Si el autismo comprende un arco de experiencias es comprensible que haya casos límite al borde del diagnóstico. El cineasta Steven Spielberg es un ejemplo perfecto de esa frontera en disputa: es común encontrarlo en listas de personas exitosas que padecen de síndrome de Asperger y también es usual encontrar la refutación de esta afirmación, basada en el hecho de que el cineasta tiene un trato cálido y no tiene dificultades para la interacción; asimismo, están quienes contradicen esto último, afirmando que un diagnosticado con Asperger no tiene por qué carecer de habilidades sociales. Al menos en términos de cultura popular, el caso de Spielberg muestra claramente que para algunos es un nerd y para otros es una persona con un padecimiento neurpsicológico.

Hay, sin embargo, ejemplos más definidos de producción artística y autismo. El crítico Roger Cardinal, que amplió la categoría de “arte bruto” (aquel producido por pacientes psiquiátricos) en el concepto de “arte marginal” (outsider art, emparentado con el “arte otro” que propone Pablo Thiago Rocca), entre otros propósitos, para separar los aspectos puramente estéticos de las consideraciones médicas. En su ensayo “Outsider art and the artistic creator” examina varios casos de autismo severo.

La niña Nadia, que mereció un estudio completo de la psicóloga Lorna Selfe, realizaba dibujos (que recordaban a las pinturas de las cuevas del Paleolítico Superior) desde los tres años de edad. Cardinal anota cómo a medida que Nadia adquirió habilidades sociales y herramientas cognitivas (aprendió a sumar y a leer) sus dibujos fueron perdiendo expresividad y originalidad.

Cardinal también contrapone el caso de Stephen Wilshire (nacido en 1974 y posiblemente el artista autista más famoso del mundo, objeto de un estudio a cargo de Oliver Sacks), cuya fidelidad fotográfica y su prodigiosa memoria le han valido un lugar como productor de esbozos arquitectónicos, al de Gilles Thréhin, que dibuja con meticulosidad vistas hiperrealistas de una ciudad imaginaria, Urville.

Los diminutos dibujos y pequeños libros de James Castle (1900-1977), quien en vida fue tomado por retrasado mental y sólo diagnosticado como autista post mortem, comparten muchos de los desarrollos del arte de vanguardia de mediados del siglo XX, como el arte povera y su uso de materiales inusuales, aunque el artista nunca tuvo contacto con lo que ocurría fuera de su pequeña comunidad rural en Estados Unidos.

Actualmente cotizado dentro del circuito del arte naïf, las creaciones del holandés Roy Wenzel comenzaron como parte de una terapia hospitalaria. Su uso del grotesco y de una técnica de “transparencia” que impide distinguir entre fondo y figura se combinan con una poderosa imaginería erótica.

El estadounidense Gregory Blackston reúne varios de los estereotipos del autista: además de sus geométricas interpretaciones de objetos cotidianos, es un músico talentoso y un pasional acopiador de datos enciclopédicos. Su caso, así como el de autistas que producen imágenes abstractas, contradice la creencia de que los que comparten ese diagnóstico solamente producen representaciones miméticas.