Quienes están a favor de que Mario Vargas Llosa inaugure la próxima Feria del Libro de Buenos Aires y quienes piensan que no es una buena idea que el actual premio Nobel -más allá de ese galardón- ocupe un lugar tan destacado siguen discutiendo en la prensa argentina. El debate ya tuvo por lo menos una baja notoria: la del reclamo de no politizar el evento cultural. Ayer, el propio Vargas Llosa desacreditó la creencia de que literatura y política son mundos aparte en un reportaje publicado por Clarín, en el que afirmó (y sus palabras fueron derecho al título): “La situación que han creado me obliga a hablar de política”.
La “situación”, como informábamos la semana pasada, se inició el lunes cuando el sociólogo Horacio González y el filósofo José Pablo Feinmann convocaron a recolectar firmas para que Vargas Llosa no fuera la figura central en el lanzamiento de la feria. Al día siguiente la presidenta argentina, Cristina Fernández, le recordó a González que, como director de la Biblioteca Nacional, era conveniente que se abstuviera de manifestaciones de este tipo.
El gobierno argentino se desmarcaba así de las expresiones del funcionario, pero ésta es una historia de desmarques varios. González y compañía -parte del grupo de intelectuales que apoya al kirchnerismo- también separaban al “Vargas Llosa escritor” del “Vargas Llosa político”, para así fundamentar su rechazo a las expresiones públicas del Nobel en contra de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. El propio Vargas Llosa supo tomar distancia, a principios de los 70, del entusiasmo revolucionario que imbuía a la mayoría de los narradores del boom latinoamericano. Su posterior deriva hacia posiciones de centroderecha, su candidatura a la presidencia de Perú y sus periódicas opiniones sobre la realidad internacional no han contribuido a la creación de una imagen de “escritor puro”, alejado de los avatares de la política. Tampoco su literatura es ajena a la crítica social; al contrario, es una prueba de que se puede aunar innovación técnica y comentario sobre el presente histórico. Vargas Llosa, más allá de sus mutaciones ideológicas, y al igual que González, es producto de un tiempo en el que se consideraba que los artistas y pensadores debían intervenir en la transformación de la sociedad (básicamente, opinando sobre ella).
Por eso no es extraño que sea acerca de su figura que se reavive la discusión sobre cuánto deben o pueden contaminarse literatura y política. Todo tiene sus frutos: del debate ha surgido una paradoja atractiva a propósito del liberalismo (González acusó al escritor de defender tal ideología “de manera autoritaria”) y se activó la discusión sobre las múltiples derivaciones de esa corriente de pensamiento (“como si medio gobierno y sus líderes sindicales adscriptos no hubieran participado con fervor del proyecto liberal menemista”, opina sobre los pruritos de González el entrevistador de Vargas para Clarín, Marcelo Moreno). La pareja política-literatura, en tanto, seguirá esquivándose y encontrándose; lo que queda claro es que una Feria del Libro atractiva es uno de los puntos en los que se deja ver en público.