-¿Cómo lo ves, cómo definirías Piel y hueso?

-Yo diría que es un disco caliente pero simple, creo que cierra bien lo que son las dos caras de la banda. La parte hitera y la parte tranqui que siempre estuvo en todos los discos -"Mi semilla", "Para no verme más", etcétera-, un montón de canciones tranquilas que siempre quedaron afuera por una supuesta historia de que si íbamos a sacar un disco de 13 canciones no daba para meter más de una o dos tranquilas. De pronto por lo que era la carrera discográfica de la banda, nunca tuvimos la valentía de hacer un disco totalmente tranqui, porque temas había. Pero date cuenta de que la carrera discográfica de la banda, aunque ya tiene 16 años, es corta. Entonces es difícil. Y lo que hicimos ahora fue eso: separarlo y mostrar las dos caras de la misma moneda.

-En relación a la carrera de la banda han grabado pocos discos. ¿Eso es porque están de gira permanentemente o porque se toman sus tiempos?

-Son varias cosas; en los primeros tiempos fue el período de [Gustavo] Santaolalla y dependió un poco de eso, pero luego empezaron las giras y quedó eso de un disco cada tres años. Yo no soy un compositor que anda de gira y se pone a escribir tal canción en el hotel tal. No, cuando estoy de gira le puedo dar toda mi energía a la gira y chau, nada más. Entonces siempre hubo que hacer un parate en las giras, empezar a componer, a ensayar y luego a escribir. Siempre lo hicimos en un parate. Imaginate que la preproducción de De bichos y flores fue de seis meses, pero porque no teníamos nada que hacer...

-Pero este disco fue compuesto principalmente en estudio. ¿Ustedes ya habían hecho eso?

-Nunca; el disco rockero fue como los demás, ya sabíamos cómo iban a ser los arreglos, los solos, todo. Del otro no sabíamos absolutamente nada; teníamos una secuencia de acordes, un par de letras... Es un disco sin batería, sin bajo. Era más experimental y fue la primera vez en la historia de la banda que hicimos algo así. No sé a qué se debió, si fue que las canciones eran tranquis o fue el productor [Rodrigo Gómez]. No me imagino hacer un disco con Santaolalla de la misma manera, primero por los tiempos de él y segundo porque fue la primera vez que alquilamos una chacra para dedicarnos sólo al disco, donde no teníamos ningún problema de horarios, más allá del agotamiento. Se daba para hacer eso.

-Me da la impresión de que aunque tiene canciones totalmente distintas a cualquier cosa que hayan hecho antes, no es un disco tan de quiebre como fue El impulso.

-No, no lo es. El impulso realmente rozó el suicidio artístico, no tiene nada que ver con aquello a lo que la gente estaba acostumbrada de La Vela: una banda para arriba, una banda con esperanza... Los personajes de El impulso son muy oscuros, muy grises, te cuentan sus problemas sin vislumbrar ninguna solución. Y musicalmente es mucho más denso, fue la primera vez que hicimos un disco para escuchar; los otros eran para agitar. Este disco nuevo es raro porque es para escuchar pero también para agitar; nosotros lo planteamos como un disco de La Vela para tocar en vivo, sin que fuera el viejo ska o el reggae. El impulso nos costó muchísimo tocarlo porque el feedback era muy raro, y además nos costó mucho meter los temas dentro del show, entre los viejos. Este disco vuelve a la parte más punkie, más simple, que en La Vela ya estaba pero mezclada con reggae y ska. Líricamente es bastante directo, me costó mucho contar historias, que es como yo hago las cosas; iba por un cuarto de la historia y la canción ya se había terminado.

-Pero en El impulso vos ya habías pasado de cantar en segunda persona o a través de personajes a una cosa mucho más introspectiva.

-Sí, en El impulso era así. Pero en este disco quise volver un poco a las historias y no pude porque era tan rápido que se me terminó. Traté de usar imágenes para decir algo concreto. No sé si me salió. Yo veía las canciones como primas hermanas; no tienen un universo propio como en los discos anteriores, en los que cada canción -"El viejo", "José sabía"- eran independientes entre ellas. En este disco veo las canciones más hermanadas.

-¿Puede ser que eso, el que no sean historias, tenga que ver con los elementos autobiográficos de este disco? Porque es más difícil historiarse a uno mismo.

-Sí, hay que tener la valentía. En los primeros tiempos, en realidad yo escribía en primera persona y después lo pasaba a tercera. Pero eso es falta de huevos. Hasta que hice "Para no verme más", de El impulso, en la que me desnudaba más y cuando traté de pasarla a tercera persona perdía todo el potencial, no quedaba nada. La dejé en primera persona. En este disco no tercericé nada y me sentí cómodo.

-¿Ese cambio tiene que ver con cambiar la percepción de lo que es una canción, o simplemente se debe a asuntos personales?

-Es un cambio personal, pero también hay algunas cosas técnicas. Cuando empezamos no sabíamos tocar ni el timbre y yo hacía canciones, pero fui aprendiendo a hacer canciones y a componer y arreglar. Cuando empezamos y tocábamos ska, ninguno de la banda escuchaba ska ni era fanático del ska, pero era fácil de tocar. Después le sacábamos 30 beat y quedaba un reggae... Pero además de ser fácil era para arriba, y eso nos cerraba la ecuación con lo que nosotros queríamos, que era hacer una fiesta arriba del escenario... malabares, teatro, 70 personas en el escenario... Después fuimos creciendo; si a eso se le llama madurar, no sé.

-Bueno, éste es un disco que tiene una presencia bastante fuerte de la muerte. Es difícil hacer un ska mortuorio...

-Es imposible, nadie se lo tomaría muy en serio. No me imagino haciendo un réquiem en ska. Pero hay algo curioso, si bien en este momento no nos sale componer ska o reggae, lo disfrutamos mucho en vivo. Lo que genera. También hay una cosa, que es que yo tengo una cosa de renegar de esa música, porque si bien es la que nos puso en un lugar, también sería repetir la fórmula.

-Este disco también tiene más presencia compositiva del Cebolla [Sebastián Cebreiro].

-Por suerte. Si bien a mí me gusta probarme y tratar de romper las fórmulas, desafiar la situación, desafiar a La Vela y desafiarme a mí, igual hay un hilo conductor muy fuerte, que no es la intención. Si entra otro a la cancha sabiendo de qué va la historia -sin que sea un collage, manteniendo una coherencia artística-, está bueno. Y el Cebolla sabe de qué va. Ojo, hay una premisa: que alguien escriba no quiere decir que el tema vaya a estar en el disco.

-Me extraña -dejando de lado al Cebolla-, teniendo en cuenta lo numerosos que es el grupo, que no se hayan largado más integrantes a componer.

-A mí también. Siempre incentivé que se pongan a escribir, a componer, pero lo máximo que he logrado es que Santi [Butler] o Rafa [Di Bello] traigan un par de riffs y que después tenga que armar toda la canción. "Llevátela y ves que hacés", me dicen... Con el que lo he logrado es con el Cebolla. Y el Mandril [Nicolás Lieutier], que siempre escribió cosas increíbles, logré que escribiera una canción, y escribió "El viejo". No lo logro nunca más...

-Es que debe vivir sólo de esa canción; metió el mayor hit de la historia de la banda.

-Claro, es imposible que no compare cualquier cosa que hace con ese tema. Ahora se animó y metió "Tentación", que me la dio a mí y a Juan [Casanova] y la pulimos. Pero es curioso, siendo ocho, que los compositores seamos siempre el Cebolla y yo. Creo que a esta altura ya es así y no va a ser de otra manera. Pero a mí también me pasa que me cuesta mucho escribir con otra persona, no puedo escribir con nadie. De hecho, en este disco lo intenté con Casanova y tuvo sus momentos buenísimos y sus momentos en los que lo quería asesinar.

-Volviendo a lo de los conciertos en vivo, me pareció muy impresionante la respuesta que tuvieron en los conciertos del Bicentenario, no recuerdo que nunca hayan hecho algo así en Montevideo.

-Yo tampoco.

-Sobre todo teniendo en cuenta que, si bien siguen siendo una banda muy popular, no es el momento de mayor explosión de La Vela.

-Es muy curioso; yo fui inconsciente, vine de Playa Hermosa, me quedé en la carpa de los músicos y ni me asomé a ver nada. De pronto viene Juan [Zas, manager de la banda] y dice: "Vení que hay gente"...

-"Ya pueden tocar que ya vino alguien"...

-No sé en qué tenía la cabeza..., y cuando subimos vimos eso y nos pegó raro. Yo puedo hablar del escenario para atrás, lo que pasó con la gente no sé. La banda tocó como si hubiéramos ensayado... Tocamos muy bien, pura adrenalina. Pero yo después me fui a Piriápolis y no me enteré de nada.

-¿No lo sentiste como una revalidación de lo que hacen? Porque en un momento más que una banda eran un fenómeno, y ya no son un fenómeno.

-Creo que nos han entendido, creo que se ha entendido de qué va y de qué fue siempre. Pasamos a una categoría en la que se entiende lo que hacemos y que no fuimos sólo la moda del momento.

-Ya no son una banda polémica, no se discute como antes sobre ustedes. Ya están...

-Más allá del bien y del mal. Sí, sentí algo así. Quizá eso haya sido lo especial. En un momento, en parte conscientemente y en parte no, nos dimos cuenta de que si queríamos vivir de esto no podíamos quedarnos acá. Y empezamos a salir, fue medio punta de lanza. Pero, lógicamente, uno no puede estar en todas partes, y empezamos a tocar menos; ya recorrimos todo Uruguay, hemos hecho durante diez años toques gratis sin sponsors... Consideramos que habíamos hecho muchísimo acá y que era el momento de ir para afuera. Pero después la típica: “Éstos no tocan más acá y no sé qué”. Yo me ofusqué y estuve mucho tiempo peleado con la idiosincrasia del uruguayo con respecto a eso.

-¿En qué sentido?

-En no valorar lo que se consiguió. El que sea más importante no hagamos más los recitales gratis de los 24 de diciembre que otras cosas. Lo hicimos diez años y nunca salimos a explicarle a nadie cómo lo hacíamos. Y de pronto éramos una banda que dejó de ser uruguaya...

-Tengo la impresión de que vos antes eras más declarativo, que dabas más tu opinión sobre un montón de cosas, mientras que ahora esencialmente hablás de música.

-Sí, porque eso es lo que me interesa. A los 22 años, cuando empezamos, tenía muchas cosas de que hablar. Ahora lo que tengo que decir lo digo en canciones. Me gustaría escuchar a alguien que fuera portavoz de la generación más joven, para entender un montón de cosas que se me escapan. Yo soy del límite de la generación X, no soy de la mecánica ni de la digital, no entiendo un montón de cosas.

-No creo que ahora haya un lugar así, de músico portavoz, porque ahora la música no es tan importante. El puesto desapareció...

-Puede ser, es tan efímero todo ahora, tan rápido... Pero me gustaría que surgiera alguien.

-Vos tenés buena relación con la gente de bandas más jóvenes. No me parece que hayan sido un objetivo a destruir por las bandas nuevas.

-Siempre me gustó la música, todo tipo, y siempre me gustaron las tras bambalinas de la música. A la vez, nunca me interesó conocer a la gente que artísticamente admiraba por miedo a una decepción. Pero acá es imposible ponerte en el lugar de banda popular o no. Me gusta hablar con las bandas, ver en qué etapa creativa están, dar o pedir una mano si se necesita... Me gusta esa interacción; no me importa una mierda qué es lo que tocan. Digo, hablando de gente que hace música honesta y sincera. Todos hacemos música y nos comemos un asado y nos cagamos de la risa. Y sé que si un día me viene un pánico escénico y quedo duro van a venir un montón de colegas a dar una mano.

-Sos uno de los músicos locales que han viajado más, pero al mismo tiempo me parece que desarrollaste un disfrute particular de Uruguay...

-Me gusta. Uno revaloriza una decisión que tomamos hace mucho tiempo, en el 99, cuando Santaolalla nos dijo que teníamos que irnos a vivir a Buenos Aires. Santaolalla ha pautado cosas interesantes, pero generalmente nunca le dimos bola y dijimos que no porque nos gustaba vivir acá. No soy un exiliado por el hecho de querer vivir de la música, y eso lo valoro un montón. Porque significa mucho haber hecho toda la historia acá. Acá nació y acá va a morir. Tiene su otra cosa; es muy diferente tocar en Alemania o en Argentina que acá. Hace poco, en una entrevista en Bahía Blanca, me preguntaban si estaba nervioso por presentar el nuevo disco allí, donde supuestamente el público es el más crítico de Argentina. Yo le dije: "Mirá, yo vengo de Uruguay. Y ahí sí que es crítica la cosa". De hecho, había obras de teatro argentinas que se probaban en Uruguay porque si andaban acá, allá rompían todo. Pero igual estás tocando en casa; lógicamente, acá tienen más derecho a crítica que no tienen en otra parte. Es un desafío...

-Es frustrante pero te pone a prueba.

-Eso es lo que me gusta, a veces es frustrante pero es el mejor sabor de un concierto. Como aquellos viejos conciertos en Alemania en los que tenías que salir a tocar para 100 personas que nunca te habían escuchado un acorde, y tenías que salir a defender las canciones por lo que eran.

-Pero ahora acá tenés el contacto público mediado, arriba del escenario, no un contacto directo.

-Bueno, yo lo tendría mucho más si la gente no anduviera con camaritas en el bolsillo todo el día. Eso es un espanto. Parece que la gente necesita el aval de las fotos. Al parecer, nadie puede creer que estuvo hablando contigo si no hay una foto. Pero después todo se pasa de la raya y sos un maldito monigote al que le dicen: "Mirá para acá, mirá para allá”. La foto es lo primordial. Pero ahí ya me cortó.

-Tenés un disco nuevo, te estás aproximando a los 40. ¿Estás contento con La Vela? ¿Te sigue entusiasmando?

-Sí. El gran hacedor psicológico de este disco fue el DVD Normalmente anormal. Sin el viaje al pasado que hicimos en ese documental, no sé qué disco hubiéramos hecho ahora. Este disco tiene mucho que ver con esa experiencia de introspección. Estos últimos trabajos son los que nos hicieron revalorizar toda nuestra historia y nuestro presente. Cada momento fue importante, y respetamos cada disco que hicimos. Y seguimos enganchaditos.