El hombre camina de championes, viste una camisa blanca que dista de ser de ejecutivo y tiene un collar negro con dos dijes que parecen vírgenes. Cuando entra al hall del teatro parece como si un familiar muy allegado hubiera vuelto de un viaje y todos lo recibieran con alegría, abrazos largos y apretados, miradas cómplices, cariños. Daniele Finzi Pasca (Lugano, Suiza, 1964) nunca ocultó lo feliz que se sentía de haber pisado suelo oriental, con sus palabras de acento extranjero o su sonrisa sostenida en cada frase.

El artista suizo es un creador multifacético: autor, director, clown y coreógrafo. Dirigió y escribió más de 25 espectáculos, se empapó entero en el mundo del circo y la acrobacia, creó un show para el consagrado Cirque du Soleil, dirigió la ceremonia de clausura de las Olimpíadas de invierno de Torino, está trabajando en su primer largometraje, sacó un libro de cuentos y está preparando un espectáculo para la Ópera Nacional de Taiwán. En sus escenografías casi siempre hay camas y prefiere hacer llorar que reír. Logra conmocionar con sus creaciones, muestra que el circo está vivo y rozagante, que los acróbatas son artistas de calidad y que el jugueteo del clown en esa línea que divide lo trágico de lo cómico puede llegar a conmover hasta a un meteorito. Decir Finzi Pasca es decir versatilidad.

Play

Este hombre de rulos grises y barba de pocos días llegó a Montevideo a representar por quinta vez en el país Ícaro, una de sus obras más emblemáticas, un monólogo creado en 1991 que fue realizado más de 800 veces en seis idiomas desde su estreno hace 20 años.

El argumento es simple: un encuentro entre dos personas y el plan de escaparse de una habitación que no tiene puertas ni ventanas. La obra es considerada una especie de manifiesto del Teatro Sunil y fue el espectáculo que acercó a Daniele nuevamente al circo. Creada en la cárcel cuando Daniele cumplía una condena por objeción de conciencia al servicio militar obligatorio, Ícaro es parte de una trilogía que también componen Dialoghi col Sonno y Arianna.

“Muchos de nosotros venimos de cierto tipo de teatro que es lo que Grotowsky comenzó a llamar ‘teatro pobre’. Y muchas veces tenemos la sensación de que los del teatro pobre son los jodidos, que hacen eso porque no podrían hacer algo distinto. La chance que tenemos cada vez que subimos al escenario con Ícaro es -después de espectáculos mayores como el Soleil- demostrar que también queremos hacer cosas chiquitas, y que cuando hacemos algo chiquito no es porque no podamos hacer algo grande. Entonces, en este momento hacer Ícaro es una decisión, no nos sentimos jodidos, estamos felices de hacer cosas simples”, contó el clown con alegría.

Daniele afirmó que trae Ícaro a este teatro porque considera que “lo que están haciendo en el Solís tiene una visión muy especial que no en todos los teatros de esta dimensión se tiene: que los jodidos podamos jugar en el escenario con algo como Ícaro”.

Según contó, la obra se hizo para ser presentada en cinco funciones en un festival de Milán, en un encuentro y reflexión sobre un teatro íntimo y las formas de expandir la intimidad. Al ingresar a la sala, el espectador se ve ante dos posibilidades: puede que el artista lo elija entre los cientos de personas que ocupan las butacas y le dedique el espectáculo únicamente a él, llevándolo hasta el escenario, o puede ser que sea un voyeur más de este encuentro entre dos personas. De cualquiera de las dos maneras, Finzi Pasca promete un momento mágico.

Dos uruguayos en el Sunil

Una de las personas que saludan a Finzi Pasca cuando llega al teatro es María, una mujer que seguramente fue una niña rubia de mirada dulce, al igual que la hija que la acompaña. Se trata de la compositora musical del teatro Sunil, la compañía que fundó Daniele a los 19 años, allá por 1983, cuando volvió de realizar trabajo voluntario cuidando enfermos terminales en Calcuta. María, con quien Daniele comparte gran complicidad, se sumó al proyecto a los pocos meses. Junto con ella y su hermano, Marco Finzi Pasca, inauguraron una manera de hacer y ver teatro denominada “teatro de la caricia”, que derivó en una nueva estética, pero sobre todo en una nueva sensibilidad.

La madre de María era coreógrafa y desde muy pequeña su hija estuvo en contacto con la composición. “Son necesarios los compositores que imaginan, se necesitan mucho para quienes hacen teatro o cine, musicalizan las ideas que uno tiene, es música que danza con imágenes”, dijo Daniele hablando del trabajo de su amiga y colega debido a que, según afirmó, él no sabe nada de música y María se encarga de todo.

También cuenta que la primera vez que llegó a Uruguay a presentar Ícaro se realizó paralelamente un encuentro de actores que incluía un taller de dos semanas, en el que conoció a personas que hoy son consideradas parte de su familia.

Daniele recuerda que le habló a María de un actor en el que veía algo muy especial. Al segundo día de taller Daniele vio a María en un bar montevideano comiendo una pizza con él: “Se ve que no sólo yo pensé que era muy especial”, dijo Daniele riendo cómplicemente. El actor en cuestión era Hugo Gargiulo, formado con Luis Cerminara y ex integrante de la Escuela de Teatro Uno, quien años más tarde se transformaría en esposo de María y padre de Juana. En 1996 el uruguayo viajó a Suiza y se incorporó a la Compañía Teatro Sunil, donde luego participaría interpretando distintos roles.

María afirmó que debido a que su esposo es uruguayo conoce distintos elementos de la cultura nacional: “Los libretos de las murgas son muy interesantes, esta forma de cantar con un timbre que puede llegar lejos, cantar en coral. Conozco a muchos actores y músicos uruguayos, el tango y el ballet del SODRE, y me gustaría mucho tener tiempo para conocer mejor todo esto”.

En la misma época en que conoció a Hugo, Daniele cuenta que se encontró con “un chiquito que ahora es un profesor de universidad, filósofo, músico, un apasionado de Nacional y periodista. Y cada vez que yo venía a Montevideo me daba una alegría enorme encontrar a Facundo Ponce de León”, mientras el uruguayo lo observaba atento desde algún asiento de la sala de conferencias. Ponce de León luego se integró al Sunil para trabajar como asistente de escritura y dirección en Donka. Además, es el autor del libro Teatro de la caricia, que relata varios encuentros y charlas con Daniele acerca de su modo de hacer teatro y sus concepciones del clown, del arte y de la vida.

¿Quedarse?

Daniele contó que llegó con varios integrantes de su compañía porque están “a punto de imaginar un sueño que va a ser muy bello: quedarse aquí por un tiempecito”.

Gerardo Grieco, el director general del Teatro Solís, no titubeó al admitir la felicidad que le genera tener al Sunil en Montevideo. En 2010, Finzi Pasca trajo al Solís un espectáculo notable: Donka, una carta a Chejov, creado por invitación del Festival Chejov de Moscú para el 150° aniversario del nacimiento del célebre escritor ruso. Ahora, Grieco adelantó que están embarcados “en una relación que esperan desarrollar mucho más aun, mucho más allá de lo que pueden soñar” sin brindar muchos detalles de cuál es el proyecto que tienen en mente y que anunciarán en breve.

Daniele confirmó que, independientemente del espectáculo Rain, creado con el Cirque Éloize, que también presentará este año, “existe la idea de hacer algo, es una aventura que está creciendo alrededor de una idea, sería lindo ver cómo cruzarnos”. Esto va de la mano con una postura que vienen manejando acerca de crear contactos para hacer espectáculos de grandes dimensiones, “espero que en dos semanas podamos estar aquí sentados para explicar un poco más de qué se trata”.

Ahora sólo resta esperar y ver qué se traen entre manos. Habrá que dejarse acariciar.