La tercerización del festejo del bicentenario de la independencia alcanzó a la literatura infantil. Es lógico, si se tiene en cuenta los generosos fondos con los que el Estado convocó a la ciudadanía en general a celebrar el evento y el vigor que ha venido demostrando en la última década la industria editorial dirigida a niños y preadolescentes.

Fichas

Páginas del año 11, de Gonzalo Abella, con ilustraciones de Gerardo Fernández Santos. Sudamericana (Random House-Mondadori), Montevideo, 2011. 142 páginas.

El diario olvidado de un Cazaventura, de Helen Velando, con ilustraciones de Daniel Pereyra. Alfaguara, Montevideo, 2011. 188 páginas.

Mi amigo José Gervasio, de Ignacio Martínez. Fin de Siglo, Montevideo, 2011. 132 páginas.

La comuna cimarrona

Se podrá discutir si buscar la punta ideológica no será la actitud equivocada respecto a algunas propuestas artísticas, pero en el caso del libro de Gonzalo Abella el encare está cantado: hay pocos párrafos de Páginas del año 11 libres de algún mensaje revolucionario, federalista, charruísta o feminista. Los nombres de sus personajes principales son Timoteo y Blanquita y en esa referencia a un caudillo blanco (Timoteo Aparicio) y a la denominación común de su partido hay que ver una toma de posición favorable al nacionalismo, obviamente, pero sobre todo al nacionalismo tal como empezó a ser reapropiado por la izquierda a partir de fines de los años 50.

Además, el presente de Páginas del año 11 es el año 1904, el de la derrota de los blancos en la guerra civil. Los niños que protagonizan la historia son dos víctimas de ese conflicto: su padre, un hombre de Aparicio Saravia, ha muerto en la batalla de Tupambaé y ellos deben mudarse, tras el armisticio, desde Montevideo a la estancia familiar en Cerro Largo. Allí, gracias a los relatos de su abuela y a los fragmentos de un diario de su bisabuela, reconstruyen su "novela familiar": son descendientes de independentistas de la primera hora, de hombres y mujeres que se transformaron en guerreros cada vez que la lucha por la libertad lo ha exigido. Son, por lo tanto, combatientes artiguistas en el otoño del año 11 y sacrificados pero orgullosos participantes del Éxodo. En una sucesión propia de la lógica nacionalista (en sentido partidario), las generaciones siguientes se alinean con el bando rebelde en la Revolución de las Lanzas y en la de 1904.

En esta épica blanca hay también lugar para retomar una querella interna: se nos muestra como un personaje mayormente negativo a un seguidor de Eduardo Acevedo Díaz, aquel intelectual y líder nacionalista que se alejó de Saravia y apoyó a José Batlle y Ordóñez. Tal vez sea injusto extrapolar la dicotomía Acevedo Díaz-Saravia para situar este libro de Abella en el eje civilización-barbarie (o razón-emoción, si molesta la terminología sarmientista), ya que en realidad la propia convocatoria bicentenarista tiene desde el vamos un matiz irracional. La elección de 1811 como año a celebrar no solamente nos separa de la "patria grande" (a la que por supuesto acude Abella), dado que la mayoría de Hispanoamérica conmemoró -sensatamente- el año 10, sino que también deja poco lugar para otros relatos que buscan la identidad nacional en el establecimiento de una serie de acuerdos comunes entre los pobladores de esta zona y que tienen como mojones los acontecimientos de la década de 1820 y especialmente la Constitución de 1830. Aunque en el libro de Abella está hipertrofiado, este bicentenario estimula un determinado tipo de patriotismo.

Pregunte, que no molesta

Nuestra Independencia 1811-1830: preguntas y respuestas para mentes inquietas, de Leroy Gutiérrez, con ilustraciones de Ramiro Alonso. Sudamericana (Random House-Mondadori), Montevideo, 2011. 44 páginas.

La respuesta tipo que ofrece este libro a las diversas interrogantes que plantea sería "es muy complicado" y aunque esa falta de certeza pueda desanimar a algunos escolares, es posible que también los estimule a seguir investigando. En todo caso, realmente fue y es muy complicado establecer verdades históricas. Tres líneas explicativas se superponen: la principal (de preguntas y respuestas), una biografía de Artigas y una cronología lineal contextual que atraviesa todas las páginas. Hay algunas idas y venidas obligadas y otras evitables, pero en general se trata de un buen manual que tiene muchas de las ventajas de la mirada distante (su autor es venezolano) y pocas de sus desventajas.

En el centro de la propuesta de Abella -nacido en 1947, maestro e historiador, artiguista e indigenista convencido y referente en el área cultural de Asamblea Popular- está el concepto de "estancia cimarrona". Así describe la abuela de los chicos huérfanos a esta comunidad protosocialista: "Los estancieros cimarrones como mis bisabuelos vivían siempre en sus tierras y no en Montevideo. Trabajaban ellos mismos con el ganado y eran amigos de todos los que poblaban la campaña: de los indios, de los negros prófugos de la esclavitud y de los gauchos". En esa "maravilla que era la estancia cimarrona", además "siempre hubo una guitarra o un acordeón para la fiesta". Un constructo, evidentemente, pero después de todo, ¿quién no subsiste en base a idealizaciones de este tipo? Al menos la vida en la estancia cimarrona parece más provechosa que entre los kung-san.

Criollo rodeado

Naturalmente, en términos políticos los demás libros adolecen de cierta tibieza si se los compara con el de Abella. Pero también, aunque no es una regla, las obras menos militantes suelen observar mayor atención por los asuntos estéticos. En el libro de Helen Velando El diario olvidado de un Cazaventura, el aspecto ficcional está debidamente cuidado, no sólo en lo imprescindible -se trata de texto que busca principalmente entretener-, sino también en el plano más general del resto de la obra de la autora, en la que los Cazaventura son un clan recurrente.

En El diario olvidado de un Cazaventura el abuelo de la familia, Benjamín, descubre manuscritos pertenecientes a un antepasado, Patricio Cazaventura, que resulta ser un criollo (nacido en Montevideo, hijo de españoles) que regresa en 1811 a su tierra natal luego de haber estudiado "ciencias naturales" en España. Velando superpone dos conflictos, el de padre e hijo (Patricio quiere dedicarse a su profesión, el padre prefiere que se encargue de la estancia o del saladero familiar) y el de leales a España-revolucionarios, y los anuda hábilmente con una historia amorosa: Patricio se enamora de Celeste (sí, el nombre habla), una revolucionaria que lo lleva a unirse al bando artiguista.

La elección como punto focal de Patricio, quien al principio no se adapta a la primitiva sociedad a la que llega para progresivamente ir encontrando un lugar en ella (hazaña heroica mediante), implica también una toma de posición respecto a los acontecimientos de 1811: más bien, parece decir Velando, se trató de una situación mutable en la que no todo el mundo tenía claro qué hacer.

Aunque el marco histórico está siempre presente -en forma más dosificada y sutil que en el polémico Piratas en el Santa Lucía, que contenía párrafos enteros de información pura obtenida de un libro de Martínez Cherro-, Velando (nacida en 1961 y profesional de la literatura infantil) no descuida los verdaderos hilos narrativos en ningún momento.

El padre nuestro

Mi amigo José Gervasio tiene por centro, obviamente, a Artigas. Su visión del héroe nacional es más bien la que surge de los relatos consensuados: inútil -o tal vez tarea de especialistas- encontrarle puntos polémicos desde el punto de vista histórico (quizás simplemente consignar cómo a partir de El caciquillo, de Carlos Maggi, el charruismo se ha integrado al mainstream artiguista). En cambio, es más complejo lo del “amigo” del título: en principio, estamos ante la narración de un niño que piensa mucho en Artigas. Pero el artificio, luego de los párrafos introductorios, se limita al apelativo cariñoso: en el libro de Ignacio Martínez (nacido en 1955, dramaturgo) no hay un prócer íntimo, sino más bien una cronología ortodoxa volcada a reported speech por un narrador que se imagina testigo de los acontecimientos.

Velando y Abella también abordan el asunto Artigas. El tratamiento de Velando es delicado y muy efectivo: presenta al caudillo de manera indirecta y progresiva, mediante alusiones y datos imprecisos, hasta que al final su presencia resulta imponente. El recurso técnico es exitoso desde una óptica “artigófila” y a su vez respeta el punto de vista de un personaje que domina poco a poco la situación en la que se ve inmerso. En cambio, el Artigas de Abella -como en el resto de su no-ficción- es un líder revolucionario desde el inicio. Como muestra, vaya este pasaje que explica por qué Artigas sirvió por unos años a “los malos” del ejército español: “Los cabildantes eran muy insaciables en su codicia. ¡Ni el gobernador podía pararlos! Por eso, los paisanos le habían pedido a Artigas que se hiciera soldado del rey, para proteger a la gente de trabajo y no para abusar de ella, como hacían otros militares”.

La última frase sintetiza una de las virtudes del libro de Abella: su pintura de la vida cotidiana -a diferencia de la de Velando, que en ese aspecto se concentra en repasar los tópicos escolares de la sociedad colonial- tiene como prioridad establecer los desastres que implica toda guerra. La escena de apertura, en la que aparece un montón de gente sin rumbo en una estación de tren (se trata de los vencidos sin hogar), o las diversas menciones a la destrucción de infraestructura o al destino de los soldados desmovilizados, por no hablar del trauma que ocasiona al pequeño Timoteo (y a su hermana, suponemos) la muerte del padre, le confieren a su texto un saludable cariz antibelicista.

Igualmente simpático es permitirse hablar de un posible nuevo sub-subgénero, como sería la “novela histórica infantil uruguaya”. Por lo pronto, estos tres libros comparten algunos recursos formales -ninguno se sitúa directamente en el pasado, dos recurren a textos dentro del texto- y una obvia pulsión formativa. Qué pasará con esta tendencia luego del aniversario de 1811 -y con otras igualmente impulsadas desde el ámbito oficial, como las historietas del bicentenario- puede ser un tema para los próximos años, o tal vez quede para 2025 o 2030.