Ante unas 200 personas, Orhan Pamuk (Estambul, 1952) fue entrevistado por el escritor Carlos María Domínguez tras una presentación triple a cargo del director de Cultura, Hugo Achugar, del ministro del ramo, Ricardo Ehrlich, que le obsequió una pequeña escultura de Octavio Podestá, y de la presidenta de la Cámara del Libro, Alicia Guglielmo, que le entregó una “medalla de legionario”.

El argentino Domínguez eligió abrir con una pregunta sobre Borges, en el entendido de que su compatriota le habría hecho ver a Pamuk la cultura y la mente islámica de una manera distinta. Pamuk recordó las reflexiones de Borges sobre la ausencia de camellos en el Corán y la asoció a la opinión de Maupassant sobre la conveniencia de observar París desde la Torre Eiffel como forma de evitar la contemplación de la torre. “Nos estaban hablando de evitar los clichés. 'La mente islámica' es una generalización demasiado grande, se trata de distinciones abstractas. En Estambul no se piensa sobre la mente occidental o la mente oriental. Todos somos individuos y la literatura se refiere a las individualidades. Es muy difícil hacer referencia a una religión en una frase, pero lo intentaré. Todas las culturas orientales tienen problemas para reconciliarse con la modernidad. Todo el mundo quiere modernidad y a la vez conservar sus tradiciones. Lo vi en Corea, Japón, Escandinavia, Canadá: todos aprecian su propia cultura y no la quieren perder. El deseo global es abrazar la modernidad y conservar las tradiciones, pero es difícil y aun contradictorio. Ser moderno es en parte dejar atrás el pasado, y abrazar el pasado es rechazar la modernidad. Pero no son contradicciones insalvables, se puede encontrar armonía. La cultura turca es parte del mundo islámico, pero desde hace 200 años pertenece también a la modernidad. Pero no generalicemos: no todos los turcos quieren ser europeos, ni es una división en mitades. Este tipo de enfrentamiento existe, pero se da a nivel de corazones, en cada persona. Tampoco se trata de que haya buenos y malos.

Domínguez insistió con Borges y Pamuk aclaró: “Borges no cambió mi percepción del mundo islámico, pero sí me enseñó sobre metafísica literaria. Borges me hizo ver las obras clásicas islámicas desde un punto de vista más literario que religioso. Usé esas relecturas en mis novelas El libro negro y Mi nombre es Rojo”.

Luego Domínguez citó a la escritora estadounidense Flannery O'Connor y sus consideraciones sobre el aporte del cristianismo al arte de la narración. Sobre el aporte del islam, Pamuk dijo: “Mi religión es la literatura. Los dioses están en la mezquita. Respeto los templos, pero mis problemas son los del individuos. Trato de identificarme con la gente que me rodea. Al principio uno lo hace con los que más se le asemejan, pero luego ese círculo se amplía y uno se identifica con todo el mundo, con gente que no es común. El arte de la novela está basado en un fuerte talento humano: podemos sentir el dolor de otros en nuestro corazón. Sentimos la ira, la frustración, la amargura de otros. A través de la imaginacion podemos tratar de entender lo que sienten o sufren otros. Esta es la tarea del novelista. Para hacer eso no se precisan opiniones políticas demasiado fuertes. Debido a la fama que adquirí tuve problemas políticos, pero mi imaginación no es esencialmente política. Mi política viene del arte de la novela. Bertolt Brecht dijo que si te preguntan por tu opinión política no muestres tu carné, sino tus libros. El novelista muestra su compromiso no a través del partido sino de su obra. El que puede idenficarse con una persona distinta de uno en un libro -por ejemplo, si yo escribo desde el punto de vista de una mujer en primera persona- está siendo político. O el que trata de identificarse con alguien que no tuvo tanta suerte como uno”.

En 2007 el gobierno turco le inició un juicio a Pamuk por afirmar que su estado había asesinado a un millón de armenios y a 30.000 kurdos. “Puede ser que escriba para entretenerme, pero siempre tengo problemas políticos. Tener ambiciones políticas es respetable, pero la generación de escritores turcos anterior a la mía desperdició su talento en la política. Nunca me consideré un escritor político y siempre me parece importante distinguir entre lo político y lo estético. Escribo mis libros porque me gusta leer buenas novelas y me pregunto si puedo hacerlo. Mi política viene de mi sentido como ciudadano que siente obligación de hablar de ciertos temas. No estoy contento con la fama política que me confirió el gobieron turco al hacerme blanco de algunas causas. Buenos amigos de juventud se metieron en política y fueron torturados, presos. Yo estaba en casa escribiendo. Quiero dejarlo claro. En Latinoamérica los que fueron presos y torturados ahora son presidentes; es un gran avance”.

Sin embargo, en una de sus novelas, Nieve, Pamuk se acerca bastante a la reflexión política directa: “Convertí una ciudad del noreste en un microcosmos de Turquía para todos los problemas del país: islamismo, fundamentalismo, secularismo, presencia del ejército, nacionalismo. Pero para mí una novela no es propaganda, sino descripción de la realidad humana. Nieve puede ser política, pero en el fondo quiere reflejar el espíritu del país. Me llamo Rojo ocurre en 1591. Allí discutí los problemas de la influencia occidental en una cultura no occidental a través de la pintura. El arte del retrato surgió en el Renacimiento y rápidamente se expandió al resto del mundo. Hoy, por ejemplo, la forma literaria global es la novela y se discute mucho. Pero no discutimos que la pintura del Renacimiento es el arte global. Quería discutir las consecuencias de estos cambios culturales”.

Desde el público se le preguntó si, tal como había dicho Camus, el Nobel aleja al escritor de la gente. Pamuk contestó enojado: “El premio ayudó a Camus; lo sé porque Gallimard lo publicaba a él y me publica a mí. Es su mayor bestseller a largo plazo. Me hacen preguntas esperando que hable mal del Nobel, pero no es así: es una muy buena cosa”.

Sobre su método de escritura, el turco cree ser más disciplinado que otros colegas: “Para mí una novela es una maratón. Escribo 160, 200 páginas por año. Cada 1º de enero digo que voy a llegar a las 250, pero siempre termino en el promedio. Supongo que eso refleja mi carácter, pero trabajo muchísimo. Las ideas para una novela aparecen fácil, a cualquiera se le ocurren; lo difícil es seguirlas y ejecutarlas disciplinadamente. Podemos comparar una novela con un árbol de 10.000 hojas. El lector ingenuo puede creer que el escritor se imagina estas hojas de golpe. En realidad, hay que imaginarse hoja por hoja durante cuatro años. Pero para hacerlo hay que tener el tronco y las ramas. Luego las ramas ayudan a crear las hojas y éstas a la rama. Tomo notas por mucho tiempo luego de que aparece una idea. Si la idea me gusta, me apasiona, ya tengo un montón de hojas escritas desde antes. Lo siguiente es armar una historia, una trama, y dividirla en capítulos. Y ahí empiezo una a una con las hojas. Así puedo ir capítulo a capítulo. Lo vengo haciendo durante los últimos 38 años. Escribir novelas es hermoso, inténtelo. No entren en pánico”, aconsejó.