El texto del escritor “de la mezcla y el entrevero” -como etiquetó Ricardo Piglia, con la lucidez acostumbrada, a Roberto Arlt, oponiéndolo a un Borges entendido como descarte y precisión- gana, gracias a la versión totalmente a oscuras de Menchaca, en campos en los que el teatro convencional incursiona esporádica y fragmentariamente. Conjugar estímulos auditivos con otros visuales y táctiles (difícil olvidar el espinoso sistema de tarjetas “perfumadas” que el director norteamericano John Waters bautizó como Odorama y que utilizó en 1981para su película Polyester) tiene que ver no sólo con la denuncia amena de la fijación visual de nuestra cultura, sino también con el poder (re)generativo de las constricciones. Con Oulipo en los 60 para la literatura (Raymond Queneau y François Le Lionnais) y, 30 años más tarde, Dogma 95 para el cine (Lars von Trier y otros) el siglo XX sistematizó, haciéndola más evidente, la “limitación” como estrategia creativa. Algo de eso se activa con esta versión de La isla desierta.

-¿En qué consiste el teatro ciego y cómo nace la idea de montar este espectáculo?

José Menchaca: -Nace luego de ver un grupo de teatro de la ciudad de Córdoba [Argentina] que trabajaba en la oscuridad. Allí se me ocurrió la idea de incorporar actores ciegos, ya que me parecía que era el marco ideal para el pleno desarrollo artístico de personas con esta característica. Las estrategias escénicas se basan en la voz del actor como su máxima herramienta y utilería fabricada especialmente para la realización de sonidos, olores y sensaciones táctiles.

-¿La ausencia de estímulos visuales podría pensarse como una vuelta a la palabra, a su capacidad de generar “universos diferentes” o “islas desiertas”?

JM: -En el teatro ciego el espectador está en el centro de la escena, esto hace que la palabra-texto se mueva en el espacio, se aleje, se acerque, esté atrás, por delante, a los costados. El espectador recibe la angustia y la alegría del personaje de una manera más cercana, directa, casi puede tocar esa voz que pasa cerca suyo y la relación con el espacio es como estar dentro de un globo, hay arriba y abajo, lejos y cerca, atrás y adelante, el espacio es infinito.

-¿Se puede pensar la experiencia del teatro ciego como una inversión de lo que se suele considerar handicap: el no vidente que guía firme y seguro por el espacio oscuro al vidente, que lo invita a su mundo para contarle historias? Es decir, ¿la oscuridad funciona como espacio desestabilizador, pero a la vez de encuentro en una zona alternativa?

JM: -No es el ciego quien guía seguro al que ve, es el actor. Hay actores ciegos y otros que ven, que guían seguros a los espectadores, entre los que puede haber ciegos, y los invitan a contarle la misma historia, pero desde otra perspectiva, desde otro punto de vista. Sí creo que la oscuridad es un espacio desestabilizador y de encuentro donde cambia el código del relato.

-Desde el estreno, hace más de una década, hasta hoy, ¿qué se ha modificado?

JM: -Lo primero fue trabajar el texto con los actores ciegos, después fue incorporar a los actores que ven y vendarlos -el único que veía era yo- y hacerlos mover en el espacio, incorporarles los elementos sonoros y, por último, apagar la luz. Desde el estreno a la fecha ha cambiado el elenco y esto le ha incorporado nuevos tonos, nuevos brillos a las interpretaciones. Ya sabemos qué causa más efecto en los espectadores, que han aumentado de 50 por función en sus comienzos a 150 en la actualidad. La obra es cada día más de los actores: ya casi no me hacen caso.

-¿Cómo fueron los ensayos, cómo trabajaron la orientación y los diferentes estímulos multisensoriales?

Marcelo Gianmarco: -Mis primeros ensayos fueron en las últimas funciones del anterior elenco. Después fue asegurar la letra entre mis compañeros y por último ubicarme solo en la puesta escénica. Al comienzo, con la luz prendida y los ojos vendados, porque en ese momento tenía un pequeño resto visual. Una vez conocido el terreno, fue cosa de largarme.

Laura Cuffini: -Yo también formo parte del segundo elenco de la obra. Cuando llegué el espectáculo ya estaba montado y en funcionamiento. Si bien desde el primer momento estuve en la oscuridad, durante el desarrollo de la obra el personaje fue cerrándose, hasta el reemplazo total, que significó mi ingreso en el equipo de trabajo. Como tengo mucha experiencia como actriz esto no me preocupaba. La dificultad mayor está en la disociación del trabajo, ya que mientras estás actuando estás realizando multiplicidad de efectos, desplazamientos, contención de los espectadores, etcétera. Para nosotros los actores, el trabajo con los sentidos va más allá del hecho artístico. Nos demanda una atención-tensión, un estado de alerta permanente muy interesante y es una exploración constante sobre nosotros mismos.

-¿Hay una gestualidad precisa que se repite de función a función aunque no se vea?

LC: -La elaboración del personaje es igual que el teatro visual. Se encuentran gestos, tics, posturas del cuerpo, sentimientos. Por ende, si las luces se prendieran encontrarían a los personajes, aunque carentes de su artillería estética, realizando tareas que no enunciamos ya que no tienen que ver con el nudo dramático, pero sí con la técnica del teatro ciego en sí misma.

MG: -La gestualidad es táctil, un apretón de manos, un golpecito en los brazos. Son cosas que se dan a diario y que uno rápido interpreta.

-¿Qué ofrece como texto dramático La isla desierta, de Arlt? ¿Pensaron en otros textos posibles?

JM: -La isla desierta nos ofrece la profundidad, ironía y cinismo de Roberto Arlt. Su mirada sobre el mundo moderno que asomaba en la Buenos Aires de entonces y que aún no ha perdido vigencia, la soledad de los hombres en las grandes ciudades, lejos de sus propios deseos y por ende insatisfechos. Fue el primer autor al que recurrí ya que su literatura me encanta.

-¿Cómo es la recepción del público y de la crítica? Además de las buenas y malas reseñas, ¿sintieron algún tipo de “paternalismo”?

JM: -El público, ciego o no, nos ha acompañado desde siempre, es por eso que estamos en cartel tras diez años. El boca a boca es nuestra mejor publicidad. La crítica nos trató siempre muy bien: aggiornar con un nuevo idioma, más moderno, a un clásico como Arlt creo que le ha caído bien y nunca nos ha hecho sentir que por el hecho de que parte del elenco sean ciegos no esté en presencia de un muy buen espectáculo.

-En una entrevista televisiva Marcelo habla de su pasado como espectador antes de empezar a actuar. ¿En qué medida la participación en esta puesta modificó su experiencia como espectadores y qué obras argentinas de los últimos tiempos les interesaron?

MG: -En mí no cambió la forma de ver teatro. Sólo me entrego a la obra y a veces si el actor no logra que me crea el personaje, lo critico; si eso no pasa sólo lo disfruto. Lo último que vi fue Diario de Ana Frank y los dos últimos espectáculos de Fernando Peña. Ambos me cautivaron por diferentes razones. El primero por la historia y los de Fer por su increíble capacidad de hacer tantos personajes en una misma obra y creérmelos todos.

LC: -Recibimos de los espectadores una enorme alegría y agradecimiento cada vez que salen de la sala. Este hecho me ha modificado como persona más que como espectadora. Me ha dado felicidad y satisfacción. Como espectadora de teatro busco ser sorprendida, tengo la expectativa de ver surgir lo inesperado ante mis ojos. Me fascinan Javier Daulte y Daniel Veronese como dramaturgos y directores. El último espectáculo que vi recientemente fue uno de Dani Umpi, que me dejó una enorme alegría por su entrega y sensibilidad.

-¿Qué proyectos tienen a futuro como compañía?

JM: -En este momento hay dos obras en carpeta, una ya en período de ensayos, esperamos estrenarla en el transcurso del año.