Buena parte de la gracia aquí está en el retrato del personaje, y la película es eso, sobre todo. Un hombre de mediana edad, de pocos recursos económicos, separado quedó judicialmente limitado a la posibilidad de estra con sus dos hijos sólo dos semanas al año. La trama acompaña a padre e hijos durante una de esas quincenas de convivencia. Las razones de la sentencia judicial restrictiva nos van quedando claras: Lenny es alocado y, sin dejar de tener una actitud protectora, educativa, dedicada y muy cariñosa con los hijos, hace cosas medio raras (cruza la calle caminando sobre las manos, aunque se le caigan todas las monedas del bolsillo), toma algunos riesgos que no cualquier papá neoyorquino asumiría (dejar a los hijos durmiendo y salir a bolichear, o mandarlos solos a hacer mandados a varias cuadras de distancia) y en algún caso se pasa totalmente de la raya poniendo sin querer sus vidas en riesgo. Todo eso se entrevera con algunos factores caóticos vinculados a los esfuerzos que tiene que hacer para compatibilizar su horario de trabajo y sus relaciones personales con el cuidado de los niños. Pero ese mismo desorden (que en algunos momentos produce ansiedad o incluso algún temor en los chicos) tiene un costado claramente positivo en la forma en cómo Lenny se las ingenia para insuflar emoción, humor e interés a la más insignificante de las acciones, y en cómo se permite romper las rutinas e incluso las obligaciones escolares de los niños para generar valiosos y memorables momentos.
La producción es independentísima. A pesar de la poca plata con la que fue realizada, tiene una textura ostensivamente “independiente”, con su cámara temblorosa y errática, que va más allá de lo que determina el condicionamiento de filmar con cámara en mano y siguiendo escenas que tienen toda la pinta de haber sido, en parte, improvisadas. Además de temblar, la cámara pierde el foco, se divaga en detalles, y la imagen se tiñe de verdoso en ambientes iluminados con tubos fluorescentes. Entre la improvisación y el nerviosismo de la cámara, los planos no se dejan montar en forma muy clara o explicada: a veces dudamos de si una escena terminó y pasamos a otra o sobre cuánto tiempo habrá pasado entre una y otra, a veces ni siquiera se entiende del todo qué ocurre en una escena (siempre entendemos algo, lo suficiente para ir agarrando la idea general, y siempre perdemos otro tanto, lo cual suscitará en el espectador exasperación o un placentero estímulo). Hay personajes que aparecen y que nunca llegamos a entender del todo quiénes son (como el conocido de Lenny que cae por su casa, y podría ser un pariente, un gran amigo o incluso algo más, una vez que se acuestan en la misma cama). Y aunque se construye cuidadosamente la cadena causal y de motivaciones que lleva a los eventos más dramáticos, de pronto la película se detiene en el diálogo entre dos personajes callejeros que nunca vimos antes, con la única justificación de que uno de ellos va a reclamar una limosna a Lenny poco después; varias de las escenas sólo están para sumar a la impresión de vida vivida o para enriquecer el retrato del personaje, sin cualquier propósito narrativo convencional. El propio recorte global es un poco excéntrico: la escena inicial es expresamente fortuita (Lenny comprando un pancho en un carrito) y la situación que en una película comercial sería el clímax funciona, interrumpida por el final abierto, como el epílogo (otro factor para exasperación o estímulo).
Otro realismo
El visual cinéma-vérité y la apariencia de aleatoriedad en la selección de escenas son factores asociados, entre otras cosas, a un enfoque realista, y hay bastante de eso: más allá de su personalidad, mucho de lo poco convencional en Lenny está condicionado por su situación económica, es decir, la necesidad de trabajar, la amenaza de perder un trabajo precario, la falta de recursos para tener una niñera estable y el contexto de incomprensión de la ex esposa, quien sí tiene un hogar regular, y de los representantes de las autoridades (el director de la escuela, la Justicia, la Policía, en alguna medida el patrón) y las dificultades para obtener ayuda de otras personas que se encuentran en situaciones parecidas a la suya (que generan una especie de “egoísmo estructural”), más la agresión de algún marginado en situación aun más aguda (el asaltante).
Hoy día las patillas de Lenny no llaman la atención como un elemento de época, y la producción no tuvo recursos para ambientar las calles de Nueva York con cientos de autos obsoletos y miles de extras vestidos como en otros tiempos. Pero con el paso de las escenas nos vamos dando cuenta de que es medio raro eso de que nadie tenga celular, no se ve una computadora, Lenny pone un casete de música para oír en el auto y en casa escucha música en un tocadiscos. Es curiosa la idea de poner la historia medio intemporal en una época pasada (parece ser hacia 1980), sin tener los recursos para hacerlo en forma convincente, y cuando el 2009, cuando se hizo la película, en el auge de la crisis económica, fue toda una oportunidad para observar desajustes sociales varios, y en términos de actualidad. Lo que pasa es que la intención de los directores fue autobiográfica. Lenny está inspirado en el padre de ellos. No sé qué detalles corresponden a la historia real, pero el papá de la película trabaja proyectando películas en un cine y en las noches en las que a falta de alternativa tiene que cuidar a sus hijos los hace entrar a la sala en la que trabaja para asistir la película o los pone a activar uno de los proyectores en los cambios de rollo. Cuando se aburren, los chiquilines dan muestras indirectas de absorber parte de esos estímulos inventando historietas.
Así que la película tiene un tinte nostálgico en su enfoque de viejas rutinas de proyección anteriores a la era de los multiplex y también una considerable cinefilia: Abel Ferrara hace un cameo (por supuesto, el asaltante) y el propio protagonista está interpretado por el colega director independiente Ronald Bronstein -sin experiencia previa como actor- quien también ayudó a montar la película (otro cameo interesante es el de Lee Ranaldo, de Sonic Youth, padre de los actores que hacen de hijos de Lenny, pero que en la película hace de padrastro de ellos). Pese a la cortedad económica, los hermanos Safdie, en vez de filmar en digital (la opción más barata), quisieron hacerlo en 16 mm, recreando la textura (algo exagerada) del cine independiente que comienza con John Cassavetes (la más importante y obvia influencia). De hecho, esta película ganó el premio John Cassavetes de Independent Spirit 2010 como Mejor película, con un presupuesto inferior a medio millón de dólares.