Hace dos semanas informábamos sobre los apremios, tanto policiales como políticos, que sufría el arqueólogo Zahi Hawass en su intento de preservar el patrimonio histórico de su país en momentos de agitación social. En los últimos días, la situación del académico parece haberse complicado, ya que tras la caída de Mubarak comenzó a exigirse asimismo la remoción de Hawass, su ministro de Antigüedades.

Hasta que el lunes pasado se produjo una concentración de manifestantes en las afueras del ministerio que dirige Hawass, se había generado una rutina: desde medios occidentales se denunciaba el robo de objetos valiosos (los más sonados fueron una estatua de Tutankamón y otra de Akenatón) y el arqueólogo egipcio respondía que algunos o varios de ellos ya habían sido recuperados. Esta dinámica fue alterada por las protestas protagonizadas por jóvenes arqueólogos que acusan a Hawass de personalismo y de negarle oportunidades de trabajo a colegas de generaciones recientes. La objeción más pesada, sin embargo, es aludida pero no expresada directamente: Hawass fue puesto en su cargo por el defenestrado Hosni Mubarak y los manifestantes buscan asociarlo negativamente a su régimen.

Esto significa, en los hechos, que a Hawass se le suma un frente interno en su campaña por la recuparación del patrimonio egipcio. Como es sabido, el arqueólogo, quien se atrevió a discutirles a museos e instituciones del primer mundo la tenencia de objetos históricos extraídos ilegalmente de su país, se transformó en líder de una corriente internacional que busca recuperar diversos patrimonios locales.

En medio de este conflicto, este lunes se informó que el Museo de El Cairo -ubicado a dos cuadras de la plaza Tahrir y objeto de algunos saqueos- reabrió sus puertas, aunque no ingresaron muchos visitantes dado que luego de la crisis política el flujo de turismo hacia Egipto ha mermado considerablemente.

Mucha de la tensión existente entre la política de Hawass y la de diversos museos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania es palpable en una entrevista con el arqueólogo que publicó ayer el periódico alemán Der Spiegel. En el reportaje afloran los cuestionamientos que desde Occidente se le hace a la capacidad de Egipto (así como a la otros países de Asia y a nuestro continente) para conservar debidamente su acervo antiguo, las lealtades políticas de Hawass y su nacionalismo patrimonial, así como la poca familiaridad del egipcio con algunas costumbres comúnmente asociadas a la vida democrática.

Lo que sigue es parte del diálogo que mantuvo Hawass con los periodistas Daniel Steinvorth y Volkhard Windfuhr. El comienzo de la conversación gira sobre la magnitud de las pérdidas sufridas por el Museo de El Cairo y algunos sitios arqueológicos, y el egipcio concluye que “en general, tenemos que dar gracias a Dios por haber salido de esto relativamente bien”. Los alemanes no dejan pasar la oportunidad:

-¿Relativamente bien?

-Imagínense una ciudad con millones de habitantes que por varias horas se vuelve un lugar sin ley. Donde se abren las cárceles y donde ya no hay Policía. Eso pasó en El Cario en la noche del 29 de enero. En este escenario terrorífico se podría haber robado y destruido mucho más.

-¿El museo no tendría que haber estado mejor protegido?

-Lo que pasó en El Cairo podía haber pasado en Nueva York, en Londres, en cualquier museo del mundo. Como dije, es un milagro que no se haya robado más considerando las circunstancias. A propósito, yo también me pregunto dónde estaban las Fuerzas Armadas y la Policía esa noche. ¿Por qué no había nadie protegiendo el museo?

-Las manifestaciones fuera de su oficina llevan días. Algunos estudiantes de arqueología exigen su renuncia porque lo consideran demasiado cercano al viejo régimen. ¿Se justifican las acusaciones?

-Estos jóvenes están manifestando por una sola razón: porque quieren un puesto. No más que eso. Miles de arqueólogos jóvenes del país están desempleados. Hay demasiadas facultades que producen arqueólgos como chorizos, muchos más de los que necesitamos. Ahora éstos ven la oportunidad de manifestar en voz alta.

-Su deseo de trabajar es comprensible.

-Sí, pero mi administración no tiene presupuesto. ¿De dónde invento esos trabajos? No tengo capacidad para emplear a 500 personas nuevas. Y estamos hablando de miles.

-Pero los manifestantes también lo acusan de ser un lacayo de Mubarak.

-No soy un líder. No soy un político. Soy un científico. Manifesté con la gente en la plaza Tahir y la gente me aprecia. Estos manifestantes buscan trabajo, nada más. A algunos les gustaría acusarme de otras cosas, pero es una lástima que la prensa extranjera tome por verdadero lo que dicen. Dediqué mi vida entera a los museos y a los tesoros de Egipto y por eso los egipcios me quieren.

-¿Qué clase de relación tenía con el antiguo presidente?

-Lo digo abiertamente: Mubarak no era un mal hombre. Fue un héroe de guerra y un hombre de paz. Tuvo sus méritos. Pero también digo sin problemas que ya era tiempo de que se fuera. No es aceptable que un líder se mantenga tanto tiempo en el poder. Pero no hace falta insultarlo ahora que cedió su lugar. Todo el mundo insulta a todo el mundo. ¿Por qué esta falta de respeto?

-¿A usted le parece que las manifestaciones fueron demasiado lejos?

-¡No! ¡No! Los manifestantes de la plaza Tahrir hicieron un trabajo maravilloso. Yo estuve en la calle. Estoy orgulloso de estos jóvenes con sus banderas de libertad y democracia. Pero ahora está manifestando gente distinta. Ahora todo el mundo dice lo que le conviene. Cualquiera le puede decir a otro “ladrón”, “espía”.

-¿Se toma en serio los pedidos de que renuncie?

-¡Me puedo ir mañana mismo! Pero los que perderían serían Egipto y el mundo. No preciso ser ministro. Soy una persona que escala para llegar a cámaras mortuorias y que excava en la arena. En circunstancias normales no habría aceptado este puesto. Pero estamos en momentos excepcionales. Ahora se trata de subsanar los daños y de mejorar la protección de las antigüedades egipcias. Y ésa es mi responsabilidad.

-¿En verdad se propone continuar con sus demandas de que Berlín devuelva el busto de Nefertiti consideranto lo inseguro que es Egipto hoy?

-Sí, por supuesto. Esta lucha continúa. Nefertiti pertenece a Egipto. Pero eso es otro asunto. Ahora se trata de volver a la normalidad, de abrir los museos y de recuperar a los turistas, así como a los arqueólogos extranjeros que abandonaron el país. Los estoy llamando a partir de hoy.

-¿Puede darles seguridad a los turistas y a los arqueólogos?

-Sí. La situación es segura, Egipto es seguro.