Es común escuchar que a Hemingway le dieron el Nobel por su peor obra, El viejo y el mar. Es cierto: no toda su obra es superior. Pero si en las novelas de Hemingway uno se puede quedar con lo estimulante o con las debilidades estructurales (según el ánimo), muchos de sus cuentos son piezas perfectas, inatacables. Para bien y para mal, Hemingway coqueteó con la autobiografía de manera abierta; su alter ego Nick Adams es uno de los personajes imperecederos de la literatura universal. En las historias de Nick Adams, Hemingway refinó al máximo su técnica del no decir -ésa que supuestamente tomó de Chejov y que luego explotó al máximo Raymond Carver-, de distraer con simplicidades superficiales para dejar correr mejor enormes torrentes narrativos subterráneos.
Ahora que Hemingway no es un autor obligado en los liceos -algunos tuvimos la suerte de que el programa incluyera “Los asesinos”-, se pueden hacer pequeñas recomendaciones sin caer en lo obvio. En “Campamento indio” y “El doctor y la esposa del doctor” Nick Adams es un niño y a través de él somos testigos de dos facetas antitéticas de su padre, el Dr. Adams. La paternidad es uno de los grandes temas de Hemingway; en el primero de los cuentos aparece como una tarea imposible de cumplir cabalmente, en el segundo se muestra que, bueno, se cumple como se puede. “El gran río de dos corazones” muestra a un Nick Adams ya adulto y veterano de guerra. En apariencia, nada ocurre: es sólo un hombre pescando. Pero atrás, despacio, el trauma bélico arrecia.
Otro consejo desubicado: para empezar a leer en serio en inglés, nada como Hemingway. Formado, como García Márquez, en el periodismo, hizo de la claridad y la simpleza sus directivas principales. Especie de némesis sintáctica de Faulkner (quien secuestró a la frase larga y las oraciones subordinadas), ambos escritores son todavía dos polos estilísticos válidos para comprender la literatura estadounidense. “Se lo conoce por jamás haber usado una palabra que obligara a los lectores a buscar el diccionario”, dijo Faulkner. Hemingway le contestó: “Pobre Faulkner. ¿En serio cree que se arrancan grandes emociones con grandes palabras?”.