Posiblemente la capital montevideana no vivía un festival musical público de estas dimensiones desde la ya lejana asunción presidencial de Julio María Sanguinetti en 1985, y teniendo en cuenta lo incivilizada que se ha vuelto la población de la ciudad en los últimos tiempos, los riesgos de que se convirtiera en un evento más bien desagradable eran altos.

Así que es un placer no poder ejercer la costumbre de tener que abrir casi todo este tipo de resúmenes destacando los errores de organización, porque -teniendo en cuenta el tamaño de la festividad, la cantidad de artistas y lo intratable que se ha vuelto el público uruguayo en las reuniones masivas- la fiesta del Bicentenario estuvo organizada con mucha inteligencia y sentido común. Dependerá de los gustos de cada uno el apreciar o no los méritos de los artistas presentes pero -a diferencia de los festejos de la asunción presidencial, que habían parecido una suerte de Noche de la Nostalgia para militantes de base- la oferta era indudablemente variada y cubría un espectro representativo de las diversas tendencias musicales locales (con la posible excepción de la música clásica), desde el pop electrónico al tango, pasando por el rock masivo, el candombe, la cumbia, el folclore y varias ofertas intermedias. La cercanía de los escenarios permitía el sencillo desplazamiento de uno a otro en caso de desinteresarse de algún espectáculo, la información callejera era constante, la presencia de la seguridad también (aunque tal vez un poco desbordada en el escenario más masivo, el de Avenida del Libertador, que también sufrió con un sonido insuficiente para la cantidad de gente), la decoración sumamente agradable, los servicios higiénicos adecuados, el cumplimiento de los horarios perfecto y el orden de los artistas armado con inteligencia, adelantando, por ejemplo, algunos de los shows más populares -pero susceptibles de generar problemas- a las horas del día, cuando todavía el alcohol no había producido los previsibles estragos entre los jóvenes entusiasmados.

Pero, siempre hay un pero, hay que señalar la poca previsión de transporte nocturno; a la hora en que terminó La Fura dels Baus, posiblemente la mayor atracción de la noche, era prácticamente imposible conseguir un ómnibus hacia cualquier lugar, quedando miles de personas varadas a una hora bastante complicada. Puede ser un detalle, pero realmente es irritante cuando hay que caminar 30 cuadras a las dos de la mañana en una noche de semana.

De música se trata

A pesar de algunos nombres de gran convocatoria en el escenario ubicado frente a la Intendencia de Montevideo, indudablemente el centro de los espectáculos musicales fueron los recitales sobre la Avenida del Libertador. Abrió Las Pelotas, que tras la separación y muerte de uno de sus cantantes -Alejandro Sokol-, ha perdido bastante fuego, y que basó su show en una serie de reggaes más bien anémicos. Una falta de energía que desapareció al subir al escenario La Vela Puerca, que convirtió toda la avenida en un gran pogo berreante, marcando el punto más intenso de una sucesión de shows espectaculares que culminaron con la presentación de Jaime Roos.

En relación a los shows de este escenario, a continuación una opinión personal sobre algo tal vez irrelevante pero muy irritante: quien esto suscribe entiende que hay personas de vida interior muy limitada, que necesitan autoafirmarse mediante la constante y permanente demostración de su adhesión a determinado cuadro de fútbol y al supuesto colectivo que éste representa, lo cual a fin de cuentas -y aunque sea un poco patético- pertenece a la vida personal de cada uno. Pero es más bien difícil entender por qué la visión de un escenario donde se está tocando música (¡música!) tiene que ser obstaculizada por siete u ocho imbéciles enajenados que agitan banderas de un equipo de fútbol -como ocurrió en el cruce de Mercedes y Libertador-, justamente en uno de los pocos eventos masivos que no tienen nada que ver con el deporte elevado a la categoría de religión. No hubiera estado mal que las fuerzas del orden presentes les sugirieran que retiraran esos elementos plausibles de generar una prescindible fricción con los simpatizantes de otros cuadros, o que se los enfundaran en alguna parte de sus anatomías.

En el otro de los grandes escenarios la tarde comenzó con una combinación un poco difícil de la cumbia del Fata & Cía -una presencia justa, teniendo en cuenta la popularidad de la generalmente menospreciada música tropical en muchos sectores de la sociedad- y el country-rockabilly perfectamente ejecutado de los chilenos de Los Tres. Luego el escenario se orientó un poco hacia una sensibilidad más progre con los recitales del siempre profesional Jorge Drexler, los reunidos para la ocasión -y con algunos problemas de afinación- Rumbo y los inesperados Olimareños, ofreciendo otro de los recitales que habían asegurado no volver a dar, culminando la noche con la modernidad ecléctica de Bajofondo.

Tal vez el escenario de nivel más parejo -además del más tranquilo y de mejor sonido general- fue el de la plaza Cagancha, donde se pudo ver desde la energía furiosa y fusionada de Hablan Por La Espalda hasta las magníficas interpretaciones vocales de Malena Muyala, cuyo tratamiento del tango es tan personal como el de Melingo o Bajofondo, aunque con una novedad mucho más respetuosa y sutil, y donde Dani Umpi consiguió el momento más bizarro -y posiblemente significativo- de toda la fiesta, presentando un espectáculo cargado en partes iguales de elementos patrióticos y homosexualidad descarada. Una apuesta arriesgada y enérgica que fue reconocida y festejada por un público que probablemente unos años antes se hubiera desgañitado berreándole distintos sinónimos vulgares de gay. Algunas cosas han evolucionado en estos 200 años.

A fin de cuentas

Hubo todo tipo de frases fáciles y pegajosas de color celeste proferidas desde los escenarios para conseguirse el aplauso inmediato, pero quejarse de los excesos nacionalistas de los discursos de algunos artistas o algunas propuestas en una fiesta de estas características sería como quejarse por el exceso de desnudos en una película porno. Al fin y al cabo es el bicentenario de… bueno, no de la creación o siquiera la imaginación de algo llamado Uruguay, pero al menos de algo que en la escuela dicen que fue muy importante para los pueblos de este lado del río.

Los incidentes no fueron inexistentes -hubo unos 12 detenidos y unas cuantas situaciones espesas en las cercanías del escenario de Libertador- pero en relación a la magnitud de la fiesta, que congregó casi al doble de la gente que se calculaba, fueron hechos muy menores y lo que prevaleció fue un raro ambiente de armonía, facilitado por la buena organización que ya destacamos al principio de la nota. En un evento que reunía varias de las microculturas locales y en tiempos en que las diferencias entre esas culturas se consideran murallas cada vez más insalvables, ese ambiente cálido y esa efectividad organizativa tal vez sean las cosas que realmente vale la pena festejar.