La planta baja del MAMBA se luce, hasta el domingo 24 de julio, con el “artista-videasta” francés Pierrick Sorin (Nantes, 1960). Enmarcada en el proyecto París Buenos Aires Tandem 2011, que establece la colaboración cultural entre el gobierno de Francia y el de la ciudad de Buenos Aires, la exposición implica el recorrido por unas quince obras producidas por el artista desde 1992 a 2010, en las que los bordes a priori “previsibles” del video explotan en varias direcciones, rarificando las formas o sus compartimentos estancos (cine, pintura, teatro, ópera) para fundirlas en un estilo que interpela la estética de las nostálgicas ferias de atracciones decimonónicas (parte de sus técnicas provienen de allí y sus efectos extasiados en el espectador también), tecnología de punta, intervención urbana y reflexión sobre el mercado artístico de los últimos años.
Sorin protagoniza casi sin excepción sus videos, tal como la fotógrafa y directora norteamericana Cindy Sherman, y como ella se disfraza para encarnar a hombres y mujeres, poco importa, en un discurso sobre la fluctuación de los roles en la sociedad actual, que toma ribetes paródicos y violentos, según el caso, pero siempre interpelantes. Para él se habla de “autofilmación”, una técnica que incluye tomas y trucos ópticos encadenados que asombran y ensombrecen a la vez (la soledad juguetona, pero siempre allí, es una de las marcas de Sorin). Entre los mejores ejemplos de esta técnica, presentes en la muestra, está su ¡Qué bombón! (según la traducción del catálogo, el original es C'est mignon tout ça, 1993) en que el francés intercala tomas en colores de uno de sus alter ego hablando a la cámara en estilo documental-confesional, a otras en blanco y negro, vestido con minifalda y ligas, en cuatro patas sobre una mesa de cocina, filmándose mientras se acaricia el trasero (la mano podría no ser la suya) y proyectándolo todo, en tiempo real, en un monitor que él mira muy de cerca (acariciando a su vez) como si fuera la imagen de otro, en una versión extrañada del trillado y casi puritano voyeurismo.
Consciente de que en ciertos casos la descripción del objeto no hace sino alejarlo (y en las demás obras los frisos son todavía más improductivos) quiero aclarar, para quienes no puedan o no quieran tomarse el próximo buquebús rumbo a Buenos Aires para llegar antes del 24 de julio, que la inminencia de su cierre, aunque parezca raro, es menos grave de lo que sería para otros artistas contemporáneos. Y nada tiene que ver la muestra bonaerense en sí, pensada y realizada sin un pero, sino la naturaleza de lo mostrado: para muchas obras cuenta más el montaje visual y los mecanismos que mueve que el soporte que los reproduce, es decir, no impota tanto si es el monitor del MAMBA o el de la propia computadora (algo de lo que parece consciente el artista: en su sitio web www.pierricksorin.com están presentes, integrales, varias obras de la exhibición incluida, para los más golosos, ¡Qué bombón!).
En el video Nantes, proyectos de artistas (Nantes, projets d’artistes, 2000) Sorin encarna a siete artistas europeos de los dos sexos entrevistados a propósito de sus intervenciones urbanas en dicha ciudad. Y como era de esperar, los artistas ilusorios despliegan otras tantas obras ilusorias: una esfera de agua gira suspendida a metros del suelo gracias a cálculos científicos hipersofisticados; una megapantalla instalada en la fachada de la Facultad de Medicina proyecta, editándolas, varias operaciones en vivo; hologramas de habitantes de Nantes bailan en la cornisa de edificios públicos; un arco iris artificial se activa, sobre la ciudad, con las conversaciones amables y el buen humor de sus ciudadanos, etcétera. El proyecto surgió cuando la ciudad pidió al artista una video-instalación para un espacio público, pero él se decidió por el cortometraje: “Lo hice en forma de un reportaje creíble, trucando la realidad con efectos digitales. Mucha gente creyó que los proyectos presentados eran reales”.
De pura ilusión se trata, en cambio, si se miran sus pequeños “théâtres optiques” (teatros ópticos, al menos dos presentes en el sitio web y varios en la muestra) que consisten en imágenes animadas proyectadas sobre mini-escenografías reales. Es el caso de Título variable No. 2 (Titre variable No. 2, 1999) en el que un personaje masculino en miniatura (él disfrazado de niño) corre sobre un disco de vinilo en un tocadiscos vintage y de Acuario con bailarinas (Aquarium aux danseuses, 2010) en el que cuatro imágenes de la misma persona, esta vez la modelo Karine Pain, son proyectadas en una pecera con peces reales, mientras bailan y tocan diferentes instrumentos. El efecto de estos trucos ópticos es tan hipnotizador como los de antaño, del llamado “fantasma de Pepper” de John Henry Pepper y Henry Dircks, al “praxinoscopio-teatro” de Émile Reynaud, aunque su uso tenga mucho de guiñada posmo.
C'est mignon tout ça
Autodefinido como “humilde practicante del arte”, Sorin empezó en los años 70, con una Súper 8 del padre en mano, experimentando con técnicas de animación, objetos y pintura a las que sumaba varios coqueteos con la fotografía y la poesía. El idilio experimental, al menos en lo que tiene que ver con la palabra escrita, terminó cuando “habiendo llegado a mis oídos cierta cantidad de experiencias literarias que rompían con las convenciones del género (el dadaísmo y el surrealismo, el letrismo, el Oulipo, el Nouveau Roman, el teatro del absurdo…) me pareció que me costaría mucho trabajo ‘hacer algo nuevo’ ", según afirmó en 2009, en un Coloquio sobre escenografía que el catálogo de la muestra reproduce. Allí, además, dice: “El cine, del que ignoraba entonces que a su vez fuera objeto de búsquedas vanguardistas, me pareció un campo más propicio para la innovación.”
Sin una gota (y en su obra hay muchas, de pintura y de saliva) de ingenuidad, en la misma conferencia se apuró en precisar que “con la edad, como muchos creadores, dejé de preocuparme por la cuestión de lo nuevo”, preguntándose, revoltoso, y yendo así al meollo de su forma de trabajar “si la innovación artística no es un epifenómeno de las mutaciones científicas y técnicas… en cuyo caso, la capacidad del artista para innovar libremente es una ilusión.”
Pero cuesta no ver innovaciones en su impresionante puesta en escena de la ópera de Gioacchino Rossini La Pietra del Paragone (2009) de la que se ven 15 minutos de video en la muestra. En un escenario vacío Sorin colocó un fondo azul (el chroma usado en cine), varias cámaras, maquetas pequeñas y pantallas suspendidas que dividían horizontalmente el espacio en dos. El espectáculo consistía en crear una película en directo, reflejada sobre las pantallas, en la que se montaban imágenes de los cantantes en escenarios insospechados (una piscina, un parque, un desierto) y en otras apareciendo miniaturizados (en platos de comida, por ejemplo) o haciendo prodigios (malabarismos imposibles, atajando cartas volantes) gracias a la ayuda de asistentes vestidos completamente de azul (transparentes sobre el fondo del mismo color). Trucos ópticos, de nuevo.
En campo puramente teatral, para terminar, se puede ver filmado (es decir, nuevamente mediado) un extracto de 22’’13’, espectáculo que se presentó, además, en vivo del 16 al 19 de junio en el Teatro San Martín de Buenos Aires como parte del programa Tandem 2011. En él se escenifica su proceso mental y material de creación: en un escenario-taller lleno de cámaras, computadoras, colores, tocadiscos, cables y pantallas, el actor Nicolas Sansier crea varias de las obras que se ven en la muestra, filmándolas y luego reproduciéndolas, ante los ojos de los espectadores. Si desde el teatro, trabajos como los de Denis Marleau, de la compañía canadiense UBU, optaron por prescindir del cuerpo del actor de escena (Marleau es el creador de las “fantasmagorías tecnológicas”, consistentes en proyecciones de los intérpretes sobre maniquíes, creando efectos por lo menos ominosos), Sorin desde el video recurre al teatro (y hablo de la representación en vivo, no de los 13 minutos de su reproducción) para espectacularizar su proceso creativo y (simular) devolverle ese aquí y ahora que su obra y la muestra escamotean, aunque placenteramente.
*Pierrick Sorin. Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Av. San Juan 350). Hasta el 24 de julio.