El 25 y 26 de noviembre se realizó una muestra/venta de libros en el columnato de la Biblioteca Nacional, organizado por un conjunto de autores y editoriales nacionales en colaboración con la Dirección Nacional de Cultura, la Casa de Escritores y la propia Biblioteca Nacional. Pero el sábado la muestra fue interrumpida por un inspector que obligó a los escritores y editores presentes, que se habían desplazado ligeramente desde el columnato, a levantar sus libros y culminar la muestra, a pesar del apoyo explícito que habían recibido de la propia Biblioteca frente a la cual estaban.
El curioso incidente coexistió con algunos informes periodísticos en los que se recogía la inquietud de los comercios formales ante la explosión de puestos de venta irregulares en las cuadras de 18 de Julio que van desde la explanada de la Intendencia de Montevideo (IM) hasta el Banco Hipotecario, en los cuales se recriminaba la inacción de la comuna. Tal vez allí haya estado el origen de la velocidad e intransigencia con la que se expulsó a los feriantes, aparentemente menos duchos en el arte de instalar y desinstalar sus mercaderías.
Un comunicado de Gabriel Sosa, de Irrupciones Grupo Editor, explicó las posibles irregularidades en las que habían incurrido los libreros feriantes y sus motivos. En ésta decía: "Es cierto, no teníamos el permiso requerido para ocupar un rincón de la vereda con cinco mesas de libros de editoriales nacionales. Lo habíamos hecho porque el lugar que habíamos negociado con la Biblioteca Nacional, y que a priori parecía espléndido, se volvió sencillamente inhabitable cuando el sol pegó de frente, además de demasiado poco visible como para atraer público. Y como la idea era acercar las ediciones nacionales a la gente, pareció lógico buscar un lugar donde se pudiera respirar y al mismo tiempo ese cometido lograra llevarse a cabo. Durante toda la tarde del viernes, con total naturalidad y sin molestar a nadie, estuvimos literalmente a los pies de la Biblioteca, tal como registró la cámara de un informativo televisivo. El sábado, al intentar repetir la experiencia, con celeridad, eficacia e inmisericordia, un inspector municipal nos conminó a irnos de inmediato. Claramente, parece, éramos una amenaza para el orden social, un obstáculo para la libre circulación de los peatones (en una de las veredas más anchas de la ciudad) y, quién les dice, un riesgo para la salud pública".
La molesta principal parece ser la doble vara de medición que la IM supuestamente tendría en relación a otros vendedores ambulantes que se instalan periódicamente y a la imposibilidad de contactar jerarcas de la Biblioteca o de la intendencia con los que se pudiera interceder oficialmente ante el inspector. La carta de Sosa dice al respecto: "No hubo capacidad de maniobra ni de diálogo. En la Biblioteca, un sábado no había jerarcas que pudieran asesorarnos (lo mismo que en la IMM, supusimos, a pesar del celo de sus inspectores). Armar todo al rayo del sol sobre el atrio, como estaba previsto, hubiera sido un despropósito. No quedó más remedio que levantar todo el material expuesto (incluyendo el exhibido por la propia Biblioteca y que estaba a nuestro cargo), guardar las mesas que la Biblioteca había suministrado por su cuenta, dejar de momento la decoración que se había realizado en el atrio del edificio y cancelar todas las lecturas, mesas redondas y actividades programadas para luego. [...] No muy seguido se tiene el privilegio de presenciar una respuesta municipal tan veloz y concreta. Hay artesanos que estuvieron años ocupando plazas enteras antes de ver su primer inspector. Hay vendedores de lentes, juegos para consolas y otras mercancías de dudoso origen [que] ocupan impunemente sus lugares en 18 de Julio todos los días de la semana. Hubo puestos de ventas de baratijas a los que se les permitió 'provisoriamente' quedarse en 18 de Julio, y ahí están desde hace décadas. [...] ¿Por qué tanta presteza en un caso tan inocuo y concreto? Supongo que nunca lo sabremos. Sólo nos queda confiar en que detrás de la celeridad y efectividad de la acción municipal no hubo más que el celo de funcionarios responsables, comprometidos con su tarea, con el bien público y con el cumplimiento de las disposiciones municipales".
Enojos institucionales
En relación a este reclamo de los participantes, el director de la Biblioteca Nacional, Carlos Liscano, al fin y al cabo uno de los organizadores de la muestra, decidió enviar una carta abierta a la intendenta de Montevideo, Ana Olivera, interrogándola acerca de los motivos del desalojo. En ésta, y tras enumerar las características del proyecto, el apoyo que había tenido por parte del ministro de Cultura (que visitó la exposición) y, en particular, la interacción que la Biblioteca había tenido con el mismo, Liscano explica los motivos por los que los feriantes se habían desplazado para individualizar luego el principal problema: “El sábado 26 la actividad empezaba a mediodía. Los participantes, tomando en cuenta la experiencia del día anterior, decidieron poner las mesas en la vereda. De pronto llegó un inspector municipal, subordinado tuyo, y decidió que aquello era irregular. Resultado: un señor muy sensible decidió que una pequeña muestra de libros uruguayos de autores uruguayos no se podía hacer en la amplísima vereda delante de la Biblioteca. En ese momento -en este momento- yo estaba enfermo e impedido de moverme. No pude estar allí y no tengo una versión directa de los hechos. Si yo hubiera estado creo no nos habríamos retirado sin antes exigir una orden escrita del responsable de ese señor tan sensible a la protección de los espacios públicos. Los ciudadanos tenemos derechos, escritos y no escritos, que los funcionarios debemos respetar, siempre. Pero, más allá de eso, los funcionarios hemos de mostrar educación y sensibilidad a las iniciativas y manifestaciones culturales de los ciudadanos. Es absurdo que un proyecto de un grupo de ciudadanos y de la institución más antigua del Estado uruguayo, que es además una institución cultural, sea clausurada por un funcionario municipal con criterios burocráticos y rígidos. Ni siquiera pregunto si ese señor tiene potestades para hacer lo que hizo. Porque nadie, con un mínimo de sensibilidad, suspende una muestra de libros uruguayos que iba a durar desde el mediodía hasta las diez de la noche”.
En la carta Liscano pide, además, la protección de la intendencia de iniciativas como la muestra: “Por lo anterior, te pido protección para el libro uruguayo, para nuestras actividades, para nuestra pacífica muestra de libros. A la vez, te anuncio que el jueves 22 y viernes 23 de diciembre repetiremos la muestra. Pido protección, tu protección. Pido tolerancia y sensibilidad por parte de los funcionarios municipales. No hacemos nada ilegal. Somos pacíficos, no molestamos a nadie. No obstruimos el paso de los peatones, la vereda al frente de la Biblioteca Nacional es ancha. Esta muestra, que contó con una estructura elemental y una organización también elemental, convocó a cientos de ciudadanos que pasaban por la calle. No somos responsables de las peores cosas que pasan en 18 de Julio, de la contaminación visual de los grafiteros y de los carteles de los comercios, ni de la polución auditiva de la publicidad sonora, ni de la vista gorda que hacen quienes deberían protegernos del vandalismo político y sindical, y del autorizado vandalismo de los mercenarios de la pegatina y de los pasacalles. Contra esos enemigos de la ciudad, nuestra minúscula actividad de viernes y sábado intentaba difundir el libro uruguayo y de algún modo contrarrestar el estado lamentable que rodea la Biblioteca Nacional y la Facultad de Derecho a causa de los vándalos autorizados y no autorizados. [...] No pedimos apoyo a la Intendencia, ni colaboración, ni respaldo económico. Pedimos comprensión y sensibilidad, de tu parte, que sé que la tendremos, y de la Intendencia de Montevideo”.
la diaria se comunicó con Liscano, qué aún se encuentra convaleciente, quien dijo haberse comunicado con Hector Guido, director de Cultura de la IM, quien sostuvo que el problema era que no se le hubiera pedido autorización para que la exposición bajara la escalera y se situara sobre la calle. Liscano dijo que ahora la idea era repetir la misma muestra -que, vale la pena señalar, consiste exclusivamente de escritores y editoriales uruguayas- el 22 y 23 de diciembre, donde además de exponer sus libros en los días previos a las fiestas, los expositores le regalarán una flor a cada comprador. Según Liscano, Guido prometió autorizar la muestra una vez que se le pidiera por escrito.
Por su parte, el director nacional de Cultura, Hugo Achugar, declaró en relación al incidente: “Quiero suponer que fue un error, un exceso de celo de parte de un funcionario y no una censura a la División de Cultura. Es un episodio totalmente infortunado que la División de Cultura no puede si no lamentar y apoyar a la Biblioteca en su promoción de una cultura joven e independiente. En este posible hecho fortuito demuestra un apego a la letra que muestra que los funcionarios deberían ser educados en lo que es un hecho cultural”.