Más de una voz se alzó contra el lavado de cara que representa El discurso del rey respecto a las peculiares vinculaciones entre el nazismo y la realeza británica, así como a las cambiantes relaciones entre la familia real y el primer ministro Winston Churchill. Entre ellas se destaca la del periodista, escritor y ensayista Christopher Hitchens, dada su extendida prédica tanto en el Reino Unido (donde nació y donde se ambienta la historia) como en Estados Unidos (donde el film es un éxito de público, en una rara vuelta de la anglofilia, y donde es candidato a llevarse varios premios Oscar).

En un artículo publicado originalmente en la revista Slate (“Por qué El discurso del rey es una falsificación burda”, se titula), Hitchens intenta aclarar estos asuntos. Primero: Winston Churchill no era un amigo y fiel consejero de quien luego sería Jorge VI, sino que simpatizaba con su hermano mayor, Eduardo VIII, abierto simpatizante de Adolf Hitler, y que hizo lo políticamente posible -incluyendo una “intoxicada” aparición en el Parlamento- para que este monarca no abdicara. Sin embargo, nada de esto aparece en la película.

Para comprender la crítica de Hitchens conviene recordar algunos sucesos. Jorge VI ocupó el trono británico en 1936 luego de que Eduardo VIII lo abandonara para casarse con una “plebeya” estadounidense. Por entonces, Churchill era un líder político conservador, pero no se convertiría en el primer ministro que lideró la guerra contra el Eje sino hasta 1940. Durante la década de 1930 Churchill se opuso a la política de apaciguamiento que el primer ministro, Neville Chamberlain, practicaba hacia los regímenes totalitarios de Italia y Alemania, con el apoyo tácito de la familia real. Hitchens se refiere a la monarquía británica como una “extraña y pequeña dinastía alemana”, dado que los orígenes la de la casa Windsor están en Sajonia.

“Tragándose sus diferencias con sectores izquierdistas y liberales, Churchill construyó un lobby, de gran apoyo popular, contra la connivencia de Chamberlain con los fascismos europeos. [...] Sin embargo, cuando la crisis por la abdicación se profundizó, Churchill abandonó este trabajo esencial -para horror de sus colegas- con el fin de involucrarse en la causa de mantener a un playboy pro nazi en el trono”.

Hitchens anota luego otra omisión del film: cuando Chamberlain firma el pacto de Munich (en el que se permite a Alemania invadir gran parte de Checoslovaquia), es inmediatamente aclamado en forma oficial por la familia real, que habría “cobrado al grito” y en contra de la normas que indican que toda negociación de ese tipo debe ser previamente aprobada por el Parlamento.

Asimismo, cuando el fracaso de la política de apaciguamiento -de la que el pacto de Munich es el punto alto- se volvió evidente tras la invasión de Alemania a Polonia y obligó a la renuncia de Chamberlain, Jorge VI manifestó su desaprobación a la idea de que Churchill se convirtiera en primer ministro. Tampoco esto es reflejado en el film.

Hitchens se pregunta retóricamente si la historia verdadera no hubiera sido un tema más interesante. Enseguida se contesta: “Parece que nunca llegará la hora de que se pueda analizar honestamente el culto a Churchill”, y recuerda que para el ex primer ministro, Hitler y Gandhi eran amenazas de nivel similar.

También para Isaac Chotiner, crítico de The New Republic, los hechos reales hubieran sido base para una buena película: “Un monarca lucha contra la tartamudez y su siniestro hermano, al tiempo que deja atrás sus viejos instintos hacia la política de apaciguamiento. Incluso supera su rechazo a Winston Churchill -el político que se traicionó a sí mismo para apoyar a ese mismo hermano- y le brinda su apoyo incondicional a la lucha de Churchill contra el fascismo”.