En los últimos años ha habido un resurgimiento de las novelas con personajes marginales y entornos de mucha pobreza, pero intentando no llegar a la solemnidad ni el dramatismo. Es decir, sin caer en la celebración, se trata de contar determinadas historias que no necesariamente tienen que ser trágicas y dolorosas. Al menos en nuestro país, con resultados muy dispares, se podría hablar de Palcante (2007), de Andrés Ressia Colina, Sucios (2009), de José Fonseca, Mediomundo (2009), de Mauricio Rosencof, y El pañuelo del mago, de Fernando Villalba (2009). Dentro de éstas hay una variante llamativa que es la de ambientar la historia en tiempos pasados, pero ninguna de las mencionadas transcurre en la década del 80 como sí lo hace Marginautas, novela de Adolfo Guidali Etcheverry (Montevideo, 1955), y este detalle no se trata de algo anecdótico sino que determina toda la peripecia de los personajes.

Marginautas es la historia del Rulo, un muchacho solo en el mundo, quien vive día a día de tretas de pícaro para comer y vivir. Como todo pícaro o malandro no tiene más aspiración que seguir vivo, no quiere fortunas ni tiene sueños de futuro. Hasta que un día alguien le comenta que en Europa está la salvación y crece el dinero en los árboles. Lo que sigue es todo su periplo por Europa, que podría ser llevado al cine protagonizado por Eddie Murphy con un título como Un uruguayo suelto en Europa, o Picardías europeas.

En realidad nunca se menciona la palabra Uruguay ni Montevideo, aunque es notorio que la acción inicial transcurre acá y el protagonista es uruguayo. Las partes que transcurren en la República del Pozo (el nombre del país de origen del personaje) están por lo general muy bien logradas, con una prosa muy fluida y llamativamente graciosa. Cuando se retrata la vida del Rulo en la pensión en la que vive se cae en lugares comunes, al igual que las mediocres novelas referidas de Villalba y Rosencof (el tano con el acordeón, la dueña de la pensión medio bruta, el almacenero tacaño) pero no se trata de detalles que empañen buenos momentos, sobre todo cuando el protagonista desarrolla su invento para expulsar flatulencias a través de la combustión.

Sin embargo, cuando el Rulo emprende su viaje a Europa la acción se cae por varios motivos. En primer lugar resulta muy ruidosa la forma en que el narrador hace gala de su conocimiento de locaciones de Madrid, Barcelona y París, en pasajes que no aportan mucho y muchas veces entorpecen el transcurso de la historia. Otro detalle que no termina de cerrar es el personaje del periodista anarco que acompaña a Rulo en su periplo. Es cierto, la evolución de este personaje presenta una crítica que si bien es medio obvia, no por eso es menos fuerte; es decir, la forma en que se pasa del anarquista idealista y romántico al jodedor new age es muy interesante y tremenda crítica a más de un exiliado, pero cae permanentemente en maniqueísmos que perjudican la potencia de la crítica, que hubiese tenido más fuerza con un tratamiento más sutil. Por otro lado, hay ciertos clichés del uruguayo en España que hacen recordar la poblada de lugares comunes de la serie Tango, aquella que interpretaban Sancho Gracia y Luis Brandoni.

A pesar de todo, esta parte de la historia tiene algunos rasgos muy llamativos e interesantes. Fundamentalmente, el hecho de que esté ambientada a finales de la década de los 80, ya que el entorno es diferente al de las novelas de exilios de años anteriores. En esos años los exilios eran mayormente económicos, y más que en la época de la crisis de 2002, el rumor de que en Europa había guita fácil era muy fuerte. Por esos años España, como atravesaba una apertura generada por la muerte de Franco y los primeros años de democracia, no sólo daba la sensación de ser la salvación económica sino que también se trataba de un lugar atractivo culturalmente, dado el destape que se empezaba a vivir. Prueba de ello es el éxodo de más de un músico latinoamericano a tierras ibéricas. Buenos testigos de esa época son los primeros films de Almodóvar, que dan muestra del destape y la atmósfera también presente en esta novela.

Esa libertad de pensamiento y pérdida de tabúes -que incluso se demuestra en cierta liberación sexual- aparecen, para un pícaro como Rulo, como el lugar ideal, especialmente porque tiene la extraña habilidad de estar metido en los lugares más neurálgicos de la movida. En este sentido su pasaje por los cabarets catalanes, su relación con la marihuana en Madrid, sus relaciones sexuales, las primeras apariciones del VIH, son momentos interesantes y además muy bien detallados.

Del mismo modo, merece un destaque la etapa de los personajes en París. Con más de una guiñada a Cortázar, los personajes allí están muertos de hambre, sin nada para hacer, sin la energía liberadora de Madrid o Barcelona. Hacia el final, aunque con altibajos, el fin de la historia presenta buenos momentos, como la creación de la secta religiosa andinista por parte de los personajes en su faceta más chanta, y la forma en que de algún modo se muestra el esnobismo del europeo clase media intelectual, y la fuga final de los personajes con buenas partes de relato de aventuras.

En definitiva, el valor fundamental del libro, más allá de la historia, es la forma en que retrata el exilio de los sudamericanos que se iban a Europa no por política o por una grave situación económica sino llevados por el rumor de que en el viejo continente podían prosperar económicamente. Varios fueron confiados en que todo negocio tenía su éxito garantizado y para ello emplearon la conocida viveza criolla para engañar al inocente europeo. Es la historia de una forma de ver el mundo muy común en la clase media montevideana de fines de los 80 y principios de los 90, y en ese sentido es muy bueno que la literatura también se meta a bucear en esa mentalidad. Es de algún modo pensar cómo se dio el pasaje de nuestra sociedad de lo ideológico utópico al pragmatismo y el confort.

La historia en sí cae muchas veces en bajones en los que la lectura se vuelve tediosa, o parece no pasar realmente nada durante varias páginas. En otros momentos, el narrador les agarra la mano al relato y a los personajes. Sin embargo, lo irregular de la totalidad impide calificar a Marginautas como una gran novela, pero sin lugar a dudas estamos hablando de un camino abierto que sería interesante retomar.