En la diaria del futuro (03-12-2011, pág. 5), el ingeniero Juan Grompone escribió: “Creo que la ciencia y la tecnología son la parte más importante de la cultura”. Se trata entonces de una creencia, que no sólo tiene fundamentos sino también condicionamientos, algunos de ellos fruto de la experiencia personal y otros derivados del contexto social.

Grompone comienza su artículo con una cita atribuida a Benjamín Franklin: “Los seres humanos son animales constructores de herramientas” y expresa su acuerdo con ella. La manifestación más sublime de este concepto es el comienzo de 2001 Odisea del espacio, de Stanley Kubrick (1968), donde un “homínido” ¿descubre? la primera herramienta, la posibilidad de aumentar la potencia de su extremidad superior mediante la prehensión de un hueso largo, con el que descarga golpes sobre restos esqueléticos. Luego -¿fascinado?- lanza al aire su “herramienta”, que lentamente se transforma en una nave espacial. Parece muy difícil atribuir esta genialidad a los medios tecnológicos con los que contaba Kubrick en su momento. Hay algo más.

Tengo la impresión de que las palabras de Franklin, que orientan a Grompone, constituyen una expresión de “materialismo reduccionista” (quizá podría mejor llamarse “reduccionismo materialista”). Albert Einstein, en “Necesidad de una cultura ética” (Mi visión del mundo, Tusquets Editores, 2010, pág. 25) afirma: “La búsqueda de una estructuración ético-moral de la vida en común es de importancia vital. Aquí no nos puede salvar ninguna ciencia. Incluso creo que la sobrevaloración de lo intelectual en nuestra educación, dirigida hacia la eficacia y la practicidad, ha perjudicado los valores éticos”. Un poco más adelante expresa que “el perfeccionamiento ético y moral es una meta más cercana a las tareas del arte que a las de la ciencia”. También hace referencia al entusiasmo ¿irreflexivo? que despertaban los avances tecnológicos de fines del Siglo XIX y principios del XX.

No puedo menos que recordar la fascinación de Lenin por la electricidad como determinante de “liberación”, ni su aplicación a la silla eléctrica, que en Estados Unidos “humanizó” las condenas a muerte en la horca. El historiador británico Eric Hobsbawm deslinda con claridad en su último libro (Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo 1840-2011) los aportes de Marx de las visiones “materialistas” que fundamentaron “el socialismo realmente existente” del siglo XX.

Con muy cuidadosa modestia me animo a sugerir un pequeño agregado al principio fundante de lo humano de Franklin-Grompone: “los seres humanos son constructores de mitos y herramientas”. Cuál es huevo y cuál gallina no lo sé y no creo que interese. Hace unos años, en un viaje a Grecia, pude constatar esta construcción interrelacionada. En Epidauro se fundó el primer hospital de la cultura greco-latina, y desde ahí se expandió “la herramienta para atender enfermos” al resto del mundo conocido. Esto fue así porque existió el mito de Quirón y Asclepio (Esculapio): el centauro Quirón salva de la muerte a Asclepio, hijo de Apolo y una mortal a quien el dios decide incinerar estando embarazada; Quirón le abre el vientre y salva al hijo, a quien luego le enseñará el arte de la medicina. La peregrinación constante de pacientes al templo de Asclepio lo transformó en hospital.

Años atrás las universidades en Inglaterra (no sé si todas) eliminaron el latín de sus planes de estudio. Un trabajo prospectivo para evaluar los efectos de esa medida demostró que había determinado un descenso en la capacidad intelectual de los egresados. ¿Cómo se explica esto? No lo sé, pero algo dice Einstein en el libro antes citado, al afirmar que el uso común del latín en Europa, hasta el siglo XVII, generaba una “comunidad de espíritus” entre artistas y científicos. Mi breve experiencia en un curso de latín en la Facultad de Humanidades me permitió vislumbrar la importancia que puede tener “el origen y la historia de las palabras que usamos” en el acervo personal.

Tengo la impresión de que buena parte de la polémica actual sobre “medios y fines de la educación” se debe a falta de discernimiento entre “instrucción” y “educación”. No es casual que hasta hace no tanto el actual Ministerio de Educación y Cultura se llamara Ministerio de Instrucción Pública. El verticalismo es el medio esencial de la instrucción, y su finalidad es crear individuos funcionales a tareas preestablecidas. Podría decirse que el paradigma es la instrucción militar. Como decía Einstein: “Cuando los veo desfilar pienso 'no es necesario el cerebro, alcanza con la médula'”. Esto se expresa también mediante la insistencia casi exclusiva en la formación de individuos capaces de insertarse en el “mercado laboral”. Algo de esto impregna la creencia de Grompone, cuando contrapone a “Uruguay natural” (frase hueca si las hay), “Uruguay tecnológico”, otra frase hueca.

En Estados Unidos un alto porcentaje de egresados de carreras científico-tecnológicas (léase ingeniería y ramas afines) se vuelcan a ser traders de la “industria” financiera, porque pueden ganar en un día lo que su inserción en la economía real les reportaría en un año.

Una importante empresa internacional de tecnología electrónica busca ingenieros con esa especialización. No le interesan los antecedentes curriculares y laborales, ni evalúa la capacidad de aprendizaje y creatividad de los postulantes. ¡Sólo le interesa si conocen y manejan el software que utiliza la empresa!

Cuando se habla de educación, una referencia obligada es Paulo Freire y su pedagogía de alfabetización. Sería muy extenso analizarla en detalle: baste decir que se basa en el aprendizaje a punto de partida de la realidad de los educandos, y en el establecimiento de relaciones “horizontales” con el docente y en el aula. No otro es el origen de las universidades en la Edad Media.

Esta propuesta metodológica es aplicable y fructífera a cualquier nivel del proceso educativo, y para muestra basta un botón, la experiencia infantil de La Caja, en Carmelo (ver la diaria del futuro, pág. 7). A partir de su experiencia en grupos de música y danza, los niños y niñas participantes, de 8 a 10 años, “reflexionan” sobre el futuro.

Agustina: “Todo va a estar dominado por tecnología. Los microondas van a tener patitas y traernos la comida; pero queremos hacer cosas por nosotros mismos. Si alguien lo necesita, que lo use, pero si podemos hacerlo solos, mejor”. Candela agrega que es posible que en 2031 los instrumentos se toquen solos, pero confiesa que no le ve la gracia. Tiana: “No se puede decir que la tecnología avanzará, es como un signo de interrogación. A todos nos gustan los aparatitos tecnológicos, pero también estaremos tristes porque los instrumentos que nos gusta tocar se tocarían solos”.

A punto de partida de experiencias como ésa no se me ocurre plantear la alternativa de un “Uruguay musical” o un “Uruguay danzarín”.