. Un éxito.
Las jineteadas comenzaron sobre las 15.00. Había cinco tropillas: La Cimarrona (Solís Chico), La Picaflor (Camino Pando), La Ariscona (Talita), La Andariega (Piedra Sola) y La Ilusión (Canelón Chico); todas eran comandadas por el capataz de campo Gustavo Ríos, con gran experiencia y reconocido en la zona. Los sonidos de la campana se mezclaban con relatos, floreos y animaciones. Primero se hizo una rueda en basto oriental y más tarde, luego de una pausa, en pelo, es decir, sin montura. Los ganadores fueron premiados con trofeos y el mejor se llevó 5.000 pesos.
La jornada también incluyó la actuación del plantel de perros de la Jefatura de Policía de Montevideo y al caer la noche comenzó el baile, que terminó a la una de la mañana.
Ayer y hoy
Al caminar por Tapia se siente el paso del tiempo, y la evocación de la época en que circulaba el tren es inevitable entre los pobladores. Al ser consultados sobre qué le hace falta al pueblo, las repuestas fueron: más horarios de ómnibus, fuentes de trabajo y mejorar la ruta 88.
Cuando dejaron de circular los trenes de pasajeros, el descenso de población fue importante, y se estima que no llegan a los 300 habitantes. Estela Santana, directora de la escuela rural 52, que cumplió 100 años en agosto (lo festejará el miércoles 26), arrojó cifras: en 1911 la escuela tenía 83 alumnos y cuando todavía circulaba el tren de pasajeros tenía alrededor de 80 que concurrían de primero a sexto año; hoy tiene 54 alumnos, incluyendo los niveles iniciales (cuatro y cinco años). Muchos pobladores están expectantes de que pueda conformarse un núcleo de viviendas de MEVIR, lo que según ellos “le va a dar vida al pueblo” y va a satisfacer la necesidad habitacional de muchos jóvenes, evitando así la emigración.
Santana agregó que faltan más actividades culturales, dijo que no hay más biblioteca que la de la escuela y graficó la situación al mencionar que “no llega ningún periódico”; de todos modos, destacó el avance en la expansión del Plan Ceibal y de la buena conexión a internet. También señaló que la gran mayoría de los egresados de la escuela continúa sus estudios en el liceo de San Jacinto o en la Escuela Agraria de Migues, que es de régimen de alternancia.
Además de la tranquilidad de la zona, los habitantes de esa localidad y de pueblos vecinos celebraron la solidaridad, que ha logrado tener la escuela y la policlínica para lo que ha organizado incontables beneficios, como el de ayer. Encima de la panadería hay un museo cuyo impulsor falleció hace un par de años; el viaje al tiempo se extiende un poco más allí arriba, entre fragmentos de caparazón de un gliptodonte y boleadoras, también un viejo cuadro de la Estación Central de Montevideo cuando ésta también tenía otra vida.