-¿Cómo llegaron a la idea de hacer un policial, cómo se pararon ante el género?
Elvio Gandolfo: -A mí me pasa que todo lo que tiene olor a policial latinoamericana, con mayúsculas, no me interesa casi en absoluto. En general la policial me saca de quicio , me parece muy obvia. He leído mucha, hice antologías, pero casi siempre es lo mismo. Varía en el sentido de que hay países distintos, pero leés una de Camilleri y todas las otras son iguales. El único que zafó porque hace unas tramas del carajo es [Henning] Mankell, que además hace unas novelas de 400 páginas que no son al pedo, pasan cosas, hay investigación.
Gabriel Sosa: -Yo al policial latinoamericano le escapo como a la peste. Le pasa como al periodismo. Vos querés escribir para una revista extranjera, meter temas uruguayos, pero ¿sobre qué les vas a escribir? Una vez saqué una nota en Gatopardo y en el mismo número había una nota sobre un circo de enanos. ¿Qué les puedo escribir desde acá?. Con el policial pasa lo mismo, el género se diluye en la realidad. A cualquier novela de éstas le metés un circo de enanos y se va al carajo el género.
EG: -Antes competías contra otras policiales. Ahora, en cambio, tenés las series de televisión, que han pegado un salto impresionante. La otra noche estaba viendo la segunda temporada de Breaking Bad, era un nivel tal de delirio que está bueno. El final de la segunda temporada te hace caer de culo, no te lo esperás, está bien preparado. Cada capítulo empieza con un pedacito de algo que no sabés qué es, imaginás cualquier divague. Me hizo acordar mucho a lo que intentamos hacer con estas dos novelas, romper con el molde.
GS: -Además, la novela negra sigue siendo norteamericana. Los mejores ejemplos siguen siendo de Estados Unidos. Walter Mosley sigue siendo mejor que cualquier otro, incluso que Mankell.
-Con respecto a lo que decís hacerca de romper el molde, me llamó la atención que estas dos novelas no tienen problema en irse por las ramas y cortar un momento tenso o de suspenso para contar la historia de un personaje desde su niñez.
EG: -Un amigo me comentó que en Los muertos de la arena tenía miedo de que no hubiera solución. Eso no lo soporto. Como en la última de Piglia, el tipo construye un buen relato policial negro y al final lo niega. Andá a cagar. O hace una cosa, o hace otra.
GS: -Es que a esta altura sólo la historia de un crimen no le asusta a nadie. Hay un asesinato, viene un loco de afuera, hay un reloj de arena, fin. Ahí no se llega a nada si no le das profundidad, hay que distraer al lector, tenés que darle algo extra y después retomar la trama a tiempo.
-Entonces el crimen no es el centro.
GS: -El crimen es algo que pasa y después tenés que hacer una novela en torno a eso. No contar el relato lineal, si no se termina escribiendo el mismo libro siempre. Hay tipos que lo hicieron anteriormente mucho mejor que vos, no vale la pena imitar una fórmula.
-También hay intención de mirar el hecho desde diferentes puntos de vista. En El doble Berni aparece hasta el de un perro.
EG: -En un momento pensé "esto se está poniendo plomo. Voy a hacer un capítulo que trate de qué hace cada uno, y también el perro. Me ayuda mucho una especie de modelo de narrador que tengo que es Fontanarrosa como cuentista, que es un crack. En Boomerang hay un capítulo en el que [los personajes ] van a ir a la ruleta en Punta del Este, y va a haber una vieja argentina que va a reconocer a uno de los tipos, y el tipo le va a decir algo del incesto, y pensé "estoy loco", y sentí la voz de Fontanarrosa diciéndome "metelo, y después si no funciona lo sacás". Y funcionó, qué se yo. El formato del género negro te mata eso, hay como una retórica repetida. Al principio Sasturain se desilusionó un poco con las nuestras, porque había hecho el paquete de las novelas de Buenos Aires, y esa imposición nos resultaba medio pesada. Por lo menos las de Osvaldo Aguirre, que son de lo mejor de la colección, se fueron a los años 30, laburó como un chino para salirse del molde y al final son novelas muy sólidas. Todos mienten es de puta madre.
-En la colección conviven estilos diversos, desde una rama más tradicional, como las de Aguirre o la primera de Ricardo Romero, hasta un policial híbrido, como las de Leonardo Oyola.
EG: -Eso habla muy bien de Juan, quien nunca se puso inflexible. Por ejemplo a nosotros nos hinchó para que la hiciéramos en Buenos Aires, pero, a pesar de que la primera está ambientada en Rosario y la segunda en el sur, las publicó igual. Ahora ruega a Dios para que la tercera sea en Buenos Aires.
GS: -En realidad parte de la gracia es escribir novelas que pasan en lugares de los que no tengo ni idea porque nunca pisé. Cuando hicimos El doble Berni nunca había ido a Rosario, y ahora estoy esperando que me inviten a Ushuaia algún día.
-El hecho de que Lucantis, el protagonista de la saga, sea un pobre tipo vendedor de productos new age, ¿está pensado para romper con el prototipo del investigador rudo del hard boiled norteamericano, tan seguido en Uruguay en los 90?
EG: -Lucantis, desde el punto de vista de un escritor de novela policial latinoamericana, o de la propia policial negra, es un boludo. Un tipo que curra con una herencia, boludote de Palermo. Es que cada uno de nosotros es el boludo de un barrio. Hay cierta defensa del boludo, Lucantis va al frente.
GS: -Todo le pasa de casualidad, como nos pasa a nosotros.
EG: -Es un poco más decidido en la primera que en la segunda. En Los muertos de la arena es un testigo no implicado.
GS: -La segunda es el triunfo del azar.
-¿Cómo ven el panorama de la novela policial en Uruguay?
EG: -Hay un tipo que es un capo que es Renzo Rossello. Tiene una novela magistral que es Trampa para ángeles de barro, que, por suerte, se reeditó hace poco. Y además tocaba cosas de las que no se hablaban, como los planchas. Mueren pendejos al final y eso es de una gravedad shakesperiana. Es un escritor que no se ata al molde, tiene una novela inédita que es un divague maravilloso. Incluso Blues del raje no tiene nada que ver con lo otro. De los nuevos, no te voy a dar nombres, pero los que leí me parecieron medio fallidos. La de Jerôme Timal [Dos veces para siempre] no está mal. La parte que ocurre acá es muy buena. Incluso mejor que la de Argentina. Se le va a la mierda en Europa. Es raro, un europeo que escribe sobre esta zona y le sale bien, y la acción va a Europa y se transforma en una película berreta de esas que te dan de noche en la televisión. El final es cualquiera, se cae de una escalera. Con un cierre bueno hubiese sido una novela memorable.
GS: -El problema es el género. O es puro o nada, cuando lo querés insertar muere. Lo fantástico es más literario, porque no tiene entorno.
EG: -En ese momento supuestamente había un boom del policial uruguayo, Rossello, por un lado, después aquella novela en conjunto sumamente horrorosa, La muerte hace buena letra [de Benedetti, Sylvia Lago, Hugo Burel, Omar Prego, MÁ Campodónico, Enrique Estrázulas, Milton Fornaro, Suleika Ibáñez, JC Mondragón, Elbio R Barilari y Teresa Porzecanski], todavía estaba publicando Carlos María Federici, quien, dentro de todo, era uno de los que respetaba más el género, y había varios más. Hubo también como un pegoteo, cualquiera se colgaba del policial.
-¿Dónde se ubica Henry Trujillo en ese panorama?
EG: -Trujillo hace una novela a lo hard boiled pero de las que necesariamente no tienen que ser un policial, como algunas de James Cain. Yo nunca lo pensé como policial, Torquator tiene algo de policial pero en lo relativo a Dostoievski.
GS: -Las de Rossello, incluso las novelas policiales de Levrero, funcionan porque lo hacen sobre el vacío. El policial funciona sólo como parodia o sobre el vacío, ya si metés la realidad podés irte a la B.
EG: -Las policiales de Levrero son buenas. Fundamentalmente Dejen todo en mis manos. Además, imaginar le da más realismo a la cosa que basarte en un informe o en Wikipedia. Cuando estaba armando el personaje del plancha que limpia a uno en El doble Berni, imaginé cómo podía pensar y actuar, y creo que resultó más verosímil que si hubiera hecho un estudio previo o si lo hubiera leído en los diarios. Pensemos en el testimonio: Operación Masacre no es un policial, es una cosa genial al estilo Martín Fierro, arranca con el tipo boludeando jugando al ajedrez y muere un soldado delante de él, sabés que v es real, y que es real el soldado, es muy intenso. Es en otro plano, como en Los pichiciegos, de Fogwill.
-Aira y Bolaño parecen ser las grandes coartadas de algunos escritores actuales.
EG: -Totalmente. Conozco tipos de primera en Buenos Aires que siguen a Aira, y yo les digo "laburen". Ricardo Strafacce, que es un biógrafo excepcional, en sus novelas sigue a las de Aira tal cual. El delirio no es fácil, eso de "estábamos en el bar y aparecieron cuatro enanitos verdes" a Aira le sale porque es un genio.
-De algún modo Aira coquetea con el policial, aunque nunca lo vaya a admitir.
EG: -Sí, creo que lo que hace él más que un policial es una caída de la lógica. Hay muchas novelas que arrancan genialmente. El llanto, por ejemplo, que en siete páginas se fue todo para cualquier lado. Y hay mucho de conspiración ilógica, a lo Fantômas.
-Ahora que lo decís, en Los muertos de la arena la conspiración en torno al coltán parece muy relacionada con las conspiraciones de Aira.
GS: -Sin embargo, hay una sólida base racional. Creo que lo único sólido de todo el libro. Los tres tipos que aparecen involucrados son tipos reales.
EG: -Y todo lo relacionado con el crecimiento demencial de Puerto Madryn es absolutamente real. Yo lo viví en mis dos viajes.