Sin atreverse a hollar este perplejo/ laberinto, miraba desde afuera/ las formas, el tumulto y la carrera,/ como aquella otra dama del espejo. (J L Borges, a Susana Soca)
Lejos del ruido de la transitada avenida de Pocitos que lleva el nombre del Dr. Francisco Soca, a kilómetros del pueblo canario que conmemora al médico ilustre, hay una calle que honra la memoria de su única hija, Susana Soca. Una calle que se cruza con la que recuerda a su amigo Jules Supervielle, ahí donde Peñarol empieza a volverse Colón. Más lejos aun de la Catedral de Notre-Dame, donde la aristocrática poeta fuera bautizada meses después de su nacimiento en Montevideo, en 1906.
La influencia del contacto con París, donde Susana Soca se exilió voluntariamente por más de diez años, en plena Segunda Guerra, sería determinante para su vida, cuyo bautismo cultural tuvo lugar también en la capital francesa bajo el nombre de La Licorne, la revista que fundó con el aliento de Paul Éluard y el trabajo de Roger Caillois y Pierre David. La publicación tuvo corta vida pero alta calidad, tanto en su edición como en sus contenidos, que reunieron versos de Supervielle y de Éluard (bajo el seudónimo de Didier Desroches) con otros de Neruda y TS Eliot, cuentos de Felisberto Hernández con ficciones de Jorge Luis Borges, entre otros, en versiones bilingües para la poesía y traducidas al francés para la prosa. Se hicieron traducciones del inglés, del catalán y del español, entre estas últimas de los poemas de la misma directora en versión francesa de J Supervielle.
El regreso a Uruguay sucedió en un momento de ebullición de las revistas culturales en el medio local, y aparejó la publicación de Entregas de La Licorne, semblanza de la revista francesa que conservaba, además de la dirección de Soca, el dibujo de Valentine Hugo en la tapa que representaba la constelación del unicornio. Soca montó la redacción en la casa de San José 824, hoy todavía en pie, y sacó el primer número doble en noviembre de 1953. Doce números fueron editados hasta 1959, y en 1961 amigos y colaboradores, bajo la dirección de Guido Castillo, tuvieron que publicar una última entrega en homenaje a la directora que había muerto trágicamente, cambiando el pasaje de vuelta de un viaje peregrino a París (había ido a pedir a Lourdes por la salud de un amigo) para llegar a Montevideo un día antes de lo programado.
Al rescate
El 11 de enero se cumplieron 52 años desde el día en que el avión en el que viajaba Susana Soca se accidentara fatalmente en Río de Janeiro, sentenciando los también 52 años que le había tocado vivir. Con motivo de ese aniversario se realizó esta primera reedición de su obra poética.
Para comentar esta entrega de los poemas de Soca hay que mencionar el objeto libro, integrante de la colección “Rescate (la poesía no tiene fecha de vencimiento)”, de la editorial Yaugurú, que se ha propuesto reeditar “algunos libros y autores de poesía uruguaya de comprobada importancia para la historia de la literatura nacional y que hoy no están a disposición del público”. Es difícil -o por lo menos polémica- la comprobación de la importancia histórica de la publicación de estos textos que se defiende en la contratapa, sobre todo desde la antipática presunción de que ningún escritor uruguayo puede citar un solo verso de Susana Soca como referente y la más antipática premonición de que ningún joven poeta será influido por ninguno de ellos. Sobre la importancia museística no hay discusión que valga.
Este Noche cerrada en un país de la memoria es un sobrio volumen de encuadernación negra con una hoja seca adosada a la tapa, que sigue la línea original de las ediciones de Yaugurú, siempre atractivas y conscientes de la posibilidad de la belleza también tangible de un libro. La entrega resignifica (reordenándolos) en su título los nombres de los libros póstumos de Soca que publicara Edición La Licorne: En un país de la memoria (1959) y Noche cerrada (1962). El primero había sido preparado por la autora, incluso hasta su introducción, pero ella no llegó a verlo publicado. El segundo volumen, que incluye al comienzo un texto de Soca sobre la creación artística como una ilusión de prólogo, fue preparado por personas de su entorno cercano.
Muriendo se perdió la poeta la gracia de la crítica justa, a pesar de haber visto sus poemas en letras de molde tanto en Entregas de La Licorne como en Alfar, la revista de Julio C Casal, en la que también publicó crítica literaria. El análisis más esmerado de sus versos parece ser la “Introducción a la poesía de Susana Soca”, que apareció como apartado de la Revista Nacional en 1964, firmado por Esther de Cáceres y atravesado por el cariño de una amiga, con el antecedente del “Transparencia y misterio en la poesía de Susana Soca”, que Guido Castillo había escrito para el número homenaje. Sin llegar a abundar, son muchos los análisis sobre su biografía, profusa en viajes y personajes, las admiradas descripciones de su “estado poético” vital, pero los comentarios sobre su obra son diplomáticamente evitados en homenajes y reseñas.
Esta reedición, apoyada por el BROU y el MEC, tiene una intención crítica que integra el texto de Fernando Loustaunau “Susana Soca y los osos de peluche”, en el que el autor no acierta a criticar la poesía que epiloga más que diciendo que no está seguro, tras 20 años de estudio sobre la autora, de si la obra le gusta o no. Estas dudas dan en la clave del personaje cuando se pregunta si “Susana Soca es atrayente exclusivamente por su revista, por sus mecenazgos varios, o si también hay que trasladar estos valores a su producción poética”. En el otro artículo final, “‘Entre mi sombra y yo misma’: transformaciones d’une femme à la licorne”, Claudia Pérez habla de “una obra poética no demasiado fulgurante” y se basa en el poema “La demente” -que se ha considerado autobiográfico- y en el texto Memoria (publicado en Entregas de La Licorne en 1954) para comentar la construcción del discurso de Soca y sugerir un deslumbramiento homoerótico en torno a la figura de María Eugenia Vaz Ferreira. En el Nuevo diccionario de Literatura Uruguaya (Oreggioni, 2001), Ida Vitale sostiene que el rico mundo cultural en el que Soca estaba inmersa no se trasluce en su poesía, de carácter introspectivo, poesía que describe -elegantemente- a través de una larga cita a la misma Soca en “Revisión”, el prólogo al primer conjunto de poemas que había reunido para la imprenta.
“Por su talento”
Para Esther de Cáceres, leer la poesía de Susana Soca es la mejor manera de conocerla y acercarse a ella. En este caso, algo que parece tan natural forzosamente tiene que ser mentira. Si la visión que tenía De Cáceres de su amiga casaba con el yo lírico de estos versos medidos y rimados sin sorpresas -o bien con sorpresas ingratas, como el uso de la rima perfecta en versos sucesivos (“O la concisa luz que tornasola/ en el vacío de la ausente ola/ y sin cesar reforma su corola”)-, lo que sorprende es entonces la admiración magnética que generaba en algunos ilustres contemporáneos de la poeta su personalidad, que se adivina tímida pero atrapante, o al menos dueña de la seducción que subyace en lo que sólo se sugiere, seducción tan devaluada en los últimos tiempos. En esto seguimos a Ángel Rama, quien, en la necrológica que escribió para Marcha (con una foto de Soca con el semanario en la mano antes de subir al avión que la llevaría a París por última vez), advierte al lector que “no podrá recobrar [la] totalidad singular de su persona, porque en sus escritos […] no está”.
En sus biografías aparecen nombres célebres; basta mencionar que fue retratada por Picasso y homenajeada por Emil Cioran con el texto que da nombre a esta nota. Juan Carlos Onetti, en una nota conmemorativa de 1975, explicita los prejuicios de la época sobre esta “esnob millonaria”, admitiendo incluso un ambiente “antilicorne” en el medio cultural local, que no explica pero que se adivina en la ausencia de algunas firmas importantes del momento en la revista de Soca. Según Onetti, Castillo trató de “extraerle” un cuento y él, con poco interés de publicar en La Licorne, pidió un precio desmesurado y creó un título ridículamente largo. Así se gestó y se publicó “Historia del caballero de la rosa y de la virgen encinta que vino de Liliput” (N° 8, 1956), con las disculpas de la directora por no poder pagarle mejor. Onetti, quien además le dedicó a Susana Soca Juntacadáveres, se detiene en esta nota en su apariencia frágil, como ausente, apreciación que se repite en los testimonios de los que la conocieron.
El escritor se refiere también a la conocida admiración de la poeta por Boris Pasternak, que la llevó a aprender ruso, para reivindicarla relatando cómo en una incursión pirata en el escritorio de Soca, revolviendo sus cartas en la resaca de una fiesta, encontró una autorización del autor ruso para publicar la todavía inédita Doctor Zhivago. Enseguida encontró también una carta de la hermana del escritor en la que suplicaba a Soca que se abstuviera de publicar, ya que el compromiso político para Pasternak sería incalculable en la URSS. Susana Soca prefirió archivar los originales de la obra del futuro Premio Nobel, escribe un Onetti impresionado.
Como un bonsái
El talento de Susana Soca reside en la calidad para emprender una inmensa tarea de gestión cultural como la que llevó adelante, con entrega y con una responsabilidad que sí se trasluce en sus poemas, celados demasiado tiempo de la luz pública, quizás por la fuerte autocrítica de una aguda reconocedora de valías literarias (sirva de ejemplo el apoyo temprano a Felisberto en París, promovido también por J Supervielle), corregidos y con profundos cambios con respecto a las publicaciones en revistas, cuidados como un bonsái y abundantes en escenarios relativos a la naturaleza (jardines, flores, árboles, resinas), más dados a la comparación que a la metáfora y patológicamente adictos al hipérbaton. La rima pulula, por ejemplo en el citado “La demente”, de cadencia realmente enajenada (con forma de romance: octosílabos de rima asonante en /a/ en todos los versos pares).
No es menor el hecho de que la autora no haya supervisado la edición del segundo bloque de poemas, Noche cerrada, donde aparecen poemas como “La palabra”, que había sido publicado como “La palabra me nutre de una ajena sustancia” en La Licorne, en 1948 (o sea que era un poema viejo que Soca decidió no incluir al menos en la primera selección). Lo mismo con “Vino para los ojos”, un poema inacabado que se incluye con copia facsimilar, dedicado a Pasternak y diferente al estilo general del poemario: “Un severo paisaje adivinado casi,/ busca lugar en mí, yo cedo con dolor/ algún espacio que se reducía”. La recuperación de esta íntima obra poética vale en tanto que devuelve la mirada a una labor de impulso cultural conducida con talento, aunque su relevencia en la historia de la literatura nacional no resida necesariamente en la creación. Se abre un poco la noche en este falaz país de la memoria.