La alegría de las autoridades de la Universidad Católica del Uruguay Dámaso Antonio Larrañaga (UCUDAL), que contaban con una figura de primer nivel internacional para dar apertura a su año lectivo, contrastó con el tono del discurso del invitado. Hubo varias presentaciones laudatorias, el evento era transmitido online a varios centros de estudios y hasta se contaba con un maestro de ceremonias, pero las noticias que traía Vargas Llosa sobre el estado actual de la democracia liberal -el sistema de gobierno “de las sociedades más avanzadas”- no fueron alentadoras.
Ante una audiencia que incluía a Ricardo Ehrlich (ministro de Educación y Cultura) y a varios ex presidentes y ex ministros, Vargas Llosa abrió su alocución de la noche del jueves recordando su primera visita a Montevideo, y en parte repetiría el pasaje al día siguiente en la Intendencia, cuando le fue conferido el título de visitante ilustre. En 1965 Vargas dio una conferencia en el Paraninfo de la Universidad de la República, invitado por José Pedro Díaz, de la Facultad de Humanidades: “Tuve la sensación de no estar en América Latina, de haber salido del continente donde imperaban la violencia social, las dictaduras. Aquí uno tenía la otra cara de nuestro continente: una sociedad regida por instituciones que funcionaban eficazmente en un clima de absoluta libertad, de coexistencia en la diversidad política, en un país pequeño pero de altísima cultura. Me impresionó la cantidad de teatros que había, la calidad del periodismo, en el que el espacio dedicado a la cultura y la literatura era mucho y en el que escribían los mejores novelistas, poetas y ensayistas uruguayos. Se respiraba un aire de modernidad, de gran creatividad, era un mundo de cotejo de ideas. Desde entonces pienso en Uruguay con un gran cariño”.
Además de la obligada amabilidad hacia el anfitrión, podría leerse en este rescate de nuestro país como tierra de tolerancia una referencia (por oposición) a lo que le espera a Vargas esta semana en Argentina, donde inaugurará el miércoles la Feria Internacional del Libro y donde ya fue recibido por la oposición conservadora que encabeza el jefe de gobierno de Buenos Aires, Mauricio Macri, en tanto se especulaba con la posibilidad de que fuera objeto de un escrache por parte de movimientos leales al gobierno nacional.
En todo caso, la intención de Vargas no habría sido contrastar el pasado y el presente uruguayos, ya que según dijo a El País: “El Frente Amplio ha mostrado una vocación democrática desde que tomó el poder, que debería ser un ejemplo para el resto de América Latina, aunque es un fenómeno que se ha dado en el caso de otros países ya, es el caso de Chile, con la Concertación, que la izquierda ha mostrado una inclinación socialdemócrata. No sé si al Frente Amplio le gustará que lo definan así, pero yo creo que el Frente Amplio hoy día es mucho más socialdemócrata que socialista. Y creo que en buena hora para Uruguay”.
Ahora que Marx no está
El resto de la alocución de Vargas Llosa en el Aula Magna de la UCUDAL -propiamente, la conferencia “Cultura y poder en nuestro tiempo”- pareció girar en torno a lo que en la reunión de prensa previa anunció como el proyecto que lo ocupa actualmente, un ensayo llamado “La cultura del espectáculo”. El título guarda gran semejanza con La sociedad del espectáculo (1967), de Guy Debord, e incluso comparte algunas de sus apreciaciones críticas sobre el estado de las sociedades occidentales. Pero mientras que Debord dirigía sus dardos al sistema capitalista -partía de Marx y de su concepto de fetiche de la mercancía para aplicarlo a la estrategia de los medios de comunicación-, Vargas sólo hizo referencias rápidas al “espíritu de lucro” como parte de una problemática más amplia.
Para el Nobel, la desvalorización de la actividad política es consecuencia, entre otras cosas, del abandono de la seriedad por parte de la cultura. El ascenso del entretenimiento como prioridad en el universo de los medios y el arte estaría fallando a la hora de proveer un soporte moral a la creencia en el buen funcionamiento de las instituciones democráticas.
Así, habríamos llegado a un momento en el que “la mayoría de los ciudadanos opina [que la actividad política] repele a los más honestos y talentosos y recluta a los pícaros que ven en ella una manera de medrar”, que tendría su correlato electoral en el avance del ausentismo. A la percepción de la tarea política como “sucia y vil” habría contribuido el desarrollo de la tecnología de la información, que si bien sirve para “contrarrestar la censura y el control en los regímenes autoritarios”, también expone la intimidad y las miserias de un ámbito que supo tener un “aura mítica”, despojándolo de respetabilidad. La tarea de WikiLeaks es para Vargas un buen ejemplo del periodismo que simplemente despoja a la política de su debida respetabilidad; sin embargo, “el periodismo escandaloso es un perverso hijastro de la cultura de la libertad. No se lo puede restringir sin asestar un golpe a la libertad, debemos soportarlo como se soporta una enfermedad”.
La cultura, que debería problematizar estas situaciones -como hacía antaño- se habría transformado en una esfera aparte, ocupada sólo de proveer distracciones superficiales en un movimiento “sanamente estúpido”. Sin nombrar a los reality shows, pero remarcando la bajeza que supone “espiar al vecino en calzoncillos”, Vargas eximió de culpas a los dueños de medios o canales: se trata de una “banalización de la cultura” generalizada.
Os alerto
De la crítica a la cultura actual Vargas saltó a enumerar una serie de amenazas a la democracia liberal. Una de ellas es la corrupción, fundamentalmente la asociada al narcotráfico, que parecería estar a punto de lograr “lo que no consiguió el extinto comunismo: derribar las instituciones”. Cotizar el salario de los funcionarios públicos encargados de combatirla supondría un problema en sí mismo.
Otra amenaza es “el desapego generalizado a la ley”. La aceptación de la ilegalidad como forma de protesta desganada o por conveniencia económica se estaría imponiendo “aun en los países anglosajones”, donde Vargas Llosa veía el imperativo legal a buen resguardo gracias a una tradición que asocia las normas con el bien (y el sentido) común. El éxito de la piratería en la industria audiovisual y textil fue citada como ejemplo, pero no el intercambio de archivos peer-to-peer.
Esta última amenaza tendría un origen más profundo: en Occidente estaría cundiendo la idea de que la política es una actividad ejercida por deshonestos que producen leyes inevitablemente viciadas desde su origen. A su vez, las democracias liberales no habrían sido buenas propagandistas de sus enormes logros (popularización de la salud y la educación entre los más notorios) y ya no habría “nuevas generaciones dispuestas a servir al Estado con el entusiasmo que los jóvenes idealistas del tercer mundo se entregaban a la tarea revolucionaria”. Por esto, “es el pesimismo lo que puede acabar con las democracias liberales, lo que los marxistas ridiculizaban llamando ‘democracia formal’”.
Os seduzco
El panorama que pintó Vargas, quien dijo preferir no mirar al futuro -y sí al presente y al pasado- fue más bien sombrío. La “cultura del espectáculo” sólo podría caer por su propia estupidez, pero no habría a la vista movimientos positivos dispuestos a cambiarla. Las recientes revueltas en el norte de África le producen cierto entusiasmo al Nobel, en tanto significaron el fin de gobiernos autoritarios y en tanto no han sido “cooptadas por líderes religiosos”, pero el mal que aqueja a la cultura en Occidente seguiría intacto.
“A la corta o a la larga viviremos en un mundo sin valores estéticos, en el que las humanidades y las artes serían una forma secundaria de entretenimiento, a la zaga de otras y sin influencia en la vida social. No es una pesadilla orwelliana sino una realidad posible a la que se han ido acercando las naciones más avanzadas del planeta, las del Occidente democrático liberal. Cada vez se alejan más del gran público las ideas filosóficas, todo lo que antiguamente se llamaba cultura, que aunque confinada en una elite derramaba en toda la sociedad. Nunca hemos vivido en una época tan rica en conocimiento científico y mejor equipada para combatir las enfermedades y la pobreza, pero nunca estuvimos tan desorientados sobre nuestra supervivencia, sobre si palabras como ‘espíritu’, ‘solidaridad’, ‘trascendencia’, ‘arte’ tienen significado todavía. La cultura respondía estas preguntas, pero hoy está exonerada de esa responsabilidad. Hemos hecho de ella una forma de diversión para el gran público y un juego oscurantista para grupúsculos oscuros de espalda a la sociedad”, dijo Vargas.
El marqués de Vargas Llosa también aludió a la “frivolidad de la vida posmoderna”, y en esa línea el discurso que pronunció fue apocalípticamente “moderno”. Dejando de lado el diagnóstico, muchos de los síntomas que describió (como “banalización de la cultura”) forman parte del vocabulario de la crítica cultural de izquierda, y en ese sentido, podría decirse que también se mostró conciliador con el ánimo de su país anfitrión.
Tras la ovación, a Vargas Llosa le fue obsequiada una escultura de Octavio Podestá. Se lo despidió de la UCUDAL con un breve concierto de tango contemporáneo a cargo del trío liderado por Álvaro Hagopian, al mismo tiempo que en el Teatro de Verano empezaba el recital de Motörhead.