Tal vez Montevideo se esté inscribiendo nuevamente (ventajas del dólar en baja) en el circuito de shows de artistas que aún no emprendieron la curva descendente de la decadencia artística y que siguen estando en el candelero creativo del Primer Mundo. Éste es sin dudas el caso de Devendra Obi Banhart, artista tejano y de madre venezolana que se inscribió en la vanguardia pop estadounidense gracias a una combinación de melodías etéreas, nostalgia hippie y curiosidad permanente por lo que ocurre musicalmente fuera de su país. Uno de los creadores actuales que -con sus fanáticos y detractores- ha sido más estudiado por la crítica seria en la última década, y que entre sus excentricidades cuenta con la de ser un gran fanático de la obra de un conocido de todos: Eduardo Mateo.

Parte de una generación amante de los tonos psicodélicos y las melodías complejas a la que también pertenecen gente como los Animal Collective, Bon Iver o Joanna Newsom (artistas a los que se suele enmarcar bajo la denominación New Weird America), Banhart publicó su primer disco -The Charles C. Leary- en el año 2002, cuando sólo tenía 20 años. El disco no llamó demasiado la atención pero allanó el camino para que medios como la popular revista online Pitchfork -oráculo de las generaciones indie actuales- consideraran a su siguiente obra -Oh Me Oh My... (2003)- como una suerte de pequeña revolución de la escena folk norteña, esencialmente por su predisposición -heredada de figuras menores del folk de los 60 como Vashti Bunyan y de su admiración por artistas como Caetano Veloso- a sucesiones de acordes poco frecuentes en la música occidental. El reconocimiento general le llegaría en 2004 con su cuarto disco (Banhart es sumamente prolífico) Niño Rojo, en el que trabajó con uno de los popes del noise neoyorquino, el oscuro ex lider de The Swans Michael Gira (un espíritu que uno no asociaría a priori con el más bien positivo Banhart), y que fue considerado una auténtica obra maestra de una clase de folk-pop laberíntico y poco frecuente en la escena actual. El entusiasmo fue prácticamente igual con el sucesor Cripple Crow (2005), en el que abandonó su habitual minimalismo para experimentar con una instrumentación más rica, sin abandonar por ello su particular excentricidad.

Sus discos siguientes lo han visto aproximarse a arreglos y armonías más convencionales, aunque su interés investigativo parece intacto, llevándolo a colaborar con artistas que van desde el californiano Beck hasta la argentina Juana Molina, pero conservando su lugar como una de las voces más distintivas de la actualidad. Quienes estén con hambre de ver a un artista joven aún en el cenit de su carrera y sean adeptos a las canciones climáticas y ocasionalmente sorprendentes, tienen una oportunidad dorada de asistir hoy a La Trastienda y ver en vivo y en directo a un buen representante de lo que está pasando por allá arriba.