-Más allá de la filmación de Mamachas del ring, tengo entendido que has viajado mucho por Sudamérica. ¿Ya habías venido alguna vez a Uruguay?

-La primera vez que vine a Uruguay fue después de un BAFICI. Conocía a Fernando Epstein, que había abierto el festival con Gigante. Algo raro que me pasó acá fue que esta última vez, cuando llegué, el día estaba soleado, fuimos a la rambla y parecía una ciudad completamente diferente de la que recordaba. La ciudad cambia muchísimo, por ejemplo comparándola ahora, que está lloviznando. Me parece que hasta en la gente podés notar la diferencia entre los días soleados y los nublados.

-¿Cómo lograste contactarte con las “mamachas”?

-Al principio las contacté por intermedio de un fotógrafo, un norteamericano que vive en Bolivia. Al principio hice contacto con Gitano [el manager]; las primeras entrevistas fueron con él, pero entonces me encontré con unas cholitas que eran completamente diferentes de lo que me esperaba. Eran bastante jóvenes y me quedé un poco decepcionada. Después empecé a escuchar estas otras historias sobre otras cholitas y di con los nombres de Carmen, Yolanda y Julia. Dio la casualidad de que cuando las contacté justo habían roto con Gitano, por lo que estaban muy interesadas en contar su parte de la historia. Así fue que para la primera escena que íbamos a filmar estábamos en las escaleras de una iglesia, donde quedamos en encontrarnos con Carmen, y ella se cruzó con un tipo que le gritó prostituta y lo tiró y comenzó a golpearlo en el piso. ¿Viste que en la película hay un corte entre cuando ella está discutiendo con el tipo y cuando está golpeándolo en el suelo? En ese momento cortamos porque no sabíamos si seguir filmando o intentar separarlos, porque la tipa le había golpeado la cara y el tipo sangraba. Él era un idiota, pero aun así tuvimos que intervenir. Fueron los primeros 20 minutos de rodaje. Ésa fue mi primera impresión...

-Asumo que desde ese momento te diste cuenta de que habías dado con el personaje indicado para filmar.

-Sí, definitivamente fue así. Cuando filmamos a Gitano sabíamos que había algo que se estaba perdiendo. Las viejas cholitas, en comparación con las nuevas, tenían una perspectiva y motivación completamente diferentes de las nuevas. Ellas eran realmente pioneras y había un componente más feminista en el asunto, por así decirlo.

-Eso se nota en la película, en cierto nivel partís de un punto de vista imparcial, pero poco a poco vas tomando la posición de Carmen y de sus amigas.

-Es que al principio iba a ser la historia de las mamachas, pero al final terminó siendo la historia de Carmen. Aun así, Gitano tiene un punto: él es un nombre de negocios, es un manager y lo hace bien. De todos modos, espero que el espectador se dé cuenta al transcurrir el documental de que la verdadera lucha de Carmen no es tanto con tal o cual persona, sino con algo interior que la hace madre y mujer. Eso fue lo que más le interesó. Si es un enemigo externo sencillamente lo podés apuntar y echarle la culpa de todo, pero cuando ves que todo se trata de una lucha con respecto a lo que sencillamente te hace a vos, a tu familia y a lo que vos querés, es algo mucho más complejo. Eso pasa un poco cuando el esposo le plantea: “O la lucha libre o tu familia”.

-Cuando ves a alguien que, como en el caso de Carmen, está luchando por lograr algo y se da la cabeza contra la pared, ¿esa situación te coloca en la paradoja de querer ayudarla, a pesar de saber que haciéndolo estás saboteando el objetivo de tu trabajo?

-Sí, completamente. Todo el tiempo sentí eso. Por un lado, podés decir que desde que estás con tu cámara tu presencia altera todo lo que estás filmando, pero en este particular caso, viendo las ganas que ella le ponía en su búsqueda de ser una luchadora, conscientemente siempre traté de no influenciar en lo que refería, por ejemplo, a sus obligaciones, por así decirlo, hacia su esposo. Es una cosa particular de ella, pero suponete que mi background es completamente diferente. Yo sencillamente le diría: “Mandá a cagar a tu esposo”, o lo que sea, pero bueno... En realidad, la cuestión no es tanto lo que su esposo quiere de ella, sino lo que ella quiere de su vida. Aun así, al final de los últimos días de grabación, en ese tiempo se me ocurrió hacer algo aparte con ellas. Yo solía enseñar a jóvenes de áreas pobres de Estados Unidos cómo empezar sus propios negocios, y aproveché eso para darles a las mamachas una especie de workshop, porque ése era uno de los temas que Gitano sabía bien y era la idea de cómo hacer plata y publicidad de una manera efectiva. Eran cosas sencillas pero que ellas no manejaban, como por ejemplo que si cobraban diez pesos la entrada, les convendría guardar seis e invertirlos en una próxima pelea. Entonces hicimos otras cosas, como un plan quinquenal y diseñar un nuevo logo para hacer parches, stickers y ese tipo de cosas. Ése fue el compromiso conmigo misma: callarme durante todo el proceso de filmación y al final de éste ayudarlas de manera que a ellas les podría servir. En este momento lo que realmente me preocupa es cómo va a ser tomada la película, porque no estoy segura de si es para público de documentales o de gente que le interesa otro tipo de cine. ¿Vos tuviste una expectativa diferente de lo que resultó el documental?

-Puede ser que al principio haya pensado que iba a centrarse más en el fenómeno de las mamachas y no tanto en la vida de una de ellas.

-Sí, puede ser que sea un poco el gancho. De hecho, lo que primero me interesó fue el fenómeno en sí, del estilo de “oh, mi Dios, esto es tan raro”, pero no podés hacer un documental sólo de eso, o si lo hacés vas a terminar haciendo algo como lo que pasó con un corto que unos norteamericanos hicieron antes de que fuéramos a filmar. Cuando llegamos a rodar nos cruzamos con un grupo de gente que estaba haciendo un film que, de hecho, después empezó a colocar en festivales. Al principio enloquecí un poco porque me vino miedo de que fuera más o menos lo mismo que habíamos hecho nosotros, pero ni bien lo vi me di cuenta de que era algo completamente diferente y que trataba a las cholitas de una manera medio condescendiente, del estilo de joven emprendedor estadounidense compadeciéndose de aquellas mujeres y diciendo: “Pobre gente, pobre gente latinoamericana, miren lo que hacen”. Yo de ninguna manera quería caer en eso. Esa postura me parece una idiotez. El tema es que para hacer eso se quedaron sólo dos semanas. Yo estuve cerca de tres meses y aun así me pareció que me quedé corta.

-Eso es interesante, porque esto mismo que decís se da en un contexto en el que la cultura kitsch y la ironía parecen haber devorado casi cualquier expresión cultural.

-Yo tengo una teoría, no sé si será acertada, pero creo que en algunos lugares, como en Asia, hay cierta posibilidad de alcanzar cierto grado de sinceridad, porque no se maneja tanto el sentido de la ironía que ha invadido toda nuestra cultura. La cultura asiática es tan cursi, con esas canciones de amor, las telenovelas, etcétera..., pero aquello circula de otra manera. No sería posible hacer eso en Estados Unidos de una forma sincera. A mí ese auge de la ironía me enloquece un poco. Me da la impresión de que le quita la forma auténtica de disfrutar algo que tiene alguien, porque sirve todo el tiempo para poner excusas, como una cosa muy de circo.

-¿Cuál fue el gancho emocional que tuviste con la vida de Carmen a la hora de hacer Mamachas del ring?

-La cultura asiática es, en cierto modo, bastante sexista. Yo me crié en el entorno de una familia coreana que se quedó en la antigua cultura de Asia. Nací en Estados Unidos, por lo que mi perspectiva es completamente diferente. Al menos al principio, cuando era más joven, les costaba mucho adaptarse a la cultura americana. Había un montón de cosas que yo quería hacer de niña, pero no me dejaban. Por ejemplo, quería hacer artes marciales, como tae-kwon-do, y mi padre decía: “No podés hacer eso, no lo hacen las niñas”. Así que, en cierto modo, esta película es una forma de combate a algunas cosas de mi niñez que quedaron en el inconsciente. Creo que la película tiene un gran componente feminista, pero al mismo tiempo viene con algo más propio de la vida, que es que siempre que estás dispuesto a dar todo por una pasión, ya sea estar detrás de la cámara o luchar como Carmen, tenés que dejar un montón de cosas atrás.