En los homenajes que se le tributan en estos días a Christopher Hitchens se suele repetir el eufemismo "honestidad intelectual" para aludir a los a menudo incomprensibles cambios de posición que a lo largo de su carrera fue adoptando el periodista, crítico y ensayista angloestadounidense, como si en última instancia sólo pudiera mantenerse fiel a sí mismo o a un muy reducido colectivo de pensadores independientes: primero laborista, luego trotskista, se fue alejando de la izquierda por la tolerancia de ésta con el islamismo y en 2001 apoyó la invasión estadounidense a Irak; pasó a alabar a la globalización capitalista como fuerza innovadora, pero seguía considerándose marxista. La trayectoria de Havel, en cambio, parece menos sinuosa: opositor pro libertad de expresión y derechos humanos durante el gobierno del Partido Comunista de Checolosvaquia, se convirtió, tras la caída de los regímenes prosoviéticos en el este de Europa, en presidente de su país.
Puede decirse, entonces, que además de la proximidad de sus muertes -la de Hitchens ocurrió el sábado, la de Havel ayer- a ambos los unió la marca del "socialismo real"; en sus últimos años, los dos se alinearían con el conservador George W Bush en sus campañas guerreras pos 11 de setiembre. Pero, sobre todo, los dos fueron escritores y grandes protagonistas de la vida intelectual de sus comunidades.
Cortina de terciopelo
Para los que gustan del rock de vanguardia, Havel fue una figura simpática: en 1989 encabezó la llamada "Revolución de terciopelo", cuya denominación en inglés, Velvet revolution, enfatizaba su conexión con la banda Velvet Underground. Aunque el bautismo del movimiento que desembocó en la caída del régimen que había gobernado el país por 40 años no está directamente ligado a la agrupación de Lou Reed, sí es cierto que Havel, así como un pequeño círculo de artistas e intelectuales checoslovacos, era fan de la banda.
En ese círculo estaban los músicos del grupo de rock y performance Plastic People of the Universe (cuya etapa temprana fue documentada por el cineasta uruguayo César de Ferrari, estudiante de cine en la escuela de Praga a finales de los 60; ver la diaria del 27/10/06). A fines de 1976, el gobierno checo encarceló a varios de los Plastic People por "promoción del desorden público". En enero comenzó a circular un documento, conocido como Carta 77, que denunciaba la situación de los músicos y la utilizaba como ejemplo de los límites a las libertades que se vivían en el país; entre los firmantes de lo que, gracias a la antipropaganda oficial, terminaría siendo un movimiento político, estaba Vaclav Havel, amigo personal de los Plastic People por su actividad como dramaturgo.
Nacido en 1936 en una familia acomodada -antes de la llegada del comunismo al poder en 1948-, Havel debió canalizar lateralmente su vocación teatral, ya que sus antecedentes de clase social le impedían estudiar artes escénicas. Sin embargo, desde principios de los 60 comenzó a hacerse un lugar como autor. En 1963 debutó con La fiesta en el jardín, una obra que interpelaba las rutinas burocráticas desde el humor absurdo. Redobló la apuesta en El memorándum (1965), en la que la locura oficinesca se filtra al lenguaje mismo. La representación de tipos sociales diversos es la tónica de su producción en los primeros 70; la que es considerada su obra cumbre, el díptico Audiencia/Protesta, está protagonizada por un álter ego de Havel llamado Ferdinand Vanek, que, liberado de la prisión política, es obligado a gerenciar una destilería, donde la desesperación lo vuelve un alcohólico; en la segunda parte, Vanek intenta convencer a un compañero artista de que firme una carta pública contra el régimen, pero el amigo es invadido por el pesimismo que le trae el recuerdo de la fracasada primavera de 1968.
Por esos años Havel también difundió el más conocido de sus ensayos políticos, El poder de los sin poder. Allí no sólo discutía la noción de "disidente" (entendiendo que es una categoría negativa aplicada desde el poder), sino que además hablaba de "estado postotalitario" para referir al sistema político de Checoslavaquia, dando a entender que el término explicaba mejor que "dictadura" la deformación burocrática de los compartibles móviles liberadores que animaban a los socialistas de cuatro década atrás.
A fines de los 80, Havel era uno de los líderes del Foro Cívico, un movimiento construido en parte sobre las bases de la Carta 77, y cuando en los dos últimos meses de 1989 se precipitó el cambio de gobierno, fue elegido por unanimidad nuevo presidente de la República Socialista de Checoslovaquia. Sería el último: en 1992 el país se dividiría tan pacíficamente como había abandonado el socialismo -Havel estuvo en contra de la secesión- y Havel sería elegido líder de una de las dos mitades resultantes, la República Checa, que gobernaría hasta 2003.
En sus últimos años, además de fungir como referente político internacional, Havel volvió a la dramaturgia. Su producción más resonante de esta etapa es la pieza Leaving (Yéndose), que, retornando al recurso autobiográfico, retrata los momentos difíciles de un veterano dirigente político; la obra fue adaptada al cine y se estrenó este año.
El padre Tereso
Uno de los gustos que se dio Havel como presidente fue conseguir que Lou Reed tocara en un concierto privado, dentro de la Casa Blanca, para él y Bill Clinton. La amistad mutua era uno de los pocos episodios positivos que el presidente estadounidense podía rescatar tras las intervenciones militares norteamericanas en Europa Central durante los 90. Para Hitchens, en cambio, Clinton era un psicópata, un manipulador, un traidor y un corrupto; además de expresarlo en varias columnas, dedicó un libro a explicarlo (No One Left to Lie To: The Values of the Worst Family, de 2004). Años antes había intervenido en defensa del ex presidente cuando se intentaba destituirlo por su vinculación sexual con la becaria Monica Lewinski.
Otro político norteamericano que también fue blanco permanente de la pluma (y la lengua: era una figura mediática) de Hitchens fue Henry Kissinger, al que consideraba un delincuente al que había que juzgar como un criminal internacional, tal como se hizo con los líderes nazis en Nürenberg. La animadversión con el antiguo canciller de Richard Nixon se debía a su papel como instigador de la guerra de Vietnam, que fue uno de los motivos que alejaron a Hitchens del Partido Laborista británico, por la negativa de éste a condenar el accionar de Estados Unidos. Además de acercarse al trotskismo, a fines de los 60 Hitchens emprendió una brillante carrera como periodista político en publicaciones de izquierda; en su autobiografía Hitch-22, publicada el año pasado, cuenta que cuando en 1973 debió viajar a Atenas para reconocer el cuerpo de su madre (que se había suicidado) aprovechó para hacer un informe sobre la dictadura que gobernaba Grecia.
En 1981, con 32 años, Hitchens se trasladó a Estados Unidos (país del que se hizo ciudadano) y continuó su carrera en diversas publicaciones (la progresista The Nation fue la mayor beneficiada). Dos de sus grandes biografías-ensayo indican que América del Norte era también una patria intelectual para él: Thomas Jefferson, autor de América idealiza a este “padre fundador” de Estados Unidos y también toma partido por el temprano intervencionismo norteamericano; Los derechos del hombre de Thomas Paine se ocupa de otro “padre fundador”, de decisivo rol en la consagración de las libertades individuales. Su otro objeto de estudio en este nivel fue George Orwell, cuya distancia del estalinismo le parecía a la vez necesaria y problemática.
Entre los personajes contemporáneos que ocupó Hitchens también estuvo la católica Madre Teresa -a la que consideraba una fanática fraudulenta que idealizaba la pobreza y relegaba la emancipación femenina-, y tal vez a partir de su mirada a esta monja búlgara pueda insinuarse una línea continua en la cambiante carrera de Hitchens: la oposición férrea a toda religión. En 1989 se apartó de la izquierda anglo por su falta de repudio enfático a la teocracia iraní, que había condenado a muerte a Salman Rushdie. En 2001 iguales motivos los llevaron a apoyar las represalias que contra Afganistán e Irak emprendió George W Bush; para él, el islamismo estaba detrás de los ataques a las Torres Gemelas y como nueva encarnación del fascismo habilitaba campañas bélicas liberadoras. En ese plan, consideró necesario pasar por alto la alianza entre Bush y el conservadurismo protestante estadounidense.
Su mayor declaración en este campo fue el libro Dios no es grande (2007), que lo colocó en la primera línea del “nuevo ateísmo” (o del “antiteísmo”, como prefería decir él), junto a filósofos como Sam Harris, Richard Dawkins y Daniel Dennett. Cuando hace dos años se conoció que tenía cáncer de esófago, Hitchens redobló su militancia, llegando al punto de pedir que no rezaran por él (ver la diaria del 10/09/11). Fue esta enfermedad la que finalmente lo mató.