Rosie Larsen, una chica adolescente aparece muerta en el marco de una comunidad poco acostumbrada a la violencia, el crimen destroza a su familia y se vuelve un misterio y un hecho completamente inusual, pero a medida que se lo va investigando el mismo va haciendo aflorar toda clase de secretos oscuros, tanto del entorno de la joven como de la comunidad en sí, y cada supuesta respuesta abre un árbol de preguntas. No, no estamos hablando de Picos gemelos, esa obra maestra con la que David Lynch cambió los parámetros de lo que se podía esperar ver en televisión, sino de The Killing, una serie que está generando un fenómeno completamente novedoso a pesar de su evidente inspiración en las aventuras del agente Dale Cooper.

Los parecidos argumentales son tan evidentes que los responsables de la serie, al menos en su versión estadounidense, decidieron hacerse cargo en forma explícita de la similitud, resaltándola -como hacían los Ratones Paranoicos al apropiarse de la lengua de los Rolling Stones (su influencia obvia) como icono- mediante una campaña publicitaria en la que se preguntaba un “¿Quién mató a Rosie Palmer?” virtualmente idéntico al recordado eslogan de “¿Quién mató a Laura Palmer?”

Pero como sabe cualquier porfiado que se haya puesto a evaluar lo distintos que son los porteños y los montevideanos, o a equilibrar versiones de "Round Midnight", la comparación entre dos cosas muy similares no hace otra cosa que resaltar las diferencias. Y en el caso de The Killing y Picos gemelos son tantas y tan significativas que en realidad los párrafos anteriores son un preámbulo innecesario para cualquier televidente con un poco de criterio.

La lluvia cae sobre Seattle

Uno de los pilares estéticos de Picos gemelos era la contraposición entre la belleza de las locaciones y de los protagonistas y la oscuridad maligna que esa belleza ocultaba. En The Killing hay una contraposición similar, pero es entre la placidez de lo previsible y el infierno que puede latir debajo. La trasposición del The Killing de la versión danesa a EEUU obligó a situar la historia en una de las ciudades estadounidenses más similares al país europeo, la norteña Seattle, capital del estado de Washington; una ciudad gris que en la serie aparece bajo una lluvia perpetua (y que se adivina como helada) y retratada con numerosos planos aéreos que no la hacen para nada más atractiva. Una ciudad deprimente y serena, que -a pesar de su relativa calma- hace pensar como algo lógico que sea una de las que tiene un mayor índice de adictos a la heroína. O la que hizo grande a Kurt Cobain.

Una ciudad onettiana en la que muere una chica de diecisiete años con el onettiano apellido de Larsen, poniendo en marcha una investigación en la que cada piedra que se levanta esconde alguna clase de miseria personal.

Si Picos gemelos era profundamente surrealista -y por lo tanto simbólicamente freudiana y subjetiva-, The Killing cuenta casi la misma historia pero desde un punto de vista naturalista y explícitamente social. Las reacciones que el complicado caso va desatando pueden recordar mucho a la discusión uruguaya actual sobre la inseguridad, afectando tanto esferas de trabajadores de clase media como a los círculos políticos que deberían velar por ellos. Es una serie policial a su manera tan revolucionaria como Picos gemelos o The Wire (otra influencia clara), partiendo del simple hecho de que prácticamente carece de acción policial. En los ocho (sobre trece previstos) episodios emitidos, los policías principales apenas recurrieron una vez al uso de la fuerza (algo en lo que tampoco se destacan mucho), limitándose a hacer preguntas, atar cabos y seguir pistas que casi inevitablemente llevan a algo secreto pero ajeno al crimen que los obsesiona. El dúo de investigadores de homicidios no puede ser menos convencional (en el mundo de la televisión al menos); una mujer divorciada a la que el caso retrasa su casamiento con su nuevo novio (Mireille Enos) y un más bien impresentable ex policía de narcóticos de ética más bien dudosa (Joel Kinnaman). La construcción de ambos personajes es tan alejada de cualquier cliché policial que hasta los realistas detectives de The Wire parecen Starsky & Hutch en comparación.

Pero The Killing es una serie sobre un asesinato, no exclusivamente sobre su resolución, por lo que le da igual espacio al plano del efecto devastador del crimen sobre la familia de la muerta. El dolor de los familiares es retratado de forma tan minuciosa que hace difícil el recomendar la serie a cualquier persona que haya tenido una pérdida cercana reciente. Es en este plano en el que está el único rostro conocido de todo el elenco, el de la sensual Michelle Forbes (Kalifornia, True Blood), pero en un rol muy poco convencional para su carrera de sex symbol maduro: el de la traumatizada madre de la chica asesinada, un rol intensísimo en el que está casi irreconocible incluso para sus admiradores.

Cada episodio abarca un día y los ganchos argumentales, muchas veces electrizantes, están intercalados con observaciones menores, más propias del cine europeo que de la televisión norteña, para terminar entretejiendo un ámbito narrativo realmente distinto, de bajísimo impacto inmediato pero alta adicción una vez que se está familiarizado con los personajes y sus capas sobre capas de misterios humanos. A veces uno se queda esperando que la pintura social en grises que presenta ofreciera una reflexión más cercana a la política (a pesar de que la política tiene un gran espacio en la serie), pero tal vez sea pedirle demasiados pasos a un producto que de por sí es otra muestra más del avance expresivo de la televisión actual.