En Florencia se puede visitar la muestra Vasari, gli Uffizi e il Duca, que recoge bocetos, planos, apuntes (pero también objetos, dibujos y cuadros) que el festejado dedicó a edificaciones locales -con especial atención por el complejo de los Uffizi, suerte de cristalización armónica de la idea de relación entre ciudad y poder como obra urbanística- mientras en su ciudad natal, Arezzo, la exhibición Vasari: Santo è bello, se focaliza en su producción “sagrada”: dos amplias salas del Palazzo Vescovile llenas de sus telas de carácter religioso, de la que el Cristo en el Jardín de Getsemaní es posiblemente la más lograda.

Artista talentoso, sin dudas, Giorgio Vasari. Sin embargo, sus esfuerzos en el campo de la arquitectura y sobre todo de la pintura palidecen si se los compara con la que es, en muchos sentidos, la primera historia/enciclopedia del arte occidental “moderna”: Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos, desde Cimabue a nuestros tiempos. De hecho, quizá hubiera sido mejor adelantar a 2010 esos aires de celebraciones y rememorar los 460 años de la primera aparición del libro: su concepción y estructura, de alguna manera, marcaron a fuego nuestra idea de hablar y concebir la historiografía artística, además de bautizar el período más fértil de la cultura italiana antigua (y por natural extensión europea), el Renacimiento, del cual vivió su parte conclusiva, artificiosa y airosa, que también nombra primero: la “maniera”, mucho más tarde despreciativamente mutada en manierismo por las almas neoclasicistas.

La excelencia del presente

Vasari fue un refinadísimo literato, en diálogo “virtual” con Baldassar Castiglione (inclusive hay críticos que comparan la sprezzatura teorizada por ese último, o sea la “desenvoltura” artera que moldearía al cortesano ideal, con la maniera antinaturalista del perfecto pintor vasariano) y en diálogo real con figuras de primer plano de las letras florentinas, como el gran traductor Annibal Caro y el “lingüista del volgare” Benedetto Varchi: tanto que, como pasó luego con otros manuales prácticos históricos (la Historia de la literatura italiana de De Sanctis y La ciencia en la cocina y el arte de comer bien de Artusi son los casos más clamorosos), su obra Las Vidas… se convirtió en objeto literario y no sólo fuente crítico-histórica de una época.

Sin embargo, hay que distinguir entre la primera edición del texto, llamada Torrentiniana (Torrenti, 1550) y la segunda ampliada y adornada con retratos a menudo “falsos” de los artistas presentes, llamada Giuntina (Giunti, 1568): mientras la Torrentiniana abunda en exquisiteces literarias y flecos críticos (donde Vasari audazmente se saca las vestimentas del historiador y opina y borda con firmeza), la segunda, si por un lado aumenta mucho en volumen, por el otro se regulariza y trivializa, perdiendo una parte importante del color narrativo de la princeps.

Sintomáticamente, hasta hace poco, la Giuntina tuvo más suerte: mucho más reeditada y traducida, es ella que se asemeja a nuestra idea (quizás un poco cuadrada) de libro didáctico de historia del arte: ágil, al grano y que llega a cuestiones “vivas”. Mientras en la Torrentiniana Vasari sólo habla de un pintor “viviente”, Miguel Ángel, suerte de imbatible súper artista que destila todos los conocimientos y sentimientos de siglos de pintura y escultura, la Giuntina celebra a varios “contemporáneos” como si fueran parte del grupo de los ilustres antepasados: la excelencia y perfección ya no pertenece exclusivamente al pasado.

Una referencia

Las vidas…, por supuesto, no salieron de la nada: había precedentes insignes del siglo XV, por ejemplo el segundo libro de los Comentarios del escultor Lorenzo Ghiberti (que comprende la primera autobiografía de un artista en Occidente) y la Vida de Filippo Brunelleschi de Antonio Manetti. Empero, la vastedad, penetración crítica y coherencia de Vasari resultan un pequeño milagro, cuyo disparador material fue la conversación, en la corte del cardenal Farnese en 1546, con Paolo Giovio, que estaba preparando su serie de biografías ilustres, Elogia virorum, queriendo integrar una sección dedicada a los artistas. Entendidas, gracias a las charlas con Vasari, sus limitaciones del conocimiento técnico de las artes, Giovio empujó al amigo para que empezara dicha empresa.

La sistematización del libro todavía impresiona: una larga introducción clasifica las tres artes principales, llamadas “del diseño” (la dominación de la arquitectura es evidente, siempre es tratada primero, y es también enfrentada la cuestión de la rivalidad entre escultura y pintura), empleando citas cultas, pero sobre todo anclando el discurso sobre los aspectos materiales y útiles, que dejan un increíble repertorio del modus agendi de los renacentistas.

Luego, Vasari pasa a una especie de galería de personalidades escrutadas bajo diferentes lupas. Cada “vida” es una suma de anécdotas, pericias técnicas, inserción en un continuum histórico y, pese a la presencia constante de errores, exageraciones y adulaciones, su metodología, explicitada en la “Conclusión de la obra para los hacedores y los lectores”, debería valer para cualquier trabajo contemporáneo: desempolvar figuras olvidadas, divulgar su importancia a través de varios datos de primera mano, verificando las noticias dudosas (aunque faltó el trabajo de “archivo” al que estamos acostumbrados).

El resultado es que Las vidas… siguen siendo la fuente más jugosa sobre el arte del Renacimiento (es obvio que cuanto más Vasari se aleja temporalmente de su época, más resbalones e inventos se encuentran), y una de las más acreditadas, pese a la indiscutible falta de objetividad geográfica -todo lo que no es toscano, casi no existe- decenas de fechas erradas y descripciones fantasiosas de varias obras.

Intelectual orgánico

Trabajando para los Medici, Vasari se hizo representante, como recordaba el estudioso Giovanni Previtali, de la clase que miraba a la restauración de una Italia todavía traumatizada por el Saco de Roma de 1527, en el medio de las “peligrosas” corrientes reformistas protestantes y antes de un posible crack económico. Infundido por principios de equilibrio y respeto, Vasari es, no solamente el ingenioso arquitecto, el pintor correcto, el pregonero de la solidaridad entre hombres que viven del arte y las artesanías, sino un intelectual orgánico (despreciada categoría que sería bueno, por lo menos, reevaluar) de su grupo social, los artistas. Sus esfuerzos “teórico-historiográficos” tratan, en definitiva, de insertar acomodadamente al artista en una sociedad al borde del oscurantismo contrarreformista y la figura del creador en la narrativa de un mundo ya híper conflictivamente “proto-burgués”.

No olvidemos su logro más reciente: su cara saludó durante un día a todos los usuarios italianos de Google, gracias al Doodle que la empresa de Page y Brin le ha dedicado el día de su cumpleaños. Hasta ahora, pocos artistas tuvieron este “privilegio” que es, en definitiva, como una versión postrera, mezquina y sin contenido y fábula, del ideal de Las vidas de los artistas.