El domingo pasado la ABC puso al aire, con bombos y platillos, lo que esperan que sea su próximo gran éxito en cuanto a series fantásticas. Se trata de Once Upon a Time (érase una vez), serie que plantea la posibilidad de que los grandes personajes de los cuentos de hadas -Pinocho, Blancanieves, el Príncipe Encantador, etcétera- hayan sido transportados por la Reina Malvada a nuestra realidad, donde "no hay finales felices".

La idea es, aparentemente, de Edward Kitsis y Adam Horowitz, dos de los guionistas de Lost, quienes luego de clausurar su exitosa y lograda serie anterior se vieron -como el productor JJ Abrams, que probó suerte con Fringe- ante el desafío de escribir una serie igual de imaginativa. Es discutible si realmente utilizaron mucho su imaginación a la hora de proponer Once Upon a Time, ya que aun antes del estreno se les acusó de haber copiado la premisa del cómic Fables, de Bill Willingham, que describe a un gran conjunto de criaturas mitológicas que viven en Nueva York y zonas aledañas, aún enfrascados en guerras e intrigas entre la ignorancia de los hombres que los consideran meras leyendas. El parecido es tan evidente que, por las dudas, los ejecutivos de la ABC compraron los derechos de Fables para ahorrarse juicios y eventos igualmente desagradables.

Siendo justos y aunque la combinación de criaturas de cuentos de hadas con elementos de sexo y violencia moderna es muy similar, Once Upon a Time tiene una línea argumental bastante distinta. Luego de la derrota de la Reina Malvada a cargo del Príncipe Encantador y Blancanieves, en un territorio mágico, la vengativa monarca los amenaza con la maldición de que, cuando nazca la hija de la pareja, ellos y todos los habitantes de ese mundo mágico van a viajar a una dimensión bastante menos fabulosa -la nuestra- donde vivirán como mortales más o menos normales. La serie gira alrededor de Emma, aquella hija de la profecía, salvada in extremis de la maldición y crecida en nuestro mundo, que descubrirá de a poco la extraña naturaleza de los habitantes del pueblo Storybrooke, donde viven todas estas criaturas.

La protagonista Jennifer Morrison (Emma) es una vieja conocida de los seguidores de House, donde interpretaba a la idealista y traumatizada doctora Allison Cameron, inmersa ahora en un rol más dinámico y en el que se destaca más su excepcional atractivo. Sin embargo y aunque Morrison es sólo cuatro años mayor que la edad que su personaje dice tener (28 años), extrañamente parece mucho más adulta (lo cual no es en realidad tan extraño, ya que cuando asumió su recordado papel en House sólo tenía 22 años, varios menos que el personaje de Cameron). Pero se encuentra en buena compañía actoral, como la del británico Robert Carlyle (The Full Monty), que interpreta al perverso Rumplestiltskin, uno de los tantos personajes recopilados por los Hermanos Grimm (aunque no muy conocido fuera de los países anglosajones).

Los efectos especiales son buenos para una serie televisiva, y Kitsis y Horowitz no pudieron evitar hacer una serie de guiñadas a Lost -la maldición toma la forma de una ominosa nube de humo animada, el despertar de Emma reproduce la famosa toma original de la pupila del protagonista de Lost- como para dejar en claro quiénes están detrás de la cosa, pero el piloto no plantea -ni cerca- la mitad de ganchos que había dejado colgados el primer episodio de aquella serie.

Tal vez el mayor problema de Once Upon a Time sea que se haya lanzado con un episodio piloto de tan sólo una hora -en lugar de la duración doble con la que muchas veces se lanzan las series ambiciosas-, lo que apenas da para plantear el escenario general sin poder desarrollar los personajes (de los que aparentemente sólo se presentó a una fracción) o una auténtica intriga. Por lo tanto, es muy prematuro como para llegar a ninguna conclusión sobre la serie, más allá de que en lo positivo se puede anotar su particular concepto general y en lo negativo, una preocupante falta de sentido del humor, lo que puede hundir a una serie que tiene a Blancanieves y a siete enanos como algunos de sus personajes principales.

Qué dientes más grandes

Aún no emitido pero colado a la web (se estrenará el viernes en Estados Unidos), el primer capítulo de Grimm, producción de la NBC, tiene claros puntos en común con Once Upon a Time; la historia gira alrededor de un detective de Portland que descubre descender del linaje de los Hermanos Grimm y, por ello, haber heredado la obligación de combatir con las criaturas sobrenaturales que poblaban los relatos de aquéllos.

Aunque utiliza elementos de un imaginario común, la conexión de Grimm con Once Upon a Time difiere claramente en el tono, que aquí se aproxima mucho más a los thrillers sobrenaturales y a series como Buffy (con la que comparte algunos de los productores y guionistas) o Sobrenatural. Grimm juega desde el título tanto con la referencia a los famosos narradores de cuentos infantiles alemanes como al juego de palabras con “grim”, término que en inglés significa “deprimente” o “sombrío”, lo que es adecuado en relación con la sucesión de pequeños espantos presentados en su capítulo original, en los que el Lobo Feroz de la fábula de Caperucita Roja es esencialmente un hombre-lobo de lo más agresivo.

Aunque las libertades tomadas por los guionistas de Grimm con respecto a su inspiración literaria son más que evidentes, tal vez su aproximación más o menos terrorífica a esa fuente de inspiración no sea del todo infiel, ya que tan sólo la repetición y la familiaridad con las historias folclóricas recopiladas por los hermanos alemanes nos puede hacer olvidar de que, aunque ellos les hayan llamado (al igual que nosotros) “cuentos de hadas”, eran originalmente relatos bastante siniestros, plagados de brujas caníbales y lobos hambrientos de carne de niña.

Grimm es más previsible, acotada y -por qué no decirlo- berreta que Once Upon a Time, pero su capítulo debut también fue mucho más entretenido; si la serie de la ABC por momentos parece reclamar que pase algo en lugar de simplemente exponer fragmentos de su mundo, Grimm va directo a los bifes: aun antes de que desfilen por la pantalla los créditos de apertura, ya se han acumulado en una decena de minutos varios sustos respetables y no pocas transformaciones de personas en monstruos bastante desagradables. Si Once Upon a Time ofrece un elenco plagado de rostros conocidos, los protagonistas de Grimm son ilustres desconocidos (y no particularmente carismáticos, al menos si se toma en cuenta al protagonista David Giuntoli y su feo corte de pelo), pero no parece importar mucho porque lo que importan son los monstruos, y de ésos hay por todas partes.

Ninguna de las dos series parece tener la potencialidad suficiente como para convertirse en clásicos como otras fantasías anteriores, lo cual sumado a la similar frustración producida por la Terra Nova de Fox, indicaría una tendencia preocupante en la televisión estadounidense; pero todavía se le puede poner varias fichas a que Once Upon a Time encuentre su lenguaje propio (aunque tal vez hubiera sido mejor que simplemente adaptara el siempre entretenido -y muy creativo- cómic de Fables). Las aspiraciones de Grimm son mucho más limitadas, así que las posibilidades de defraudar son menores.

Un dato extraño que no creo que sea una simple casualidad: un personaje en cada serie maneja un Volkswagen amarillo de los viejos. No recordamos cuál es la fábula del fusca color patito, pero suponemos que semejante sintonía algo querrá decir.