-¿Cuáles serían los elementos que definen la nueva tendencia en danza contemporánea?

-No hay una tendencia: el signo de lo contemporáneo es la pluralidad de estilos. Yo puedo entrar en la historia, tomar cualquier elemento y utilizarlo; si alguien quiere reversionar La Sylphide puede hacerlo, no hay una tendencia a seguir, que es un poco la característica de la historia del arte hasta el modernismo. Hoy existe la danza con inclinaciones teatrales junto con la danza conceptual; lo que hay es un pluralismo. Crear una tendencia es una necesidad de las personas: si uno crea una tendencia hay un deber ser, el crítico se siente más amparado, la gente que la va a ver también, porque hay una tendencia líder. Existe la pregunta por la representación, pero no quiere decir que todo el mundo tiene que estar haciendo eso.

-¿A qué adjudicás la sensación de que la danza contemporánea se ha vuelto poco complaciente con los espectadores?

-Si en un acto de honestidad uno dice 'yo lo que quiero es complacer', en primer lugar una cosa que cautiva mucho a la gente es que muestres algo que el otro no puede hacer, por ejemplo, el virtuosismo, y no el de hace 200 años sino el que tiene el grupo brasileño Cena 11, cuyos integrantes se tiran de cabeza y no se matan, o el que tiene William Forsythe, que hace 400.000 millones de movimiento por segundo que vos ni siquiera podés ver. Ésa es una posibilidad. La otra es la sorpresa. Otra sería presentar una cosa muy conmovedora y que la gente se vaya pensando que hizo un bien a la humanidad. Por ejemplo, los famosos temas sociales hechos para el consumo, pero no para cambiar la sociedad. Es hablar del holocausto: van millones de personas a ver la película, pero en realidad no es un acto de memoria, sino porque eso ya está transformado en un producto de consumo, como puede ser una obra sobre las dictaduras militares que no son obras políticas, sino que son obras hechas para el consumo y para que la gente se vaya con la conciencia tranquila a su casa porque vio una obra comprometida. Y se va de nuevo a ver su programa de televisión y a cenar. No sé si el arte tiene la posibilidad de movilizar los estamentos sociales o es un objeto más de la estetización del mundo. En realidad no hay ninguna obra de danza que haya cambiado sustancialmente algo, pero sí creo que el arte puede trabajar sobre la sensibilidad y ampliar el mundo sensible de las personas, y en ese sentido no estamos hablando de darle al espectador lo que quiere ver, porque lo que quiere ver es lo que ya conoce y está confirmado.

-Hay quienes consideran que la gente se vuelca al ballet cuando la danza contemporánea se pone más hermética.

-El ballet es el ballet y tiene su derrotero, y posiblemente al público que va a ver ballet no le interese una buena obra de danza contemporánea. Yo no creo que la palabra sea 'hermético': algunas obras son incomprensibles incluso para el autor, pero no hablamos de ésas sino de las que tienen una propuesta, entonces al público lo confrontás con algo que no le es familiar. A veces el público no entiende adónde va la obra y el autor tampoco, los bailarines tampoco, entonces eso sí, más que hermetismo es confusión en las ideas. Pero en las obras que no tienen esa confusión de ideas, el espectador lo que siente es que no reconoce el lenguaje, y una de las cuestiones clave es cuando a mediados del siglo XX empiezan a aparecer los cuerpos no entrenados en la danza, que de golpe por ahí tienen otro tipo de entrenamiento que no es el que el espectador reconoce como diferente, entonces viene la famosa frase: “Pero esto lo hago yo”.