Esta Navidad ha llegado a nuestro balcón un pajarito con berretines de Jorge Rial del mercadito editorial para contarnos sobre algunos de los libros más vendidos del momento. Empezó su gorjeo repitiendo la frase de Horacio Buscaglia: “¡Qué sponsor la muerte!”.
Se refería a la biografía de Steve Jobs escrita por Walter Isaacson, hombre que ha hecho de la vida ajena un verdadero sacerdocio: Albert Einstein, Benjamin Franklin, el inigualable premio Nobel de la paz -sí- Henry Kissinger. El libro en cuestión se titula así nomás: Steve Jobs, como buscando la fácil recordación con la que sueña toda marca registrada, como si dijera (metonimia de ida y vuelta) "Apple".
Ni bien Jobs estiró la pata se apersonaron a las librerías hordas de admiradores del ilustre finado a preguntar ansiosos si ya había llegado al país su tan esperada biografía. Pasó como pasa cuando sale campeón algún cuadro chico y aparecen de abajo de las piedras montones de hinchas que uno no recuerda que alguna vez se hayan manifestado siquiera como tímidos simpatizantes de ese cuadro.
Steve Jobs fue uno de esos títulos para los cuales los libreros confeccionan listas de espera para avisarles a los clientes interesados ni bien esté disponible, cuidándose de que no les ganen de mano otros colegas. Así las cosas, la primera salida del libro, una partida muy reducida en comparación con la demanda, fue agotada en un periquete dejando a los vendedores muy nerviosos ante la posibilidad de quedarse para las fiestas sin uno de esos libros que por sí solos levantan la caja del día.
Pero todo volvió a la calma en menos tiempo del imaginado cuando las mesas de novedades se llenaron de pilas de libros con la cara de un Jobs maduro mirándonos a los ojos desde la tapa y un Jobs mocito haciendo lo mismo en la contratapa, de manera tal que muchos jóvenes profesionales, muchos jóvenes estudiantes con ganas de emularlo habrán recibido su Steve Jobs como regalo de Papá Noel (que, nunca está demás recordarlo, son los padres), y también muchos veteranos piolas que salen a correr por la rambla.
Pasado rendidor
Ideal para el arbolito de Navidad del comité de base, habrán pensado algunos socarronamente; sin embargo, Ana, la guerrillera apareció con papel de regalo (pero con tarjeta de cambio por si las moscas) en más de un hogar petitero. Si el título de la biografía de Jobs apelaba al recurso de la marca, al lenguaje -a veces como de cotelete pero siempre público- del mercado, el libro sobre la vida de Lucía Topolansky apela a la clave secreta, a la seña de identidad clandestina: “Ana” era su alias en el MLN.
Ana, la guerrillera es el típico libro de política nacional (en el sentido más requeteamplio del anaquel) que las librerías despachan de lo lindo en cada víspera de Navidad, como lo fueron otras veces La agonía de una democracia, de Julio María Sanguinetti, En penumbras, de Fernando Amado (y su actual secuela La masonería uruguaya), o Historias tupamaras, de Leonardo Haberkorn (y su ladero actual Milicos y tupas). Todos los editores del pago sueñan con copar la parada navideña con un libro rompeportones de éstos; Fin de Siglo tiene carpeta de sobra en estas lides, pero las multinacionales vienen afinando la puntería año tras año.
La filial criolla de Ediciones B (de origen español, con larga presencia en el mercado local como importadora pero hasta hace un tiempo escasa producción nacional), en una inteligente (y sobre todo rendidora) estrategia, apuesta nuevamente al dúo -a lo cantopopu- de Alberto Silva y Nelson Caula para hacerse un lugar en la taquillera biblioteca de los libros que abordan con mayor o menor seriedad, con enfoques más o menos peregrinos, con corazoncitos más o menos expuestos, esa cosa que llamamos pasado reciente, y que en muchos casos (en muchos libros como éste) se extiende hasta el más inmediato presente. De los mismos autores la editorial había publicado hace un par de años (con suceso de ventas) una reedición completa de Alto el fuego. El golpe de Estado en el Uruguay de 1973 y su porqué (con CD y todo) y lo sacó luego también en formato de bolsillo (y sin escatimar el CD).
Si los empleados de las librerías han hecho bien su trabajo a pesar del trajín de estas fechas, tomándose la precaución de borrar el precio de los libros al momento de prepararlos para regalo, quienes hayan recibido el obsequio de un Steve Jobs o un Ana, la guerrillera (o los dos juntos, quién les dice) no sabrán cuántos morlacos invirtieron en ellos sus parientes, amigos o patas de lana. La verdad de la milanesa es ésta: Steve = $ 0,93 por página; Ana = $ 1,84.
Para algunos este dato será una mera indiscreción; pero estarán aquellos que se horrorizarán ante la posibilidad de que una palabra como liderazgo o innovación cotice menos en letra impresa que otras como militancia o revolución; a otros esto mismo los reconfortará aunque deban romper el chanchito para completar la suma del libro.
En cualquier caso, estos números hablan de algunos melindres que tiene el mercado editorial por estos lares: un libro que, si bien se imprime aquí, viene cocinado desde la casa central de la editorial (traducción, diagramación, etcétera), digamos un “enlatado” (comparándolo laxamente con los productos audiovisuales), termina costando al público la mitad que un bizcocho amasado y horneado de principio a fin en el país, no tomando el precio final donde la relación se invierte sino haciendo el cálculo por página (vara de medición un poco caprichosa, pero a sabiendas de que se trata de libros impresos con una calidad de materiales semejante en la misma imprenta montevideana).
A modo de despedida y saludo de fin de año nuestro pajarito informante nos dijo: “¡Vermú con papas fritas y good show!”.