“Te nos vas a ir en lágrimas”, le dijo uno de los técnicos que la vio profundamente emocionada luego de la despedida con aplausos del público y el elenco. Mientras, ella explicaba en entrevista con la diaria que no eran lágrimas de desconsuelo sino de profunda emoción por haber vivido la danza con mucha felicidad, disfrutado al máximo de su profesión y por tener la certeza de que “colgar las zapatillas” no equivale a dejar su vocación de lado.
Una en 100
Con el título “Los cien mejores bailarines del mundo”, la revista Danza Europa publicó en una reciente edición un exhaustivo listado realizado por críticos especializados en danza de distintas partes del mundo con las figuras más destacadas de la temporada 2010-2011. La consigna era sencilla: cada crítico debía nominar hasta diez bailarines que hubieran dado una interpretación sobresaliente durante la temporada. El jurado estuvo integrado por especialistas de Italia, Holanda, Francia, Alemania, España, Australia, Portugal, Estados Unidos, Japón y Uruguay, que fue representado por Lucía Chilibroste de El País Cultural. La buena nueva es que la uruguaya Rosina Gil, recientemente nombrada primera bailarina del BNS, figura entre los 100 bailarines más destacados del mundo por su notable interpretación de Blanche DuBois en la obra del coreógrafo argentino Mauricio Wainrot, Un tranvía llamado deseo, que se estrenó en marzo en Montevideo.
La distinción no es menor si se tiene en cuenta que se trata de una prestigiosa revista especializada en danza y que la primera bailarina uruguaya figura junto a otras luminarias de la danza a nivel internacional de la talla de la francesa Sylvie Guillem (posiblemente la bailarina mejor formada y paga del mundo) nominada por Ajö, Manon, Rearray y Bye, la canadiense Louise Lecavallier por Children y A few minutes of Lock, el ruso Ivan Vasiliev por Flammes, Don Quijote y Le Jeune Homme et la mort, la española Tamara Rojo por Farewell, Five Brahms Waltzes in the manner of Isadora Duncan y la cubana Viengsay Valdés, por mencionar sólo algunas.
A girar mi amor
Bocca cerró la temporada 2011 con El Cascanueces como regalo de navidad. Algunas cifras para ir haciendo boca: 12.000 personas presenciaron Un tranvía llamado deseo, más de 4.000 espectadores dijeron presente en la Gala de Ballet II, más de 13.000 vieron El Corsario y El Cascanueces se realizó con funciones agotadas.
Además, el argentino ya tiene prevista la temporada 2012, que comenzará en abril con La Bayadera, con coreografía de Natalia Makarova, y continuará con la Gala de Ballet III, con coreografías de Antony Tudor (Leaves are fading), Nacho Duato (Whitout words) y Martín Inthamoussu, y música de Jorge Drexler (Tres Hologramas).
También está prevista una gira por el interior del país del 23 al 30 de junio y una gira internacional latinoamericana por Paraguay, Chile, Colombia, Venezuela y México del 18 de junio al 5 de agosto. Luego vendrán La viuda alegre y nuevamente El Cascanueces, cumpliendo con el ritual de la tradicional puesta en escena balletómana para Navidad.
El retiro de los escenarios suele ser una decisión difícil de tomar en la vida de las bailarinas. Si bien hay excepciones que confirman la regla -como la de Maia Plissetskaia, que a los 70 años continuaba bailando el Ave Maia que creó para ella el propio Maurice Béjart, o Margot Fonteyn la mítica pareja de Rudolf Nureyev, que se retiró pasados los 50-, en general, ese dilema se sortea en el entorno de los 40 años de edad.
Sin dramatismos y con el consenso de que todavía tenía mucho para dar como bailarina, Sajac optó por retirarse antes de ver decrecer el nivel que supo mantener en los escenarios o experimentar que el cuerpo no rinde como antes. “En danza clásica, en particular, es muy ingrato no rendir técnicamente; no quise estar en el escenario y escuchar al público diciendo ‘por qué no se va’; hay que saber en qué momento retirarse y retirarse bien. No es que no pueda seguir bailando, creo que puedo seguir haciéndolo; a cierta edad uno tiene más experiencia, más cosas vividas y puede ser más artista, pero no siempre es fácil definir el límite, cuando se pasa la línea y el nivel comienza a bajar. Siempre dije que si no me daba cuenta me avisaran”, dijo la bailarina que formó parte del Ballet Nacional del SODRE (BNS) durante 26 años.
La prima ballerina assoluta y actual directora del Ballet de Cuba, Alicia Alonso, dijo alguna vez “que un bailarín no deja de bailar jamás” y que ella ahora baila con fantasía. Para Sajac: “Las carreras pueden cerrarse o desvanecerse, a mí me pasó que se cerró. Tiene que ver con la posibilidad de estar desde otro lugar vinculada a la danza”.
A tomar la decisión la ayudaron la perspectiva de continuar vinculada al SODRE, tener a Julio Bocca como director, un teatro maravilloso y una función homenaje de cierre de carrera como no se veía desde que Sara Nieto colgó las zapatillas en 1996 en el teatro Solís: “Me siento privilegiada, lo mereció mucha gente y me tocó a mí. Estoy emocionada pero no es un duelo”.
Hasta la vuelta
Para Sajac, cuya carrera estuvo signada por roles más bien dramáticos como el de Delmira Agustini, que interpretó apenas ingresó al Sodre con 17 años, el de Myrtha, la vengativa reina de las Willis en Giselle, y la seductora Odile de El lago de los cisnes, era difícil imaginar que su rol de despedida iba a ser el Hada del Azúcar de El Cascanueces. Sin embargo, encontró algo significativo en ello ya que su primer papel fue en ese mismo ballet interpretando a uno de los ratoncitos. Además, el hada es un papel “mágico, sin dramatismo, feliz, de bienestar”.
De todas formas, en su fuero íntimo, su despedida fue unos meses antes cuando dio una magnífica interpretación de Blanche DuBois, la atribulada protagonista de Un tranvía llamado deseo, un personaje bastante menos edulcorado y con más carácter que la soberana del reino de los dulces. En ese momento, pensó que si dejaba de bailar podía darse por satisfecha. “Siempre me tocaron roles fuertes y me encantan, me siento cómoda en ellos”, recordó la bailarina, que ingresó a la Escuela Nacional de Danza (END) bajo la dirección de Margaret Graham, luego de que a su madre le dijeran que su hija tenía condiciones para el ballet.
Lo que siguió se produjo con más disciplina que sacrificio: se presentó a una audición, la tomaron y todo fue como un juego. A los 16 años ingresó al SODRE junto con Ana Claudia Villamil y Cristina Chamorro, luego de seis años en los que no hubo concurso. Desde 1988 se desempeñó como solista de la compañía.
“Cuando uno tiene condiciones es más sencillo, también cuando uno es inteligente. Podés tener todas las condiciones del mundo pero si no sos inteligente estás en el horno; pasa por una cantidad de componentes como el apoyo, la fuerza, los maestros que te toquen, no sólo por tener condiciones. En ese sentido creo que mis fortalezas fueron amar lo que hago y tener referentes y maestros que me acompañaron, creo que solo no se puede, uno trae potencial físico y artístico pero si no hay nada del otro lado es muy difícil. Tuve la suerte de contar con grandes maestros como Fernando Alberto Alonso, de que me tomara un ensayo Alicia Alonso y de tener a Julio sentado mirándote, que se te aprieta todo cada vez que entra al salón porque viene él y su carrera, él y su trayectoria, es increíble, entra y se hace un silencio”, dijo a la diaria.
También tuvo la dicha de trabajar con coreógrafos nacionales y extranjeros de la talla de Gigi Caciuleanu (que la invitó para el montaje de Mozartissimo junto al Ballet del Sur de Bahía Blanca, Argentina), Françoise Adret, Domingo Vera, Graciela Figueroa, Elsa Vallarino, Florencia Varela, Rodolfo Lastra, Eduardo Ramírez y Oscar Araíz, por mencionar sólo algunos. Según cuenta, le quedaron grabadas las palabras de Mariel Odera: “tenés que bailar con los ovarios”, y las de Sandra Giacosa que siempre le decía que disfrutara del ballet, que de eso se trata.
Otra historia
Si bien no siempre tuvo claro que iba a ser bailarina la primera vez que calzó sus puntas dijo “yo de aquí no me bajo”. Por eso le resultó revelador trabajar con coreógrafos contemporáneos como el francés Denis Plassard, que la seleccionó para formar parte de Montevideo X 4, un proyecto franco-uruguayo de danza contemporánea en el que también participaron Andrea Lamana y Andrea Arobba, que le permitió representar a Uruguay en la bienal de arte de Lyon, Francia, y “creer que no solamente existe la zapatilla de punta”.
“Yo no había trabajado nunca ese tipo de lenguaje, estuve meses que no podía levantar los brazos porque no sabía tirarme al piso, me reventaba, quedaba toda machucada. Es un lenguaje nuevo que incorporás, es otra concepción del cuerpo y de la danza. Todo aporta y es bueno dejar de encasillarse, uno no es bailarín clásico, es bailarín. La danza no es sólo puntas, pasa por otros lados. El otro día me preguntaron qué iba a hacer y yo dije que quería estudiar teatro, hacer cine, que pueden aparecer proyectos interesantes en los que me puedo colgar. Son sueños que tengo y todos se me han ido dando”.
Atrás quedaron los tiempos difíciles cuando la compañía no tenía teatro propio, cambiaba de directores a cada rato y escaseaban los recursos y los espectadores. “Supimos trabajar sin casa, hubo generaciones trabajando en la caja de zapatos, sin calefacción, sin nada. Esto que tenemos ahora es increíble y lo tenemos gracias a que muchas generaciones aguantamos aquello para poder cumplir los 75 años y poder bailar en el teatro y seguir luchando por esto, no hay que olvidarse de eso”.
Consultada sobre las posibilidades reales que se abren para una bailarina más allá de los escenarios, mencionó que continúan luchando para obtener una jubilación. “Antes no creíamos que las soluciones llegaban, ahora hay otras posibilidades, condiciones que antes no teníamos, eso me hace pensar que tal vez eso también se resuelva. Yo pensaba que este teatro nunca se iba a terminar y se terminó”, dijo.
También existió la fortuna de ver renacer al SODRE de varias y fecundas maneras. “Luego de la llegada de Bocca hubo que unificar la compañía, sentirnos un grupo. De golpe no tenía mi lugar en la barra, pero mi lugar igual estaba ahí, fue todo un aprendizaje que se logró de manera muy rápida. El día que estrenamos el teatro con una obra de Alejandro Godoy no podía creer que había pisado este escenario que tiene una cosa muy cálida, es muy grande pero igual sentís que te abraza. El primer día que subí sentí que esto no es nuevo, esto tiene historia”.