A Ian McEwan le gusta escribir sobre científicos. En Amor perdurable (1997), por ejemplo, el narrador Joe Rose se dedica al periodismo científico y está casado con Clarissa Mellon, una académica literaria que a lo largo de la novela sirve de contrafigura al racionalismo de su esposo, en lo que puede leerse como una serie de variaciones sobre la oposición ciencias duras/humanidades. Sábado (2005), por otra parte, tiene como protagonista a un neurocirujano, y además de trabajar las relaciones entre el pensamiento científico y la política, incorpora una fuerte carga de terminología y descripción de procedimientos médicos. Su última novela, Solar (2010), no es ajena a estos últimos, ya que aborda el tema del calentamiento global y presenta como protagonista a Michael Beard, un físico ganador del premio Nobel.

Es posible que Beard sea -junto al Simonini de El cementerio de Praga, de Umberto Eco- uno de los personajes más memorables de la narrativa reciente. Pero, si bien el conspirador italiano podía al menos asombrar por su inventiva y su inteligencia (maligna, pero inteligencia al fin), el gordo y pelado físico inglés es ante todo desagradable y estúpido.

Profundamente egoísta, incapaz de empatía, narcisista y carente de escrúpulos y de pasión, Beard recorre la novela haciendo poco y nada. Engaña a Patrice, su quinta esposa (como había engañado a las anteriores), y no sabe cómo reaccionar cuando ella le paga con la misma moneda. Eventualmente, Patrice adopta como amante primero a un albañil -que en una escena memorable humilla a Beard con una cachetada- y después a Tom Aldous, un joven colega de su esposo. Ambos trabajan para el gobierno británico recibiendo cartas de ciudadanos con propuestas para fuentes de energía alternativas, que clasifican según su grado de imposibilidad o impracticabilidad; Aldous dice que trabaja allí sólo para estar en contacto con Beard, quien había ganado el Nobel de física veinte años atrás por perfeccionar el modelo einsteiniano del efecto fotoeléctrico, e insiste en que la verdadera misión de su vida es desentrañar los mecanismos cuánticos de la fotosíntesis, de modo que puedan emplearse como una fuente de energía solar mucho más eficiente que los paneles al uso. A Beard eso parece importarle poco y nada, y trata a su colega y empleado con desdén.

Un día le llega una invitación para unirse a un viaje al Ártico destinado a sensibilizar a políticos, científicos, artistas e intelectuales sobre el cambio climático. Todo el relato del viaje es excelente, quizá lo mejor del libro, e incluye una escena desternillante en la que Beard cree haber perdido su pene por congelación. De regreso, descubre a Aldous en su casa, desnudo y comiendo snacks en la sala. Por supuesto, su respuesta no es el clásico “no es lo que parece”; el joven confiesa rápidamente lo sucedido y aprovecha para pasar a un tema más importante: ha dado con la manera de reproducir artificialmente la fotosíntesis y quiere compartir su descubrimiento con Beard, quien lo echa de su casa y, tras una serie de equívocos, lo hace tropezar y caer sobre una mesa, matándolo…

Cinco años después, en la segunda (y más floja) sección de la novela, la carrera de Beard está centrada en la fotosíntesis artificial. De la muerte de Aldous fue responsabilizado el albañil ex amante de Patrice; Beard está divorciado y tiene una nueva pareja que pronto queda embarazada. Ahora se presenta ante el mundo como el campeón de la energía solar.

Física y pasión

McEwan presenta a Beard como un científico que ha perdido toda pasión por sus investigaciones; de hecho, después de los descubrimientos que le valieron el premio Nobel, su carrera está por completo vacía y sus ocupaciones son ante todo burocráticas. No le interesa ponerse al día en su disciplina y la jerga de sus colegas más jóvenes ('p-branas', 'teoría M', 'supercuerdas') le resulta incomprensible e incómoda. Para no parecer un dinosaurio simula seguir a Einstein en su desdén por la mecánica cuántica, pero la verdad -y los demás empiezan a sospecharlo- no tiene la menor idea de qué está pasando a su alrededor. Lo único que le interesa es coger y comer, y le preocupa estar perdiendo (o haber perdido ya) cualquier habilidad que pudiera haber tenido para la seducción. Las mujeres, sin embargo, no parecen faltarle, y también le será infiel a la madre de su única hija.

Es interesante la manera en que McEwan traza el descenso de su personaje; no sólo su salud va deteriorándose en los años cubiertos por la narrativa (la primera parte transcurre en el año 2000, la segunda en 2005 y la tercera y última en 2009), sino que los problemas convocados ante todo por su incapacidad de comprender el entorno se vuelven cada vez más peligrosos, hasta el punto de que no sólo su reputación, sino también su vida parecen estar en la cuerda floja.

En una sección en flashback lo vemos en su juventud: su inteligencia y pujanza son las de otra persona, aunque su egoísmo y su narcisismo ya están ahí. En cualquier caso, McEwan aprovecha para incorporar algunas 'maldades' sobre el tema ciencias duras versus humanidades: Beard sale con una estudiante de literatura, y para impresionarla, tras la lectura de un par de monografías y libros recomendados, llega a saber más de la obra de John Milton que ella, lo cual también nos hace pensar que para muchos estudiantes de humanidades (ingleses o uruguayos) la inteligencia está tan lejos que incluso alguien totalmente insensible a la poesía puede aparentar un conocimiento más profundo sobre un autor determinado, habiendo leído apenas una bibliografía básica.

“La esperada novela sobre el cambio climático”

Otro punto interesante del libro es su posición respecto al debate del cambio climático. Si bien existe cierto consenso en la comunidad al respecto de la responsabilidad humana sobre el calentamiento global, no son pocos los que desestiman esa noción. Últimamente, el tema empezó a dar señales de agotamiento en los medios: a la desilusión que significó la Cumbre de Copenhague, con sus acuerdos que no sirven para nada, podemos sumar el “Climagate” o “Watergate climático” de 2009, que pareció apoyar a los que negaban la noción del cambio climático como un fenómeno antropogénico.

De una novela sobre el tema (y muchos podrían estar esperando que alguien la escriba, y más un escritor 'serio' como McEwan), podría esperarse una posición clara, a favor o en contra, pero en Solar lo que aparece es otra cosa. Por ejemplo, que alrededor del tema del cambio climático se ha acumulado tanta estupidez como en cualquier otra área del pensamiento, que los científicos son movidos por intereses políticos, económicos, personales y, ante todo, egoístas, que incluso un premio Nobel puede ser profundamente estúpido, y que si se ocupa de algo importante tampoco queda eximido de hacer estupideces, que incluso si hubiera una 'solución' para el problema su implementación debería pasar por tantos filtros que al final no sería tal… es decir, más allá del pesimismo a la moda de producciones como Zeitgeist, la visión del tema que propone McEwan es desencantada y escéptica, hasta cierto punto esperable o predecible, tanto en relación a la 'verdad' del asunto como a las presuntas 'conspiraciones' que algunos dicen detectar.

Más allá de esto -o de cualquier lectura que pueda hacerse sobre la 'posición' del libro o de su autor con respecto al calentamiento global-, Solar es una novela que vale la pena; hilarante por momentos, un poco alargada a la fuerza en otros, sólida y, quizá por eso mismo, ni muy arriesgada ni sorprendente o, mucho menos, deslumbrante.