En su afán de aportar a la memoria, la gente de Ayuí ha rescatado de las cintas de un casete editado allá por 1985 el que fuera el debut de Henry Engler como cantor, ahora convertido en CD. Se trata de un disco que se puede prestar a la suspicacia y que a primera vista engaña; aunque bien se podría pensar que se está frente a un panfleto, no es así. Ahora, si usted está pensando en el poder de la música como elemento vital, la cosa cambia.

Henry Engler nació en Paysandú en 1946 y hoy es director, responsable y mentor del Centro Uruguayo de Imagenología Molecular (CUDIM), especializado particularmente en tomografías por emisión de positrones (PET, según su sigla en inglés). Es médico neurólogo, recibido en Suecia, donde desarrolló grandes avances referentes a la imagenología de la enfermedad de Alzheimer.

Pero antes de eso permaneció 13 años preso de la dictadura, 11 de los cuales como uno de los nueve rehenes junto con el actual presidente, José Mujica, Raúl Sendic, Eleuterio Fernández Huidobro, Mauricio Rosencof, Adolfo Wasem, Julio Marenales, Jorge Zabalza y Jorge Manera. En su momento condenado a 45 años de prisión -no fue amnistiado-, fue liberado en 1985 pero permaneció en libertad condicional hasta 1992 (según reza el booklet del CD: “Dadas las brutales condiciones de prisión se le computaron tres días de cárcel por cada día que sobrevivió”).

Es ilustrativo al respecto ver la película El círculo (2008), de José Pedro Charlo y Aldo Garay, en la que el propio Engler muestra uno de los tantos pozos en los que estuvo, en el cuartel de Durazno, ciudad que no conocía muros afuera y donde alguna vez dibujó un círculo en la pared para fijar la vista, vaciar sus pensamientos y así hurgar la esquiva cordura. Cantos rodados son aquellas canciones, canciones de calabozo que en el CD Engler canta acompañado por Eduardo Larbanois, Rubén Olivera, Carlos da Silveira y Hugo Jasa. Son diez canciones folclóricas antecedidas por una breve introducción en palabras que ilustran el cantar. Aquí hay canciones que dicen mucho más de lo que se podía decir, canciones con anhelo de libertad, canciones que conocieron guitarras mucho tiempo después de ser soñadas, muchas veces guardadas en la memoria a falta de papel. Melodías y tonadas que en ciertos momentos sirvieron de escape o cable a tierra para mantener la sensatez. Canciones que pueden parecer hasta infantiles y que cargan profundas metáforas de anhelos, en ocasiones, con la incalculable virtud de encontrar el humor ante el hostigamiento.

“De los bichos” tiene texto y música de Eleuterio Fernández Huidobro y es para Engler una milonga “volqueada”. Es una fábula contada por un chajá que dice: “Pensaba profundamente / un zorro que era ingeniero / los mil modos de romper / las puertas del gallinero”. O mejor: “Son cosas que están pasando / y ha de ser tal vez por eso / que no me duermo pensando / lo avanzáu que está el progreso”.

Hay también tres canciones de Adolfo Nepo Wasem -fallecido el 17 de noviembre de 1984, a los 38 años-, el que nunca salió de prisión y murió víctima del cáncer: “Cipó cipó”, sobre un poema de Miguel Ángel de Asturias, “El sapito Manuel” y “Sobre la limpia arena”, con texto de Antonio Machado y música de Wasem. La segunda es otra profunda historia disfrazada de canción infantil: el sapito Manuel, queriendo viajar a la Luna, “en un cohete de caña y papel de cometa”, fracasa y se precipita en el charco, situación que da lugar a las sabias palabras del búho Gervasio, que le dice que aun desde allí “a la Luna también se puede visitar”.

Engler canta chiquito sus melodías soñadas y viaja a su Paysandú, baila una “Polquita la sanducera”, visita a una “Lavanderita de Paysandú” y continúa su viaje con “A San Javier”, la tierra que fundaron sus abuelos ucranianos al llegar a Uruguay, para luego cantarle a “La leyenda del Queguay”, canción que precede con estas elocuentes palabras que abren el disco: “Una melodía, soñada en los calabozos de Paso de los Toros. Una soledad diferente, en un claro del monte y la guitarra preludiando una media serranera, para hacer canción esta leyenda del Queguay”. No obstante, el mensaje más claro y directo brota de la pluma de Miguel Hernández en “Antes del odio”, musicalizada por Engler: “No, no hay cárcel para el hombre / No podrán atarme, no / Este mundo de cadenas / me es pequeño y exterior / ¿Quién encierra una sonrisa? / ¿Quién amuralla una voz?”.

En conclusión, es un disco desgarrador que deja expuesta la crueldad pero presenta a la música como paliativo y a la poesía como arma comunicacional. Reflejo del “nunca más” y de la nefasta historia reciente de nuestro país, es un material que está bueno conocer y que deja como curiosidad el hecho de comentar el disco de quien se especuló que sería galardonado con el premio Nobel de Medicina.