Cuando en 2006 Mel Gibson estrenó Apocalypto, era casi imposible que a alguien le gustara esa película, aun sin necesidad de verla. En aquella ocasión Gibson, un personaje muy poco políticamente correcto, venía de estrenar primero la melosa e históricamente mentirosa Corazón de león (1995) y luego la molesta La pasión de Cristo (2004), película que había abrazado como propia la derecha cristiana. Pero, además, el impresentable Gibson se había despachado con unos comentarios de lo más antisemitas al ser detenido manejando borracho en Malibú. Si a eso sumamos algunas protestas de descendientes mayas acerca de la visión que el director daba de sus antecesores en el film, era casi lógico -dentro de la superficialidad crítica actual- que la película fuera despedazada periodísticamente apenas se estrenara. En muchísimos casos así ocurrió, aunque los reseñadores intelectualmente honestos tuvieron que reconocer que, por mucho que detestaran a su autor, Apocalypto era una gran película.

Lulu, la inesperada colaboración entre Lou Reed y Metallica, generó una hostilidad previa similar, pero sin siquiera necesidad de justificación política. Había muchas ganas de odiar este disco, nada más, especialmente cuando la reunión era un evento rockero objetivamente importante. Ese odio se convirtió en algunas de las reseñas más feroces que se hayan visto jamás. Por ejemplo, el sitio web Pitchfork, convertido hoy en día en el oráculo de la música independiente y de la música popular de calidad en general, le otorgó 1.0 puntos, la clasificación más baja que pueden dar, casi inédita para el sitio. Otros se limitaron a intentar reproducir sonidos de arcadas de vómito por escrito y algunos, pocos, lo escucharon con atención.

Porque, como se preguntaba un interesante artículo de la revista online Salon, ¿es Lulu el peor disco de la historia del rock, como muchos se apresuraron a sentenciar? ¿Pueden artistas veteranos como Lou Reed y Metallica hacer un disco tan repulsivo como para que supuestos expertos lo clasifiquen así?

Los vasos incomunicantes

¿Por qué tanto odio? Los motivos son numerosos, comenzando por el simple hecho de que tanto Reed como Metallica son músicos respetados pero rara vez queridos. Reed es legendario por su arrogancia insolente en relación a los periodistas, a los que ha maltratado en forma explícita durante sus (generalmente muy entretenidas) entrevistas. Tampoco lo ha hecho muy simpático la hostilidad neurótica que ha demostrado hacia algunos de sus colaboradores musicales más talentosos, como John Cale o Robert Quine, y, para peor, se está convirtiendo en algo que todos los críticos de rock ingeniosos detestan: un vanguardista viejo.

En el caso de Metallica, que como buena banda de metal es evaluada bajo parámetros totalmente distintos de los de Reed, el odio proviene, más que de haber editado discos muy flojos, como Load (1996) y ReLoad (1997), del simple hecho de haber sido los mascarones de proa del combate contra Napster, el primer sitio de sharing de archivos musicales. La imagen de los millonarios músicos de Metallica persiguiendo a los humildes piratas de canciones los convirtió en criaturas bastante abominables para los aguerridos defensores de la distribución gratuita, que no pensaron demasiado en el hecho de que -además de tener el derecho de cobrar por su música- la protesta de Metallica provenía más que nada de la filtración a la web de algunos temas sin terminar y que afectaban sus parámetros de calidad.

Pero el catalizador de aborrecimiento no fue tanto el historial antipático de estos artistas, sino simplemente lo, en apariencia, poco congruente de la combinación. Como si se encontraran frente a un plato de asado con dulce de leche, los críticos experimentaron una sensación de desagrado a priori ante la idea de escuchar al intelectual y ambiguo ex líder de Velvet Underground en compañía de una banda de rock tosco y llenador de estadios. Sin embargo, y estando un poco informado, la combinación no era tan disparatada. A ver: Reed ha sido considerado muchas veces uno de los predecesores del punk pero, más allá del amor por la hostilidad y el ruido en general, el punk y el heavy metal son dos géneros diametralmente opuestos en cuanto a estructuras de composición y sensibilidad general, y a nadie se le hubiera ocurrido considerar -a pesar de haber compuesto sinfonías de volumen como "Sister Ray"- a Reed como un antecedente del metal.

Pero Lulu no es su primera aproximación al género; a mediados de los 70 Reed editó dos discos en vivo -Rock'n'Roll Animal (1974) y Lou Reed Live (1975)- en los que reversionaba temas de Velvet Underground o sus primeros discos como solista acompañado de los guitarristas Dick Wagner y Steve Hunter, dos violas de marcada inclinación al hard rock casi metalero. De hecho, la banda que acompañó a Reed en estos discos es casi la misma que acompañaría más tarde a Alice Cooper, y los discos -en su momento amados por la crítica- son esencialmente discos de hard rock virtuoso y plagado de solos metálicos (lo cual no quiere decir nada de su calidad, ya que a pesar de su éxito comercial, ambos discos son bastante flojos si se los compara con otras grabaciones en vivo de Reed como Take No Prisioners, de 1978).

Por su parte, Metallica fue una de las primeras -si no la primera- banda de metal en establecer un puente con el punk, tanto por la agresividad misántropa de su sonido como por su ahora legendario EP The $5.98 E.P.: Garage Days Re-Revisited, en el que entre covers de bandas heavy incluía versiones de Killing Joke y The Misfits.

En todo caso, y más allá de las débiles conexiones musicales entre Reed y Metallica, la reunión parece haberse dado más que nada por una cierta afinidad personal y, por que no, por el simple exotismo de la idea, nutrida en un momento en que las carreras de ambos necesitaban una renovación, pero simultáneamente a una altura en la que ninguno de ellos necesitaba probarle nada a nadie.

El espléndido fracaso

Más allá de lo respetable de sus intenciones, no es fácil defender a Lulu como objeto musical. Su concepto emerge en forma clara, sólo que tal vez Metallica no haya sido la banda adecuada para llevarlo a cabo. Es imposible negar que Metallica redefinió el heavy metal por lo menos un par de veces y que ha tomado más de un riesgo en relación a su sonido, pero al mismo tiempo nunca fue una banda particularmente dúctil, climática o vanguardista.

La intención parece haber sido la de hacer un disco esplendorosamente feo, con ese tipo de hostilidad que ha hecho grandes a bandas como Jesus Lizard o Shellac, y que propone una serie de desilusiones estéticas y aspereza general que, sumada a las letras hipersexuadas de Lou Reed (cantando desde el punto de vista de una mujer joven, a pesar de ser y parecer un hombre de 69 años), crea una auténtica experiencia diferente. El resultado queda un poco a medio camino, generando un producto plagado de riffs demasiado elementales para Metallica y muy poco melodiosos para Reed. Posiblemente, aunque hubiera tenido menos impacto mediático, éste era un disco para que Reed lo compartiera con Melvins o alguna otra banda especializada en la fealdad desafiante y climática. Conceptualmente es más notorio que lo haya hecho con Metallica, pero el resultado es un poco agobiante (en el mal sentido) y, siendo un disco extensísimo, los momentos realmente intensos se podrían condensar en la mitad de la duración.

Pero, ¿puede ser un desastre un disco que se cierra con algo como “Junior Dad”? Con casi 20 minutos de duración, es la canción más larga de Lulu y tal vez la única que ya estaba delineada antes de que Reed y Metallica entraran en el estudio, ya que había sido presentada en un concierto del primero junto con su esposa Laurie Anderson y el avant-jazzero saxofonista John Zorn. Luego de su grabación, Kirk Hammett y James Hetfield declararon que habían tenido que salir del estudio empapados en lágrimas ante lo que les había despertado la imaginería de la canción y sus referencias a la paternidad (tanto el padre de Hammett como el de Hetfield habían muerto tiempo antes). Estas declaraciones produjeron grandes panzadas de risa entre muchos comentadores malignos y descreídos, pero lo cierto es que “Junior Dad” es una pieza conmovedora y tal vez la canción más importante en la que hayan estado involucrados Reed o los Metallica en lo que va del milenio. En cierta forma una continuación de la estremecedora “Street Hassle”, el tema es cantado por Reed con una ternura inédita, abandonando las imágenes sexuales del resto del disco y continuando el complejo retrato de las relaciones filiales que había delineado en canciones anteriores como “Families” o “Harry's Circumcision”, con un extraño dolor que combina soledad y resentimiento de una forma poco habitual en la música popular. Debajo de él, Metallica elabora una base repetitiva, suave y algo angular, cuya línea de bajo evoca más a New Order que a ninguna banda de rock duro, subiendo y bajando intensidades hasta que la canción desaparece en un largo y meditativo drone de cuerdas. “Junior Dad” no es necesariamente una canción que explore territorios musicales nuevos para Reed, pero es una canción magnífica, y ningún disco que la contenga puede ser el peor disco de nada.

En todo caso, se podría considerar a Lulu como un tremebundo fuck you a la cultura que generó esas críticas despectivas, la cultura de la opinión absolutamente subjetiva y emocional ante un objeto que ni siquiera se intenta entender, sino que simplemente se calibra en términos de eslogan. Lulu puede ser fallido, pero es valiente y no intenta caerle bien a nadie. Y eso es algo que, en términos artísticos, debería caer bien.