La combinación de géneros radicalmente ajenos puede hacer pensar en el efecto cómico-posmodernista que tenía Del crepúsculo al amanecer (un policial que derivaba en película de vampiros). En este caso los productores hicieron de la mezcla de géneros el título mismo, el llamador primario de la película. Sin embargo, la película, que no carece de pequeños toques de humor en algunos diálogos o comentarios irónicos, y aunque se plantea esencialmente como un divertimiento, no es cómica.

La premisa de invasión alienígena en el viejo Oeste puede parecer (y fue vista por algunos críticos) un híbrido nacido de productores desesperados en un momento muy pobre de ideas. Pero la cosa es bastante más interesante que eso. Por lo normal, los extraterrestres aterrizan en las películas en medios en que las personas, aunque pudieran ser escépticas ante su existencia o la posibilidad de que arribaran físicamente a nuestro planeta, tenían en cuenta su mitología, lo suficiente como para poder procesar conceptos como ovnis, exobiología, abducciones, etcétera. Aquí aparecen esos elementos que nosotros reconocemos, pero los personajes no tienen la más mínima preparación al respecto. Cuando alguien intenta explicarles que esos “demonios” vienen de otros mundos que giran alrededor de algunas estrellas, la explicación queda en el vacío total, porque esa gente probablemente nunca pensó en términos de lo que sea un planeta, no sabe ni siquiera qué es Marte, y realmente lo más parecido a la ciencia-ficción que pueden haber llegado a leer u oír leer es la Biblia. Estos personajes quizá estén más cerca de los homínidos que en 2001: odisea del espacio se encontraban con el monolito en la prehistoria, que de los astronautas que encontraban el mismo monolito en la Luna.

El western pauta, por supuesto, una escenografía totalmente distinta a lo habitual en las películas de invasión alienígena, y pauta otros problemas prácticos (pelear montados a caballo, usando pistolas, rifles, lazos, dinamita y, en el caso de los indígenas, lanzas y arcos-y-flechas). Pero, más importante, la virginidad conceptual de los personajes pauta un clima narrativo totalmente distinto.

La mayoría de las películas de fantasía incluyen elementos intertextuales que ayudan a entablar una relación estructuradora con el espectador, y terminan funcionando, intencionalmente o no, como alegorías o metáforas. En tiempos de la Guerra Fría fue muy común la asociación de los extraterrestres con la amenaza comunista, y luego de un breve interregno de extraterrestres benignos new age, en la última década se los asoció con la amenaza islámica. En este caso, la cercanía histórica y paisajística nos tira hacia algo más parecido a la conquista de América: el principal interés de estos extraterrestres es el oro, el ejército nacional estadounidense no interviene en absoluto (aunque uno de los personajes principales es un coronel retirado que había peleado en la Guerra Civil) y en ningún momento está en juego el concepto de nación.

Carl Sagan creía que el descubrimiento de la existencia de inteligencia extraterrestre podría tener un saludable papel unificador: la nueva perspectiva volvería insignificantes nuestras diferencias étnicas, nacionales o ideológicas. Cowboys & aliens asume esa idea: de pronto, eurodescendientes e indígenas necesitan vencer sus mutuas prevenciones para poder unirse en una resistencia eficaz contra el invasor. El género western es especialmente apto para lidiar con este aspecto unificador, dados sus tres pares de oposiciones arquetípicas: blancos contra indios, el rico ganadero villano contra el pequeño granjero, la ley contra el bandidaje. La película plantea, en forma bastante sistemática, la disolución de esas tres polaridades (la superación de la más radical de ellas, entre blancos e indios, queda emblematizada en el momento en que Dolarhyde ataca a los extraterrestres con una lanza y el jefe indígena con un rifle). Curiosamente, luego de esa proclama unificadora, el epílogo de la película se lava las manos con respecto a los nativos. Por supuesto, plantear un subsiguiente desarrollo integrado hubiera sido generar una historia futura alternativa radicalmente distinta de nuestro pasado reciente y nuestro presente; y mostrar con franqueza que la alianza fue provisoria y que los indios volvieron a ocupar su posición relegada a espera de una lenta extinción hubiera sido un bajón que estropearía la sensación de resolución feliz. Se optó por la distracción (una a que la mayoría de los espectadores está proclive).

El director de hierro

Se dice que Jon Favreau, pese a la insistencia de los productores, adoptó la posición firme de no hacer la película en 3D y no permitir que se hiciera una conversión: le pareció que un western hay que rodarlo en fílmico, no en digital. Se nota que, además de este aspecto, cuidó de otros para mantenerse vinculado al clasicismo del “cine americano por excelencia”. La mayor parte de la película usa planos fijos, tomados con trípode. Los movimientos de cámara son medidos y funcionales. El ritmo de montaje es ágil, pero mucho menos que el promedio reciente en el cine de acción. Y, más importante, se cuidó la centralidad de los personajes: hay como una docena de personas que, en buena medida, llegamos a conocer, que evolucionan y que nos llegan a importar. La película invierte minutos varios en familiarizarnos con ellas, pero lo hace en forma hábil: ya el primer plano nos pone en el corazón de la acción, y desde allí la información va siendo destilada mientras la anécdota no deja de avanzar (como buen guión clásico que se precie).

Ningún personaje se reduce al cliché y nunca se espera del espectador una respuesta mecánica a los roles prefijados. Sin embargo, con finísima ironía, se trabajan todos los clichés: desde el extraño sin nombre eastwoodiano (lacónico, reservado, truculento, prepotente aunque, en los momentos clave, con corazón) con que la película empieza, hasta el plano final (que es de la forma más esperable que se pueda imaginar que pueda concluir un western). La película tiene la gracia adicional de tomar varios de los estereotipos secundarios y traerlos para compartir el frente: el dueño del saloon, el predicador, el niño, el indio.

Los extraterrestres son curiosos en su mezcla de desarrollo y primitivismo: a diferencia del ser humano, que trasladó totalmente a la inteligencia y la manualidad su capacidad de supervivencia, estos extraterrestres hipertecnificados preservan las características de los predadores salvajes: masa corporal, velocidad, determinación y alcance de salto para el ataque, unas larguísimas pezuñas que funcionan como puñales, y dientes afilados que no hesitan en usar como arma. Ni siquiera parecen hablar, sino que gruñen. Tienen unas manitos secundarias que les salen desde adentro del pecho, empapadas de una babosidad asquerosa que, sumada a su fealdad de sus rostros, hacen pensar en, justamente, Alien. Ello ayuda a descartar los pudores éticos de la guerra con otra forma de inteligencia, y a su vez muestra (aunque sin énfasis) a los pretendidos conquistadores en busca de oro con el tipo de salvajería incivilizada que algunos relatos aztecas atribuyen a los conquistadores españoles. El hecho de que ellos, para abducir seres humanos con una finalidad indefinida (¿los comen?) usan lazos agrega otra inversión interesante: el ser humano como víctima de procedimientos que solemos aplicar al ganado.

La realización es estupenda en todos los rubros: imágenes fabulosas, efectos especiales perfectos, excelentes actuaciones, notables coreografías de peleas, varias frases y diálogos memorables, un guión muy bien urdido. El público adolescente está cuidado, pero es probable que el público preferencial sea el adulto. La música de Harry Gregson-Williams, sobre todo en los primeros momentos, es una ingeniosa mezcla de elementos de western clásico con toque tecno. Hay extensas secuencias de acción ágil e interesante, pero también hay situaciones dramáticas que llegan a ser emotivas. La asociación de claridad clásica, llamativos golpes audiovisuales, emoción personal y fantasía hace pensar en Spielberg, pero sería injusto atribuirlo a la incidencia de Spielberg como productor: en todo caso, sí a su influencia, a su escuela, pero Favreau ya había realizado, sin la ayuda directa de Spielberg, películas comparables a ésta, como Zathura y Iron Man.