Prácticamente hay unanimidad en defender la necesidad de acercar a los más chicos a la lectura y a los libros. Lía Schenck, docente y autora de larga trayectoria (Hay que salvar a Renato, Historia de pueblo chico, que le valió el premio MEC en 2009 en la categoría obra édita), aportó su perspectiva y su experiencia como docente para dar su parecer acerca de la importancia de la lectura: “Hay un interés docente y familiar en la difusión del libro infantil en los primeros años, siempre hay algún adulto que motiva. Me refiero al libro pero también a los relatos orales, le doy muchísima importancia a la narración oral como motivadora de futuros lectores. El libro tiene una función vincular. Los niños son geniales cuando te dicen sentate y contame un cuento: no sólo se hacen de la historia sino que tienen al adulto para él. Creo que desde una mala concepción, cuando el niño aprende a leer el adulto se independiza del acto de contar. Lo que promuevo es que el vínculo entre el niño, el adulto y el libro sea más duradero”, expresó. Y agregó: “Los planes de lectura basados en el derecho a leer yo los centraría en el derecho de tener ese libro y de que el adulto esté junto a él para leerlo”.

En Uruguay la literatura dirigida a los más jóvenes ha mostrado un crecimiento significativo en los últimos años, sobre todo desde la primera mitad de la década de 1990, a partir de la decisión de algunas editoriales de apostar a ese público y del éxito singular de una serie de autores cuyos libros continúan ubicándose entre los preferidos por los pequeños lectores. Viviana Echeverría, la editora en jefe de Alfaguara, editorial a la que pertenecen ambos títulos, enfatiza el muy buen momento de la edición nacional: “Autores con muchos años de trayectoria, como Roy Berocay, Susana Olaondo o Helen Velando, continúan creciendo, sus libros no han perdido vigencia. Estamos celebrando los veinte años de Pateando lunas, uno de los primeros libros de Berocay, y sigue siendo uno de los más vendidos. Siempre aparece en las listas junto con Felipe, de Olaondo, y los de la saga de los Cazaventura, de Velando. Lo interesante es que ya no se trata de una o dos editoriales que apuestan a este tipo de publicaciones, sino de todo el mundo editorial”.

En el mismo sentido se manifestó Virginia Sandro, editora de Sudamericana-Random House Mondadori: “Hay un crecimiento de la literatura infantil. Se ve año a año. Se sigue produciendo y cada vez más gente produce”. Sin embargo, apuntó: “No todo tiene el mismo nivel de calidad. No se trata sólo de producir sino de seleccionar, de elegir el mejor ilustrador. Uno trata de hacer el mejor libro, de cuidar aspectos menos evidentes, como la tipografía, que esté alineado adecuadamente, para conseguir un producto óptimo”.

El escritor Germán Machado (autor de Zipisquillas -Sudamericana, 2009- y del libro de poesía para niños Ver llover -Calibroscopio, Buenos Aires, 2010-) describe esa época fermental: “Aunque yo soy un recién llegado a la literatura infantil, como lector conocí la movida de los 90, que fue fundamental. Hubo una serie de autores que movieron mucho en su momento, pero con el paso de los años eso se dispersó y ahora se está tratando de retomar ese camino, la posibilidad de que pueda haber un nuevo impulso”.

Schenck dijo al respecto: “Afortunadamente, creo que tenemos un panorama de autoría nacional sumamente interesante, rico, que se va renovando. Están los autores conocidos, de larga trayectoria, y los que se van asomando. Es de destacar que en casi todas las librerías hay un sector infantil. Por otra parte, para rastrear el origen de la literatura infantil en Uruguay hay que ir muy hacia atrás: Saltoncito, de Paco Espínola, tiene 70 años”. “Sin embargo, lo que no hay es crítica literaria, creo que es fundamental que haya formación crítica”, apuntó.

El secreto del boom

Ese crecimiento que se ha dado en forma sostenida tiene que ver con un trabajo sistemático de acercamiento a los lectores a los que se dirigen los libros. Los autores concurren a las escuelas, dan charlas, los niños los conocen. Verónica Leite, autora e ilustradora que en 2010 editó una versión de Don Juan el Zorro, de Paco Espínola, y que ha editado libros en Brasil y en México, comparó lo que ocurre en esos grandes mercados con la realidad local y destacó: “Si comparás con mercados gigantescos, en proporción somos más lectores, aunque en número somos muy poquitos. Acá el autor está muy cerca del niño, mientras que en otros países es todo más impersonal, la escala hace que sea todo más distante”. Pero ese acercamiento a los lectores y a su mundo no pasa sólo por ir hacia ellos físicamente. Echeverría sostuvo que tiene que ver con “un trabajo realizado por los propios autores para conseguir un lenguaje cercano a los niños, para abordar temáticas que a ellos les interesa leer y un tono con el que se sienten identificados”. Y observó en este sentido que, mientras que la literatura fantástica es la protagonista de los grandes éxitos en libros extranjeros (como las sagas de Harry Potter y Crepúsculo), entre los libros de autor nacional hay una preferencia por el género de aventuras, “colecciones como la de los Cazaventura, de Helen Velando, o la de Hoy llegan los primos, de Magdalena Helguera, que tienen un apoyo fuerte en la realidad, en experiencias con las que los niños uruguayos se pueden sentir identificados”.

Cuestiones de géneros

Al dar una mirada a los libros publicados en los últimos años se hace evidente que predominan ampliamente las novelas en detrimento de otros géneros como el libro álbum, la poesía y el libro de información. Por otra parte, es bastante frecuente que los autores editen en el extranjero. A este respecto apuntó Leite: “Para editar Don Juan el Zorro tuve que hacer un esfuerzo personal porque ninguna editorial querían tomar ese riesgo. Sin embargo, se agotó en tres meses. Creo que en estos casos son importantes los Fondos de Incentivo Cultural, que significan un papel importante que juega el Estado al permitir que aparezca un material con mayor riesgo del que una editorial puede asumir en términos de empresa”. Aunque con una perspectiva crítica, la autora hizo énfasis en la necesidad de que los distintos involucrados tengan un papel activo: “Los consumidores de cultura tenemos que retomar el lugar de protagonistas. Es necesario tomarnos el tiempo y el trabajo de analizar qué estamos consumiendo. Es un tema de todos, eso es importante”.

Machado mostró preocupación por las escasas ediciones de libros álbumes y la casi inexistente de poesía. “Me preocupa la casi ausencia de libro álbum. En Argentina hay un puñado de editoriales que cubren ese tipo de trabajos: Calibroscopio, Pequeño Editor, Libros del Eclipse. Acá existe la intención de armar algo y creo que es importante que surjan editoriales pequeñas que apuesten a un trabajo cuidado, que le den mayor realce al ilustrador como pieza fundamental de este tipo de libros, donde es fundamental el concepto de coautoría. Pero es una carencia en Uruguay”. Consultada al respecto, Sandro puntualizó: “El problema del libro álbum es económico. En primer lugar, compite con material extranjero de primerísima calidad. Por otro lado, se trata de una producción muy cara, con la primera edición prácticamente no se recupera lo invertido. La realidad es que es necesario equilibrar el catálogo, porque unos libros tienen que sostener a otros. No obstante, algunas cosas, aunque pocas, se editan; me interesa destacar el trabajo de Virginia Brown y por supuesto el fenómeno de Susana Olaondo, cuya obra siguen tanto los niños como los padres, porque logró meterse en los intersticios más pequeños”.

Algo similar ocurre con los libros “de información”, es decir, libros que no son de ficción, que abordan temas históricos, científicos, etcétera, con una propuesta atractiva para niños. Preguntas y respuestas sobre animales del Uruguay, de Leonardo Haberkorn (Sudamericana, 2008), o Con los pájaros pintados y El secreto de la yerba mate, de Julio Brum (ambos editados en Alfaguara) son casos casi excepcionales. A este respecto, señaló Machado: “Creo que el hecho de que se edite fundamentalmente ficción tiene que ver con que la literatura que surge a partir de los 90 se levantó contra el didactismo que imperaba. En ese contexto surgió con mucho impulso la ficción, en un movimiento que fue saludable y muy removedor”. Por otra parte, Sandro dio una explicación que al igual que en el caso de los libros álbumes, tiene que ver con lo económico: “Editar este tipo de libros -de los que hay ejemplos extranjeros maravillosos- resulta muy caro. De todos modos, mi idea es ir poco a poco en ese camino. Para este año está prevista la segunda parte del libro de Haberkorn. En mayo saldrá Libro del Bicentenario, preguntas y respuestas para mentes inquietas, de Leroy Gutiérrez, un venezolano especializado en este tipo de libros que se vino a vivir a Uruguay.”

En cuanto a los libros de poesía, Machado sostuvo: “Prácticamente no se edita poesía para niños, aunque eso no significa que no se escriba: fui jurado en el concurso del MEC y entre los materiales que se presentaron había unos veinte libros de ese género”. Schenck coincidió en este punto: “Me gustaría mencionar que el género en el que no se ha incursionado demasiado es en la poesía”. “En Uruguay prácticamente no se conoce a una autora como Mercedes Calvo, que ganó el premio que otorga la Fundación Letras Mexicanas junto con el Fondo de Cultura Económica con Los espejos de Anaclara; es un síntoma de la falta de visibilidad del género”, consideró Machado. Schenck agregó: “Sin embargo, no hay nada más cercano a la poesía que las adivinanzas, los trabalenguas, el juego con el lenguaje. Por otra parte, si hay un país en el que se escribe poesía es éste. La poesía está en el origen de la literatura infantil, en las nanas. En mi trabajo como docente me propuse investigar qué pasa en los jardines de infantes: una estudiante me dijo que había observado que un nene más grande le cantaba a otro más chico las canciones que solían cantarle a él; eso es maravilloso”.