La literatura humorística uruguaya parece haber conjugado a finales de la década pasada una serie de autores de oficio (por primera vez en lo que va del siglo, ya que conviene excluir la antología Los escritores dan risa, compilada por Milton Fornaro en 2004, con cuentos de autores consagrados como Mario Benedetti y Teresa Porzecanski cuyo contenido niega el título). Con el foco puesto en la actualidad nacional, apareció un cúmulo de libros alrededor de 2007 como Yo, Darwin, de Carlos Tanco; 2008: El año que fuimos ricos, de Marcos Morón, y Manual del perfecto votante, de Gonzalo Cammarota; todos ellos reconocidos comunicadores multimediáticos, y autores de textos en formato artículo que dependen en gran medida del bagaje cultural del lector para generar su efecto.

Más cabeza que hilaridad

Dos blogs bastante activos sirven para ilustrar estos dos polos del humor joven. No tiren bombas (notirenbombas.com), como sugiere el título (una frase que pronunciara el diputado Alma dosSantos en uno de sus discursos en 2007), es 100% humor contextual, con una mirada ácida e irónica pero de disección social y deconstrucción del discurso, al mejor estilo Desbocatti. Hay muchos palos a la clase política, a la publicidad y a las religiones new age.

El staff de Narcotráfico de órganos (albergado en blogspot.com) incluye, entre otros, a Darío Caraballo y a Juan Manuel Correa. Se trata de sobrevivientes de algunos proyectos humorísticos under como la revista digital LaKarpa (que se enviaba por correo electrónico allá por 2005) y los fanzines Tacuarembosta e Insert Coin. La tónica es de humor absurdo (con un aire a Cha Cha Cha, el programa televisivo que a principios de los 90 comandaba Alfredo Casero), pero hay vistazos a la realidad como el popular “Diagrama de flujo de la esquina de Canelones y Ciudadela”, que apareció a fines de 2010 y circuló por varias redes sociales.

Menos precisa y más under (con la excepción de Ignacio Alcuri), hay una corriente más bien disgregada que se diferencia de aquella por la predilección por formatos variados (cuento, artículo, poema), el ojo en la cultura (ya sea pop o “general”), la búsqueda hiperactiva de recursos y la influencia notoria de la prosa de Leo Maslíah. En este grupo aparecen Suicidio intelectual, de Santiago González Dambrauskas, y Ábacos, de Darío Caraballo, de reciente edición independiente que, sin embargo, tiene algunas características de aquel primer grupo.

El primer texto, “Es como yo siempre digo”, apareció en 2008 en Esto no es una antología (compilada por Horacio Bernardo); el protagonista oye la frase que da título al cuento y le da vueltas hasta el límite de la obsesión (Maslíah dice “presente”). El segundo cuento, “Dicen que soy raro”, va por el mismo camino, tomando la frase “la gente que me rodea dice que soy raro” en su acepción más literal. Este juego -lo literal versus lo figurado- es el recurso más frecuente en el libro, que en gran medida hace humor sobre el plano lingüístico. Hay diálogos a lo Beckett (más por su ritmo trunco que por su tono existencialista), como “Amigovios”, guiños a Cortázar (“Instrucciones para tomar vino”) y a Dolina (el texto “Qué hacer cuando la mujer que querés no te quiere, y encima anda con otro”, la referencia frecuente al barrio Peñarol en el mismo plan con que Dolina retrata el de Flores), y varias sátiras del pensamiento religioso.

La voz, nunca del todo definida y bipolar entre inocencia kafkiana y humor agresivo, incurre en algunos de los tics frecuentes de la narrativa joven del género: las referencias a personajes populares del medio (que arriman más a Caraballo al grupo de “humoristas de contexto”), argumentos absurdos, irrupción de palabras más bien vulgares en medio de oraciones de prosa “correcta”, y la agrupabilidad de los textos en dos o tres grupos bien definidos.

El primero es muy afín a la escritura de blog, es decir: textos con el peso puesto en el humor, de efecto inmediato y una tendencia a la parodia del propio discurso. Se destaca en esta línea “Coyotes y correcaminos”, un ensayo medio en broma y medio en serio sobre la vida urbana. Hay otro grupo, en el cual la estructura es de chiste, pero con un peso mayor en lo narrativo, al estilo de algunos cuentos de La máquina de pensar en Gladys, de Mario Levrero, como “Ese líquido verde” o “Historia sin retorno Nº2”. Es el caso de “Cucharitas de plástico” (en el que el narrador es víctima de un señor que, inexplicablemente, le arroja dichos elementos todos los días) y “En la cancha del Olimpo” (un encuentro -o no- con Satanás); acá el peso está más bien en lo inexplicable que irrumpe en la cotidianeidad, más como latiguillo de resonancia inmediata que como mecanismo de efectos a explorar.

El último núcleo, quizá el más interesante y también de influencia levreriana, es más bien afín a algunos escenarios claustrofóbicos como el pasillo oscuro e interminable de la novela La ciudad. Aparecen acá textos como “La influenza española” (el monólogo interno de un hombre atrapado en un corredor ominoso) o “La sala del juego” (un personaje que se ve metido en un juego de Tetris), donde el humor da paso a una prosa que “da vueltas”, que complica intencionalmente al lector, al estilo de (una vez más) “La casa de pensión”, de Levrero. Hacia una integración de estos últimos dos grupos van los textos más nuevos que Caraballo, sube a su blog (www.levrerista.blogspot.com), como el cuento “Gnomos”, publicado recientemente.

Ábacos es un libro entretenido e ingenioso, que cuando busca un humor directo sin más ambiciones lo logra, pero que también funciona como posible laboratorio de decantación hacia un estilo más maduro. Implica, ante todo, una decisión; la de tirar más para el lado del humor de contexto, o, por el contrario, un humor más narrativo que sea un poco más que hacer reír.