Tal vez no haya una mayor evidencia de la obsecuencia centralista que gira alrededor de Marcelo Tinelli -alguien que ocupa en la televisión argentina (y rioplatense por contagio) un papel muy similar al que tiene Paco Casal en el fútbol local- que el rol preponderante que tiene en los shows satélite de Bailando por un sueño el conductor José María Listorti. Contrariamente a lo que se puede pensar juzgando el total de sus producciones, Tinelli -alguien a quien no se le puede negar una inteligencia rapaz y gran olfato de las preferencias básicas de los televidentes- se ha rodeado en ocasiones de periodistas, comediantes y conductores realmente talentosos (él mismo es un conductor con gran sentido del timing y la improvisación) como Gonzalo Bonadeo, Freddy Villareal, Pachu Peña o Rodolfo Samsó, a quienes ha aprovechado en mayor o menor medida. José María Listorti no es precisamente de los buenos; surgido con un personaje molesto y de chiste único (el “Insoportable”), Listorti se caracterizó primero por su capacidad para autohumillarse en vivo y luego para denigrar y/o incomodar a diversos personajes (conocidos o no) para las generalmente preparadas “cámaras sorpresa”. Pero mientras que la rotación de los colaboradores en cámara de Tinelli ha sido constante, Listorti ha ido creciendo en tiempo de pantalla hasta el punto de conducir diariamente Este es el show y convertirse en la figura central de los programas preparatorios del regreso de su jefe. En su rol de coconductor -junto con la generalmente insufrible Denisse Dumas- de Este es el show, Listorti ha sido el encargado de transformar el programa diario de los aspirantes a bailar junto a Tinelli en una suerte de espectáculo unipersonal en el que todo gira alrededor de su figura; originalmente el programa vespertino se dedicaba a seguir los ensayos de los participantes y espiar curiosamente en sus interrelaciones (reales o guionadas). El programa era -al igual que todos los subproductos de Bailando por un sueño- un canto a la nada, a la no televisión, aunque mantenía un limitado interés para quienes disfrutaran de ver ensayos de baile, pero al parecer el rating no acompañaba mucho, por lo que Listorti comenzó a recurrir a su limitado arsenal de entretainer y resucitar sus “cámara sorpresa”, utilizando de víctima a los concursantes. No contento con eso, decidió ser parte esencial de la construcción de la familia aspirante al baile mediante la introducción de su esposa como una de las bailarinas del concurso, escenificando en vivo su supuesto conflicto celoso con dicha decisión. La yuxtaposición de ambas vertientes -la definición de los concursantes por sus características personales (no artísticas) y la interacción conflictiva de Listorti y alguno más de los productores en este mundo- parecería (aunque es dudoso) estar basada en dos experimentos expresivos tan válidos como las construcciones de personaje del dramaturgo/director Mike Leigh -caracterizado por definir personalidades y cursos de acción posibles, pero sin guionar los diálogos- y las tensas dinámicas de ficción/realidad del comediante Andy Kaufman, pero tal vez sea grosera la comparación.

En la práctica, Listorti encarna más que nada la sumisión absoluta al poder de Marcelo Tinelli, a quien imita en sus respuestas cortas y picantes (pero llegando siempre a destiempo y con unas planchas verbales que producen mucha más incomodidad que gracia) y de quien se ha llegado a autodefinir como “alcahuete”, sumisión que es continuada por cada uno de sus compañeros, quienes posiblemente tengan muy buenos motivos para estarle agradecidos al jefe de Ideas del sur. En el caso -accidental- de un recurso tan vanguardista como el de hacer que el personaje central esté completamente ausente en persona, el objetivo de Listorti y compañía es que la ausencia tinelliana no se note y que el fin último de los concursantes no sea el hacerse famosos por sus virtudes artísticas o físicas (especialmente estas últimas, ya que el casting de Soñando por bailar reunió un grupo extraordinariamente atractivo de participantes), sino estar al lado del Rey Sol. “Ustedes tienen que recordar -decía irritadísimo uno de los jurados del concurso, Marcelo Polino- que ustedes están acá por el honor de estar junto a Marcelo Tinelli”, mientras sus compañeros y compañeras suelen preguntarles a las participantes si, estando en esa posición envidiable, no van a hacer todo lo posible por tratar de levantarse al conductor de Bailando por un sueño, un hombre con un cuarto de siglo más de edad que el promedio de las concursantes.

Tal vez este descontrol e hipérbole absolutos de la obsecuencia alagadora al jefe maestro sea una primera señal de decadencia de la máquina de rating perfeccionada por Tinelli y compañía. Si la sumisión absoluta es el modelo de trabajo propulsado y premiado por la productora, es inevitable que los errores se multipliquen y que aun los talentos limitados sean reemplazados por la alcahuetería pura y dura, resintiendo los programas hasta para los incondicionales del porno softcore y el maltrato en vivo. El que alguien como Listorti esté donde esté -y esté en todas partes- sería un signo de alerta en un entorno medianamente sano.