En un principio, la candidata era Flashforward. Llegó a coexistir con la última temporada de Lost, la producía la misma cadena, ABC, y hasta su nombre coincidía con una de sus marcas registradas de la serie de JJ Abrams (referencia al “salto al futuro” o catáfora narrativa). Basada en una novela de Robert Sawyer, tenía como premisa un desmayo universal, en el que todo el mundo era transportado unos años hacia adelante. Pero el rating no la acompañó y la producción se vio abortada a principios de 2010, dejando a los que buscaban un nuevo Lost nuevamente despistados.

Riverworld también despertó esperanzas a principios de 2010, pero no hubo confianza en su potencial como serie -ya se había intentado realizarla en 2003- y quedó en formato de film para televisión. También originada en la obra de un escritor de ciencia-ficción -el histórico Philip José Farmer, que la publicó como saga a lo largo de la década de 1970-, Riverworld tiene varias cosas en común con Lost, a cuyos guionistas tal vez haya inspirado: el juego con la vida después de la muerte, la peripecia colectiva o el río que surge de una fuente milagrosa. Pero no era una serie, claro.

El paso lógico era averiguar en qué estaban los creadores de Lost. Y resultó que JJ Abrams, principal productor y guionista de la serie, tenía un proyecto paralelo desde 2008: Fringe. Justamente, en esos primeros años, mientras coexistía con Lost, Fringe parecía no estar a la altura de las circunstancias, pero lentamente se fue recomponiendo, al punto de generar grandes expectativas (ver nota vinculada).

Otra pista llegó por la red. Al igual que Lost, la serie The Event, creada por el belga Nick Wauters, ex guionista de Los 4.400, hizo uso de la “publicidad viral” y de una gran campaña de expectativa, que incluye blogs “escritos” por personajes y claves ocultas en diversos sitios.

Es la política, estúpido

The Event tiene ciencia-ficción y el inevitable gancho amoroso de todo producto con aspiraciones masivas, pero es ante todo una historia de conspiraciones. Una antigua, que comienza con el arribo a Alaska -y posterior ocultamiento en una prisión por parte del gobierno- de un grupo de extraterrestres durante la Segunda Guerra Mundial; ése sería el primer “evento” al que alude el nombre de la serie. El otro evento, y la segunda conspiración, transcurre en la actualidad, cuando un nuevo presidente de los Estados Unidos -cuyas semejanzas con Obama empiezan pero no terminan en el color de su piel- decide dar a conocer al mundo la existencia de esos visitantes alienígenas.

La bajada a tierra de esa trama recae en una bella parejita de enamorados, protagonistas de una historia de búsqueda frenética que le ha valido a The Event no pocas comparaciones con la innovadora serie 24: ella, hija de un piloto de aviación, es raptada, y él, desorejado e ingenioso programador informático, remueve cielo, tierra y cables hasta encontrarla. Los dos niveles, el conspirativo y el doméstico, se unen en varios puntos, pero el más impactante es éste: en cierto momento nos enteramos de que la muchacha es secuestrada para que su padre acepte pilotear un avión que acabará con la vida del presidente Elías Marítinez -sí, latino- durante la conferencia de prensa en la que planea revelar la verdad sobre los extraterrestres recluidos en Alaska.

La técnica narrativa de The Event, que abunda en la presentación de varios tiempos simultáneos, logró que el suministro de información durante la primera temporada -y única hasta ahora- se mantuviera constante, generando nuevos interrogantes sobre los misterios de la trama pero contestándolas lateral y pausadamente, hasta llegar al capítulo final, en el que queda abierta la posibilidad de que la serie de la cadena NBC devenga en una combinación de ciencia y ficción y política como -en televisión- no se veía desde la brillante remake de Galáctica.

Porque lo que queda claro luego de ese cierre de temporada es que todo gira sobre dos “internas”: la de los gobernantes de Estados Unidos, divididos entre conservadores “alienófobos” y liberales integradores, y la de los extraterrestres, que deben decidir entre retornar a su planeta sin pena ni gloria o quedarse en éste y aprovechar su superioridad científica y física (no envejecen) para conquistarlo. También hay otros cruces posibles: en ambos lados hay ambiciosos, traidores, cortoplacistas y estadistas, aunque es claro que ninguno de ellos llega a generar la empatía de los personajes de Lost.

No son pocos los paralelismos entre algunos hitos de The Event y la historia norteamericana reciente: el atentado que involucra aeronaves, el presidente demócrata de raíces afro que ya vaticinaba 24 (aunque en este caso es un gusano cubano, interpretado con solvencia por Blair Underwood) y las complicaciones que se derivan de la apertura de información reservada. En tiempos en que persiste cierto entusiasmo por la difusión indiscriminada de documentos impulsada desde WikiLeaks, The Event presenta por lo menos dos moralejas: una tosca, que advierte que todo tiene otra vuelta por lo que es mejor no tocar nada, y otra sutil, que invita a pensar en términos prácticos sobre quién se beneficia, dentro de las distintas internas, con cada movida política.