Los recitales de Luciano Supervielle en la sala Zavala Muniz a mediados de 2009 sorprendieron a muchos que habían encontrado su disco debut -Supervielle (2004)- algo frío y desaprovechador de su talento como instrumentista, orientado más que nada a una conceptualidad excesiva de la fórmula tango + electrónica; en cambio, en este ciclo de shows en vivo Supervielle se presentó como el director de una banda de músicos excelentes y de sonoridad eminentemente orgánica que, si bien recuperaban y citaban algunos de los recursos de Bajofondo Tango Club -el conocido proyecto que comanda junto con el productor argentino Gustavo Santaolalla y el guitarrista Juan Campodónico-, presentaban también un lado más íntimo y sensible de su trabajo, apartándose de las etiquetas conceptuales auto-asumidas por Bajofondo. Rêverie, segundo trabajo solista de Supervielle, está basado en su mayor parte en esos shows, de los que recupera versiones y pistas -y hasta algún aplauso-, constituyéndose en un disco que, en lugar de disimular en estudio alguna carencia de un recital (como suele hacerse en los discos en vivo), lo lleva en su totalidad al estudio para reprocesarlo libremente, sin presentarlo necesariamente como el registro de los shows.

El resultado es una obra que, en lugar de buscar señales de vanguardia, parece firmemente anclada en referencias musicales a fines de los 70 y principios de los 80. Por un lado, hay un componente claramente jazz-rockero -especialmente en los instrumentales- distintivo de aquella época; por otra parte, varias de las versiones provienen -respetando muchas veces los arreglos originales- del cancionero de la new wave tardía de Sudamérica. Sólo algunos timbres y recursos tecnológicos -así como la producción deliberadamente opaca (posiblemente una de las producciones más personales del dúo Campodónico-Santaolalla)- delatan la temporalidad del disco, que, sin embargo, no se plantea como una obra retro ni nostálgica, aunque sí algo melancólica.

El disco abunda en versiones y en temas compuestos en colaboracón con músicos/cantantes no necesariamente asociados con el colectivo Bajofondo (Gonzalo Deniz, Juan Casanova, Gabriel Peluffo) o rescatados vía sample (Eduardo Darnauchans), y hay mayor presencia de voces que en el disco anterior, incluida la del propio Supervielle, que canta una versión en francés de “No soy un extraño” (Charly García). Aunque la unidad sonora de la grabación es clara, hay cierto conflicto entre estas dos vertientes -la de las canciones más bien sencillas y de espíritu rockero y la de las piezas instrumentales más jazzeadas- que es resuelto con mayor o menor fortuna según del tema.

Entre las versiones se destaca una de la avasalladora “Indios” (Legião Urbana), con Luisa Pereira y el propio Dado Villalobos (guitarrista del grupo brasileño), que consigue el nada despreciable mérito de meterse con uno de los temas más emblemáticos y expresivos de Renato Russo y conservar su crescendo emotivo. Otro logro es el de “Canción de muchacho” (Washington Benavides, Eduardo Darnauchans), que recoge la toma original del debut de un entonces jovencísimo Darno, interviniéndolo sutilmente con la banda mientras la versión original se va difuminando en un mar de reverberación, a medida que las sobregrabaciones se hacen más presentes. El efecto, tal vez incómodo para los puristas de la obra de Darnauchans, logra que desaparezca cierta ingenuidad presente en la canción de 1973, convirtiéndola en un eco de añoranza de una gran voz y de un tiempo de sentimientos más claros.

También sucede algo similar, aunque más orientado a la energía rítmica, con la versión de “Gritar”, de Los Estómagos, que funciona como una guiñada a la adolescencia de una generación, a la vez que recuerda lo extremadamente bailables que eran los bajos de Fabián Hernández (aun sin recurrir a “Fuera de control”, que adelantaba la estructura bitonal de muchas canciones dance años antes de que éstas existieran).

Entre las canciones originales la que más se destaca es “Adonde van los pájaros”, en la que Gonzalo Deniz (Franny Glass) ensaya algunos fraseos entrecortados novedosos en relación a su obra conocida.

Pero dejando de lado el aspecto cancionero -llamativo pero no necesariamente esencial en el disco y un poco anclado en conceptos extramusicales-, algo notorio en Rêverie es la presencia del piano como timbre principal en las participaciones de Supervielle, algo que -viniendo de alguien cuyo sobrenombre es Piano- no era tan habitual en sus trabajos anteriores. La mayoría de los temas instrumentales están basados en su diálogo con el violín de Javier Casalla o con el bajo de Gabriel Casacuberta (las guitarras de Juan Campodónico y Gustavo Topo Antuña ocupan un lugar mucho más relegado en la mezcla y los arreglos), así como en algunos arreglos onomatopéyicos de voces que recuerdan a los ejercicios de los conjuntos vocales del fin de la dictadura.

Los mejores momentos se establecen en el ya mencionado intercambio entre Supervielle y Casalla (“Real y mágico”, “Forma”), en el que los temas se estructuran sobre frases repetidas y algo entrecortadas de cuño jazzero del piano hasta que el violín lo releva con melodías líricas y sostenidas. Ambos instrumentistas se hacen fuertes en el conocido “menos es más” de Miles Davis, eligiendo arreglos que, sin ser sencillos, privilegian la melodía sobre el virtuosismo, cumpliendo roles de estrofa-estribillo y alcanzando momentos de auténtica belleza instrumental, inclasificable debajo de etiquetas de marketing. Esta contención sólo desaparece en el tema final -“Un poco a lo Felisberto”-, en el que Supervielle en soledad da rienda suelta a su conocida habilidad técnica con una pieza que recuerda un poco los trabajos más serenos de Keith Jarrett, y que cierra el disco en la forma más acústica posible. Casi una declaración de principios en relación a un músico tan vinculado a priori con la electrónica y el hip-hop (género que brilla por su ausencia en el disco, más allá de algunas estructuras de apropiación).

Rêverie será presentado en vivo mañana y el jueves 16 en La Trastienda, en lo que será seguramente un revival de los conciertos de la Zavala Muniz, que, como el disco, son una muestra de un excelente músico en plena transición hacia caminos sensibles y personales.