El 26 de marzo de 2011, Thomas Lanier Williams, más conocido como Tennessee Williams, hubiese cumplido 100 años, una buena ocasión para volver a disfrutar de Un tranvía llamado Deseo, presente en la cartelera en una doble interpretación: la versión coreográfica libre presentada en marzo por el argentino Mauricio Wainrot con el Ballet Nacional del SODRE (que se aparta del texto lineal para ubicar la acción en momentos posteriores al desenlace de la obra, en el manicomio donde es recluida la heroína, Blanche DuBois), y la puesta en escena del guión original que se presenta bajo la dirección de Roberto Jones.

Williams comparte con su compatriota William Faulkner algunos recursos narrativos como la mezcla de realismo y sueño, la ubicación de las narraciones en el ambiente sureño de Estados Unidos, personajes solitarios, delirantes o al borde de la locura; una versión en formato reducido de este cóctel puede apreciarse en en el cuento de Faulkner “Una rosa para Emily”. El ámbito de ensoñación y superposición de tiempos es manipulado por Jones mediante una especie de flashback narrativo que en el primer acto presenta a los personajes en escena para luego hacerlos desaparecer lentamente y posteriormente retomar la secuencia inicial, así como en la introducción de un personaje “fantasma” que se confunde entre ellos.

Dirigir esta pieza significa un gran desafío dado que se debe lidiar con una estructura narrativa que confunde los planos realidad y ficción, también significa un reto para los actores componer personajes emblemáticos en la historia del teatro, y también del cine, como lo han sido Stanley Kowalski y Blanche DuBois, ya que, inevitablemente, van a ser comparados con las actuaciones de Marlon Brando y Vivien Leigh en la versión que para el cine produjo Elia Kazan en 1951. En este sentido, se puede percibir el trabajo y el esmero en la creación de los personajes por parte de los intérpretes, que, si bien podrían perfeccionar y afinar sus perfiles, logran mantener la tensión en el difícil proceso que lleva a la destrucción del personaje principal.

Una vez vista la obra, las opiniones se desvían hacia el tema que más parece interesarle a la mayoría del público: el trabajo de la conductora televisiva Victoria Rodríguez, devenida actriz y ganadora de un premio Florencio (el de la categoría Revelación, en 2009, por su participación en Al encuentro de las tres Marías), quien ahora encarna nada menos que a Blanche DuBois con bastante solvencia, un papel que le exige ser el centro de atención de la obra además de interpretar variados e inquietantes cambios de tono en su conducta.

Otra importante actuación es la de Álvaro Armand Ugón, quien interpreta a un Kowalski demasiado concentrado en sí mismo y que parece actuar solo, sin relacionarse con sus compañeros de escena, y de Natalia Chiarelli, como Stella DuBois, en una interpretación que da el rasgo adecuado al manejo de los vínculos que le exige la obra, con la brutalidad de su marido y la fragilidad y sensibilidad de su hermana.

En definitiva, el de Williams es un texto que siempre atrapa y logra emocionar, y a pesar de acarrear con las dificultades propias de un clásico, esta interpretación llega a tener al público en vilo y permite disfrutar del texto completo, ya que en la versión para el cine fueron eliminadas las referencias a la homosexualidad del ex marido de Blanche DuBois, dispositivo indispensable para la comprensión de la trama.