No debe haber tema más atractivo para la ciencia política de nuestro continente -¡el de Chávez!- que el que gira en torno al populismo. Para empezar, está la discusión sobre el término: para algunos, como el ex presidente Julio María Sanguinetti, representa una de las principales amenazas a la democracia; al teórico franco-argentino Ernesto Laclau, en cambio, le parece el único camino para la actividad política cabal. En el medio, obviamente, hay una infinidad de matices. Muchos de ellos son revisados en este segundo número de la revista Recso que, aunque dirigida al público académico, plantea en lenguaje accesible a no especialistas los ejes de este debate absolutamente actual.

Nunca se fue

En una entrevista publicada el 12 por La Nación, Panizza opinó sobre el “retorno del populismo” en América Latina: “Creo que nunca se fue. Simplemente ha ido cambiando de cara de acuerdo con los tiempos. En los años 90 tuvimos un populismo de corte neoliberal con líderes como Menem y Fujimori, y ahora lo que tenemos es -y en ese sentido quizás sí podamos hablar de un regreso- un populismo que tiene cierto aire de familia con el populismo clásico, más nacionalista, de los años 40 y 50. Pero lo importante no es tanto decir ‘éste es populista’; ‘éste no’, sino ver al populismo como una dimensión de la política, como un modelo de crear identidades que los políticos usan en mayor o menor medida. No hay un populismo netamente latinoamericano. Lo que hay es una abundancia de ese tipo de política, o de ese modo de identificación, en América Latina más que en otras regiones del mundo. Pero hay casos de populismo histórico y reciente en todas partes”.

Acertadamente, el artículo que aborda la caracterización más teórica del asunto, y que por lo tanto opera como marco conceptual para el resto de la publicación, está colocado como apertura. A cargo del uruguayo (con base en la London School of Economics) Francisco Panizza, especializado desde hace largo tiempo en el estudio del populismo, el artículo se titula “¿De qué hablamos cuando hablamos de populismo? ‘Más populista será tu abuela’”. La cita pertenece a nuestro actual presidente, José Mujica, quien la pronunció en su propia defensa (en 2009, durante la campaña interna por la candidatura presidencial del Frente Amplio) ante la “acusación de populismo” por parte del economista Ernesto Talvi. La frase fascina a Panizza, porque el “más populista será tu abuela” de Mujica encarna a la perfección el aspecto paradójico del populismo: niega su adscripción a la corriente política utilizando el lenguaje que define a esa corriente.

No es casual que Panizza utilice una figura lingüística como plataforma de sus elucubraciones: como ya hiciera en el recomendabilísimo libro Uruguay, batllismo y después (1990), sus análisis tienen por centro el universo discursivo. Así, entre las conclusiones de este trabajo puede leerse que “el populismo es uno entre la variedad de discursos usados por los políticos para establecer relaciones de identificación con sus respectivos públicos” y que “en última instancia, el populismo se refiere a una cierta estrategia política más que a la personalidad de un líder”. Siguiendo a Michael Kazin, Panizza prefiere hablar de “intervenciones populistas” más que de “populismos”, ya que en su concepción se trata de recursos (fundamentalmente discursivos) que están disponibles para su uso periódico.

Para Panizza, esos recursos pueden ordenarse en una gradación que permitiría distinguir entre “populismos extremos” (aquellos que buscan refundar el orden político) y “populismos buenos” (regímenes que se atienen a los procedimientos democráticos y reconocen el valor del pluralismo y la negociación). Esta gradación comprendería, de menor a mayor, cuatro hitos: el “hablar como el pueblo” (identificación puramente discursiva), el “hablar por el pueblo” (poner en circulación reivindicaciones de quienes se autoperciben como excluidos), el antagonismo político como herramienta habitual y la “promesa normativa de redención” (o sea, la explicitación programática de cambios sociales postergados).

La distinción de “populismos buenos” es un aporte propuesto por Panizza que da cabida a un uso positivo del término (pero alejado de la concepción radical de Laclau), aunque en otras partes del artículo, ya fuera del análisis discursivo, se expresan las posibles “bondades” del populismo más extremo por sobre sus versiones más pragmáticas (es decir, cuando existe la necesidad real de un cambio fuerte) y lo ejemplifica por la negativa con la corrupción política del sistema brasileño, que el “populista bueno” Lula no pudo limpiar.

Entre las virtudes del artículo de Panizza está también la de mostrar cómo el fenómeno populista corta transversalmente distinciones clásicas como “derecha-izquierda”. Al utilizar como ejemplos al trío obvio Chávez-Correa-Morales, pero también al conservador estadounidense George Wallace, al ecuatoriano Abdalá Bucaram, al dúo demoníaco Menem-Fujimori y a una figura tan poco esperable en este contexto (al menos entre no especialistas) como Barack Obama, Panizza consigue evitar la problemática relación entre populismo y progresismo. Al igual que el autoritarismo, el populismo se instala así como una cuestión que supera los cortes ideológicos más previsibles.

Los tres P

Los dos artículos centrales se ocupan de los casos más evidentes del populismo latinoamericano de hoy. “Populismo, rentismo y socialismo del siglo XXI: el caso venezolano”, de Margarita López Maya y Alexandra Panzarelli, trata, obviamente, de los gobiernos de Hugo Chávez. Las autoras adoptan un encare dominantemente histórico: por un lado, explican el proceso que posibilitó el surgimiento de un líder como Chávez, y luego analizan cómo fue cambiando la organización formal de los movimientos sociales que lo siguen. Al mismo tiempo, suavizan la percepción del chavismo como una ruptura de la tradición política venezolana, en tanto lo vinculan a prácticas instaladas en el país a lo largo del siglo XX, especialmente a modos de distribución de los excedentes de la explotación petrolífera. Asimismo, en sus conclusiones, claramente críticas de un modelo que luego de instalado tiende peligrosamente a la autopreservación, también hay un reconocimiento a los avances que en justicia social se produjeron en los primeros años del gobierno de Chávez.

En “Las tensiones no resueltas entre el populismo y la democracia procedimental”, Carlos de la Torre analiza las novedades teóricas que suponen los gobiernos de Correa, Morales y Chávez a la luz del concepto de “democracia participativa”. También aquí hay lugar para la paradoja (por lo menos, desde ojos acostumbrados a la democracia representativa): “parecería que en Venezuela, al igual que en Bolivia y Ecuador, se está dando simultáneamente un deterioro de las instituciones y libertades liberales y mayores índices de participación de los sectores previamente excluidos”. De la Torre habla entonces de “democracias pos-liberales” y a su vez distingue entre el modelo de Chávez y Correa, que organiza liderazgos “desde arriba”, y el de Morales, asentado en redes de organizaciones sociales fuertemente vinculadas a prácticas comunitarias indígenas.

L y los K

En términos de puro entretenimiento, lo mejor está al final: el artículo de Vicente Palermo, “Consejeros del príncipe: intelectuales y populismo en la Argentina de hoy”, es una muestra de la feliz propensión a la seducción con la que se escribe del otro lado del Río de la Plata, aun en ámbitos académicos. Palermo toma como disparador la evolución de la relación entre Ernesto Laclau y el matrimonio Kirchner. Autor de por lo menos dos libros fundamentales sobre este tema (Política e ideología en la teoría marxista: capitalismo, fascismo, populismo, de 1978, y La razón populista, de 2005), Laclau habría visto en los Kirchner la posibilidad de materializar algunas de sus concepciones teóricas. Palermo no se extiende en las elaboraciones previas de Laclau, sino más bien se basa en sus intervenciones en la prensa. En ese sentido, el relato que arma podría ser leído como el de una decepción: después del fracaso de la escalada de política confrontativa que supuso el conflicto “del campo”, Cristina Kirchner adoptó medidas conciliatorias que la fueron alejando del antagonismo creciente que aconsejaba el teórico. Caso interesantísimo de cruce entre teoría y praxis, el desenlace (por ahora) de la relación Laclau-Kirchner sirve para confirmar que, más allá de todos los malentendidos sobre la naturaleza del peronismo, se trata de una alianza política surgida en un sistema de instituciones y organizaciones sociales de arraigo duradero y profundo, que impedirían su equiparación a modelos como el venezolano.

Palermo no discute con los Kirchner ni con los intelectuales de Carta Abierta que los apoyaron, sino con Laclau. Parado claramente de un lado de la división pluralismo político/populismo político, Palermo niega la identificación entre política y populismo establecida por Laclau y recurre como prueba a distintas “demandas democráticas” que avanzaron en regímenes alejados del populismo, como la de los derechos humanos durante el gobierno de Alfonsín, el Movimiento de los Sin Tierra brasileño o, de manera más general, el exitoso manejo de las tensiones sociales que realizó la socialdemocracia europea en el siglo XX. El autor tampoco cree que toda división del campo político conduzca necesariamente a un antagonismo dicotómico del tipo populista, tal como plantea Laclau. El artículo del argentino es un cierre brillante para una publicación que ojalá sirva como insumo para la discusión local sobre un tema apasionante. Y por si queda alguna duda: en la clasificación de Panizza, el gobierno de Mujica, si llega a ser un populismo, sería de los buenos.