Éste es el curioso caso de una película dirigida a trío. Fundamentalmente se repartieron las tareas a la manera de Stoll y Rebella: uno se especializó en el trabajo de cámara, otro en los actores, y en este caso hubo uno más que se concentró en temas afines a la producción (el rol de Ethan Coen en la repartija con su hermano Joel).

Se plantearon honestamente hacer una película comercial y de género, que ellos definen como “policial de barrio”. La tarea que se propusieron es paradójicamente ambiciosa, teniendo en cuenta la doble condición de uruguayos y debutantes. Digo “paradójicamente” porque pretenden hacer una película de un género medio borroso que es más bien un ámbito temático sin rutinas demasiado establecidas y cuyo nombre lo parecen haber puesto ellos mismos; “policiales de barrio” podrían ser Ángeles con caras sucias, Los olvidados, Calles peligrosas, Ciudad de Dios o Gran Torino, una muestra que difícilmente definiría un “género”. Quizá lo que quisieron decir con lo de “género” es simplemente la inclusión de elementos usuales en el cine de entretenimiento, en particular del cine de acción. Y esto es parte de la ambición a que me refería, y que también es “paradójica” porque en la mayor parte del mundo se supone que el cine “artístico” es más ambicioso que el comercial, que se ampara en esquemas preexistentes. Pero no en Uruguay, donde hay probados y exitosos ejemplos de cine off-beat, y se puede decir que empieza a haber “escuela” de eso, pero al cine de entretenimiento todavía le falta. Salado asunto, porque además habría que ver si existe esa cosa supuestamente inocente llamada cine de entretenimiento: la mayor parte de las películas hollywoodenses son películas de tesis y amparadas en un fuerte sentido moral y pedagógico; sólo que estamos tan acostumbrados a sus moralejas -que muchas veces contradicen nuestro sentido ético más meditado- que las descontamos de la percepción y tendemos a evaluar todo lo demás (la gracia con que está realizada). Pero cuando, desde el extranjero, se intenta hacer una película así y nos tratamos de sumir en la misma clase de presupuestos morales que el cine yanqui, la cosa suele quedar francamente ridícula y desubicada. Y cuando no es así, entonces la moraleja nos salta hacia adelante y llama la atención, y por ello películas como En la puta vida o El baño del papa nos suenan a denuncia social, o Matar a todos a cine político; sin llegar ninguna de las tres a ser ni chicha ni limonada, porque están impregnadas de una timidez basada en la preocupación de mantenerse en ciertas vagas nociones de entretenimiento, de llegar a un amplio espectro de público (incluido el de centro-derecha), aspectos que a su vez están matizados por todos los cuidados en lidiar con sus respectivos espinosos trasfondos temáticos.

Desde el barrio

Aquí, y para bien, la cosa no salió tan policíaca, pese a envolver policías, bandidos, crímenes, situaciones de peligro y disparos. Pero estos ingredientes distan de bastar para definir un policíaco: la estructura es totalmente distinta. Reus es el curioso caso de una película que no tiene ningún personaje propiamente positivo y que concentre nuestra simpatía en desmedro de otro, tampoco hay ninguno que sea totalmente deleznable. Aun el siniestro viejo torturador que tiene una especie de escuadrón de la muerte privado desempeña un rol al final que puede verse como heroico y salvador (piénsese que la situación de los comerciantes asolados por el bandidaje y que ante la inercia de las autoridades se ven en la circunstancia de tener que contratar brazos armados para defenderse es la misma situación de los campesinos de Los siete samurais, y el viejo torturador en cuestión en este caso sería el jefe de los samurais, que era el héroe de aquella gran película. En todo caso, los realizadores de Reus tienen mucho más compasión por sus bandidos que Kurosawa por los de él. Por supuesto, uno simpatizaba con los campesinos kurosawianos porque eran pobres, cosa que no ocurre con alguno de estos comerciantes de Reus que viven en Pocitos).

Es loable el empeño en humanizar a cada uno de los personajes, que da un aspecto coral a la historia, que es como el lento apretar de un nudo cada vez más entreverado. Por otro lado, la película se permite perder el tiempo con escenas totalmente improcedentes desde el punto de vista de las líneas de acción, pero enriquecedoras en el sentido de exponer aspectos sociales o de los personajes.

Y es llamativo también el hecho de que, salvo en los casos de personajes que se mueren, no se cierra al final una sola línea de acción, lo cual no es nada “comercial”. Hay también dos casos de montaje alternado comparativo (los dos almuerzos -en Pocitos y en el Reus-, y el que alterna el bar mitzvah con el interrogatorio) con una función prominentemente estética y de radiografía social.

Ahora bien, al igual que en el caso de las tres películas uruguayas casi -lisamente- narrativas nombradas al inicio, todos estos aspectos más bien “artísticos” o reflexivos están matizados por una cierta timidez normalizadora, además del empeño en imitar ingredientes de otras películas, y no estoy seguro de que nada de esto efectivamente aporte al público (aunque sospecho que, de cualquier manera, a Reus no le va a ir nada mal en boletería, porque hay una evidente necesidad de los uruguayos de ver representados en pantallas de cine aspectos acuciantes de su día a día presentados en forma digerible sin grandes dificultades, pero creo que le va a ir bien a pesar y no por causa de sus torpes intentos de lucir “de género”). El gran travelling aéreo en contrapicado que conduce del puerto al barrio en cuestión está sacado de West Side Story, pero allí se daba el notorio contraste entre el East Side que veíamos primero y el West Side donde desembocábamos, mientras que aquí no hay ningún contraste llamativo (al menos desde el aire) entre las zonas más feas de la Ciudad Vieja y el Reus. El tinte trágico que se intenta imprimir al fin de uno de los personajes es medio traído de los pelos (porque en ningún momento se había elaborado para ese personaje el tipo de dilema moral que ampara las tragedias). Cuando el Tano se indigna porque “Te metiste con mi familia”, parece que está hablando Michael Corleone y no un tipo que tiene una relación muy ambigua con los suyos. Todo el mundo escucha cumbia todo el tiempo, pero de pronto cuando los marginales juegan al básquetbol suena un hip hop en la banda musical (porque es una situación muy de barrios bajos de ciudad estadounidense).

Los directores, que evidentemente curten mucho cine yanqui y del bueno, pretendieron un tipo de actuación naturalista hollywoodense traducida al uruguayo. Aunque se nota y se aprecia este empeño de naturalidad (no hay atisbos de telenovela venezolana o de Comedia Nacional), todavía falta el know-how general para lograrlo plenamente. No es fácil conseguir en Uruguay gente con el tipo físico adecuado y el manejo de las respectivas subculturas para un total de unos 30 roles individualizados, más extras. Y además faltó, quizá, un poco de cancha en conducir el reparto, o presupuesto para insistir en el rodaje. Y con certeza faltaron diálogos y situaciones que les complicaran menos la vida: nadie va a lograr actuar “bien” el rol de un inveterado y habitual fumador de marihuana si cada vez que se pone el pucho en la boca tiene que hacer cara de placer como si hubiera estado fisurado durante semanas. Es difícil convencer de plancha si cada gesto o inflexión vocal tiene que ostentar esa condición. En el cine de Rossellini o Glauber Rocha hay cosas penosamente inverosímiles que el espectador competente tiende a descontar para concentrarse en el corazón emotivo o en el análisis general de la situación; pero aquí justamente el empeño en lucir “bien hecho” produce una disonancia alevosa con los baches anecdóticos. Por ejemplo: se reúnen los comerciantes judíos, que al parecer fueron allí sin tener idea de qué se les iba a plantear, Elías les dice que necesita plata para operar y cada uno saca un espeso fajo de billetes de los respectivos bolsillos, que depositan sobre la mesa (cantidades que nadie mencionó cuánto debería ser y que nadie se ocupa de verificar). Y lo peor debe ser el tipo supuestamente experto en armas que dispara sobre otro que está alineado (y a corta distancia) con la persona que él pretende defender.

Quitando estos eventuales baches, casi todo lo que se muestra es verosímil en el sentido de que corresponde a los prejuicios generales. Pero hay un problema: nunca es tan probable que todo sea tan probable. Todos los jóvenes pobres (población que incluye a todos los negros de la película, y también a todos los que consumen drogas) son chorros, todos los judíos hacen comercio (y justo el principal de ellos tiene un hijo de 13 para celebrar el bar mitzvah), el rabino tiene barba larga y “acento de judío”, la puta usa tacos altísimos, las familias tienen estructura machista (las ricas son convencionalmente estructuradas, las pobres son cualquiera), el comisario usa bigotes e insinúa ser medio facho. No hay un solo personaje que no sea el cliché de su “tipo”.

El aspecto de penetración social o cuestionamiento político pocas veces sobrepasa lo que más o menos a cualquiera se le ocurre (hay contrastes económicos, los jóvenes desvalidos carecen de perspectivas, la droga potencia el crimen, no hay solución a la vista), sin arriesgar un punto de vista jugado, sin hacer presente algún elemento sorprendente o fuertemente sensibilizador. El apunte sobre posible corrupción policial (una mera alusión del comisario a la posibilidad de que aporten “colaboraciones”) es sumamente tímido, y luego el efectivo operativo policial se muestra con una eficacia que deja sin explicación la situación de “barrio dominado por el crimen”. Todo el rollo del pasado entre Elías y el Tano, que jamás se llega a explicar, parece metido más bien para incluir a la clase opulenta en la culpabilidad general, sin que se llegue a penetrar en cómo es la cosa.

En fin, Reus hurga en un montón de zonas interesantes y abre caminos prometedores. Lograrlo plenamente quizá demande unos años más de experiencia, para este equipo en sí y para el cine uruguayo en general. Pero quizá si se hubiesen enfocado en hacer una buena película, sin el condicionador “comercial” o “de género”, hubiesen podido llegar a más de lo que llegaron, y quizá incluso pudieran cautivar una mayor cantidad de público.