Marcelo Jelen

Mi pasaje por Teatro Uno fue fugaz, pero cautivador y cultivador. Caí en una generación que después se destacaría mucho en teatro, fuera de Teatro Uno, con gente como María Dodera y César Troncoso. Tanto a ellos como a los que no seguiríamos "haciendo" teatro creo que se nos nota la marca, que llevo como una gozosa mochila. Como en los buenos sistemas de enseñanza, esos tipos (estábamos "los de Alberto" y "los del Bebe") no te enseñaban para un laburo sino para vivir.

Todo corría con mucha intensidad. Aprendí a relacionarme con mi cuerpo y con mis emociones con intensidad, y los integrantes del grupo nos relacionábamos con intensidad entre nosotros. Llegábamos a niveles de sinceridad con los que aprendíamos mucho, a veces con dolor, porque nos mandábamos intensas cagadas. Los 80, con sus rasgos de desilusionante apertura política y su tan tilingo destape cultural, no tenían tanto que ver con esa intensidad como la personalidad de sus gestores, la de Alberto, en mi caso. Me parece que, además, Alberto era un inductor de lo intenso, y todavía no entiendo mediante qué instrumentos. Esa intensidad es algo que nos veo en común a los que estuvimos ahí. Lo encuentro incluso entre los que hoy dicen detestar a Alberto y a la memoria del Bebe, que los hay. Que haya quienes los detesten me parece inevitable y comprensible, ni siquiera me parece una traición. Es la propia intensidad lo que lo hace inevitable.

Otro aprendizaje fundamental, como si lo otro fuera poco: Alberto Restuccia me enseñó a beber whisky.

Daniel Figares

Estudié en Teatro Uno brevemente, en los años 80, antes de trabajar en radio. De adolescente en el liceo Seminario se hacían concursos de sketches y siempre los ganaba, y eso me había quedado como una cosa pendiente. No soy una persona de teatro, no voy al teatro, no soy afecto a la dramaturgia ni es mi lenguaje y obras de teatro he visto muy pocas, pero me acuerdo siempre de Salsipuedes, el exterminio de los charrúas por lo que fue la obra y porque incorporaron la existencia del genocidio de los charrúas y además noticiaron e instruyeron históricamente sobre estos hechos en una puesta en escena fantástica. Tampoco voy a olvidar Haciendo Buko, de Charles Bukowsky, con Ana Blankleider. A mí la gorda me encantaba como mina de Bukowsky.

Con el Bebe Cerminara estuvimos en contacto por trabajar juntos en la radio.Tenía una columna en la que una vez por semana leía desde Ionesco a Morosoli; era un capo leyendo los cuentos. Miércoles a miércoles, por tres años, pude estar con él y hablábamos de muchas cosas. Fuimos buenos amigos y bueno, entre las cosas ingratas que me tocó presenciar está el gran deterioro de su salud por los trámites con Casa del Teatro, que el Bebe amó toda su vida. Para él era una obsesión, era su preocupación y su vida. La pérdida de ese lugar fue un desencadenante que hizo que su salud se deteriorara. En alguna charla que tuve con él fui muy crítico con las cosas que me parecía porque todos los días le hacían un cuento nuevo y sabía que al final le iban a cerrar la Casa del Teatro. Me acuerdo de que estuve con él el miércoles anterior a su muerte. Había ido a la radio y me dijo: “¿Sabés Daniel que tenías razón?”: tuvo la convicción de que efectivamente iba a perder la Casa del Teatro, se dio cuenta de que había sido traicionado, de que todo había sido un chuco y bueno, ahora lo que hay ahí es un gimnasio. Yo creo que con eso se fue la vida del Bebe Cerminara, no sólo por eso, por el sufrimiento anterior, y quienes pudimos verlo semana a semana vimos que no fue sólo una preocupación psicológica. Con él se ha ido otro de los grandes referentes de la cultura nacional en épocas en las que no parece haber recambio generacional.

María Dodera

Recién llegadita a estudiar en la Universidad (1986), venía del interior; en uno de esos deambulares por Montevideo, causalmente pasé por un garaje en Rivera y Bulevar (hoy transformado en un local de la Española), vi un cartel que decía "Se dictan clases de teatro"; ya había experimentado algo en el Teatro Universitario y entré casi sin cuestionármelo mucho. También causalmente estaba por empezar una clase en 45 minutos y esperé, me quedé, y es una de esas cosas que nunca dejás de agradecerle a la vida… y aquí estoy.

Recuerdo que el encuentro lo lideró Alberto Restuccia, que nos propuso realizar una pequeña pieza teatral con una guía telefónica. En los primeros instantes me dije ¿cómo hacer un texto de un simple abecedario? Restuccia sólo sonrió.

A esas propuestas le siguieron la escritura automática (desde el inconsciente), método que hoy utilizo bajo el nombre de “dramaturgia del actor”, actuaciones en boliches, en calles, esquinas (en los 90, auge del teatro en lugares no convencionales), pero especialmente recuerdo una anécdota en el Circo de Montevideo, en el Parque de los Aliados. Interpreté ahí El pequeño fascista que llevo dentro -que elaboré en las clases de investigación y dirigida por Alberto- ante una audiencia de punkies, y en el medio de la actuación uno me grita hasta reventarse la garganta: “¡Bajate, gorda!” (era un poco gordita pero no para tanto) y lo miré fijo, muy fijo, hasta que el punk se calló y al terminar subió a darme un beso.

Teatro Uno es una huella que llevo a diario, que me hizo descubrir que “las escuelas de teatro” hay que pasarlas para olvidarlas, que las instituciones son interesantes en pequeñas dosis, que la creación está dentro nuestro y que en definitiva es la generadora de más creación, que la ética es generosidad en la creación, porque me demostró que la creación es un manantial (es ilimitada) cuando es auténtica. Me hizo descubrir y decirme: “En cualquier baldosa me monto un teatro”.

“El teatro se cocina en los bares”: realmente muchas veces las ideas más locas surgían en la noche, en algún bar (La Giralda era el más visitado). Hoy me pregunto si es necesario que las ideas surjan en los bares, creo que no (estoy más clásica), pero nosotros éramos así, nos sentíamos "el clan de los noctámbulos visitantes de bares con bebidas espirituosas" y de ahí no sólo salían "locuras" sino mucha vida, muchas historias de vida (que en definitiva algo tiene que ver).

A Restuccia le agradezco mi libertad. Y al Bebe muchas cosas: la obsesión y la pasión y también los celos, pero en la vida. El Bebe era muy pasional. Pero lo que más le debo al Bebe es haber aprendido el significado de los “chirimbolos de Navidad” y que "la fama es puro cuento”.

Después de un tiempo de estar en Teatro Uno necesité transitar otras escuelas en busca de técnicas. Restuccia como un padre librepensador me dijo: "Ve y haz tu camino" y Bebe en un ataque de furia y celos (con amor y mucha humanidad) me dijo: “¡No puede ser! Vos lo que querés es estar en alguna marquesina y eso te vas a dar cuenta que es puro cuento!”.

Como la plantita que regamos todos los días y que está al lado de nuestra puerta, Teatro Uno es mi plantita. ¡Feliz cumpleaños!

Alessandro Maradei

Después de egresar de la EMAD y pasar por todo tipo de teatro clásico me sumergí por 1994 en un tipo de escuela totalmente distinta: la Casa del Teatro. La biblia era El teatro y su doble, de Artaud. Trabajábamos la violencia de las imágenes con la idea de atacar directamente al organismo, para modificar al actor y al espectador. Temas recurrentes eran la locura,el sexo, el suicidio.

En Locus solus Restuccia decía: "Las gentes estamos cada vez más locas; 'locus' quiere decir también lugar, 'solus' quiere decir solitario, yo estoy conmigo, vos ¿estás solo? Dejémonos de joder o jodamos para vivir".

Bebe Cerminara, un divino, de los mejores actores que he visto en este país, cuando le preguntaban la edad decía que había nacido hace más de 30 años y menos de 100. Nos contaba que se había inscripto a los 13 años para sus primeros cursos de teatro y como no lo querían anotar por su corta edad tiró todo lo que había sobre el escritorio del burócrata que le tomaba el examen y de esa manera logró que lo aceptaran. Debutó como lacayo en Romeo y Julieta, cuando el papel de Julieta era interpretado por una jovencísima China Zorrilla. Me acuerdo de un espectáculo que él interpretaba sobre la vida de Truman Capote, con un casco y un overol celeste, en el que se iba del libreto varias veces haciendo participar al público.

Cerminara y Restuccia marcaron la vanguardia en nuestro teatro, rompiendo con muchos de los códigos establecidos por el teatro convencional y llevando al espectador a los extremos, para así caer en en la frase de Michel Foucault: "Tal vez un día no se sepa más exactamente lo que haya podido ser la locura".

Jorge Denevi

Lo que siempre me subyugó de Teatro Uno es que no era una “institución” con reglamentos, estatutos, asambleas generales formales y todo eso. Era una especie de anarquía total muy bien organizada. No firmabas nada para ser integrante. Empezabas a compartir y un día eras integrante. Sin que nadie se diera cuenta y sin que nadie te exigiera nada, salvo compromiso artístico. O sea, no hay una fecha. Pero me acuerdo de que un día vi Hamlet en la sala de El Galpón de Carlos Roxlo y me dije: “Yo soy uno de ésos”. Y sin que nadie lo supiera me integré. Luego poco a poco fui integrante y los demás se dieron cuenta.

Recuerdo especialmente Los enanos, con Bebe y Héctor. Actuábamos los tres. Y Esperando a Godot en una versión sobre arena en El Tinglado, con Pepe, Bebe, Alberto, Clavijo y yo. Y luego tantas charlas, whiskys, peleas, discusiones… todo eso que es el amor.

El aporte de Teatro Uno es la libertad. Verdadera libertad. Primero eran unos locos sueltos a los que nadie tomaba en serio. Después eran la vanguardia del Teatro Uruguayo. Otra vez locos sueltos. Y otra vez el Gran Teatro. Y locos sueltos de nuevo. Libertad. Lo que es el arte.

“Estilo” no es una palabra que creo que usaran Bebe, Alberto o Graciela nunca. Hacían. Lo que podían, lo que debían, lo que necesitaban. No tengo la menor duda de que Alberto es uno de los pocos genios que quedan en el arte uruguayo. De los muy pocos. Sin la menor duda, el único en el teatro. Los bienpensantes volvieron a decir que está loco. Si será genial. Él fue, es y será quien se cargó la mochila de Teatro Uno. Los demás, más o menos bien, acompañamos agradecidos.