Un fin de año en la quinta de sus padres, Gustavo Cerati enchufó su guitarra nueva al equipo de audio del living para tocar encima de un disco de Deep Purple. Aún consciente después de esa larga noche, Richard Coleman se lo quedó mirando al escucharlo hacer, medio borracho, un solo de Ritchie Blackmore nota por nota, y no pudo evitar repetir una broma con olor a espíritu adolescente: “Uau, te sabés el solo de ‘Estrella del camino’… ¿No querés tocar conmigo?” Porque, según cuenta, eso era lo que inevitablemente se decía en el secundario cuando alguien lograba semejante proeza. Por eso es que cuando Coleman comenta sobre la guitarra que por suerte alcanzó a grabar Cerati en su demorado debut como solista, asegura que es un reflejo de la larga amistad que los une. “Quiero que toques como Blackmore”, cuenta que le dijo a su amigo Gus -así es como lo llama Richard- cuando Cerati terminó preguntándole a último momento si no lo iba a invitar a tocar en su disco. “Era algo muy de nosotros”, se ríe Coleman. De hecho, el “Cerati Blackmore” ya había quedado registrado en “Tan celosa”, el último tema de Regio, álbum en vivo de Los 7 Delfines. Por eso es que el furioso solo de “Normal” -segundo tema del contundente Siberia Country Club- podrá sorprender a más de algún oyente ocasional, pero para Coleman, tratándose de su amigo Gus, es, justamente, algo normal. “Porque eso es algo que sabe hacer conmigo. Tenemos ese código”. Monje negro de la sangre azul del rock argentino de los 80, más moderno que nadie al frente de esa extraña nave que fue Fricción, y más feroz y oscuro que nunca junto Gamexane (Todos Tus Muertos) formó Los 7 Delfines al arrancar los 90. Después de celebrar dos intermitentes décadas al frente del que terminó siendo su grupo, recién ahora puede mostrar orgulloso su primer disco como solista. Salvo a su amigo, que no llegó a verlo terminado. “Es una cagada, porque en realidad estoy esperando su opinión”, confiesa. “No es que siempre le haya preguntado qué le parecían mis discos. Pero esta vez me gustaría saber… así que voy a tener que esperar”, suspira quien supo ser letrista y guitarrista del último Cerati solista; es cierto, pero también es un artista con nombre propio dentro del rock argentino desde la segunda mitad de los 80, que ya había anunciado su regreso en forma con el sólido Carnaval de fantasmas, su último álbum con Los 7 Delfines. Pero que con Siberia Country Club adquiere una madurez estilística notable, durante 11 temas donde el sonido Coleman de siempre suena clásico y nuevo a la vez. Una cualidad que permite retroceder en el tiempo y recordar la primera vez que ese sonido fue, esta vez al revés, nuevo y clásico al mismo tiempo. Fue en el magistral Para terminar, el segundo disco de Fricción, donde estaba aquella inmortal versión en castellano de “Héroes”. Coleman se ríe y precisa que “Héroes" formaba parte del set de esos míticos shows del Stud Free Pub durante el verano del 85, que deslumbraron al periodismo especializado de la época y donde, de la noche a la mañana, Fricción pasó a ser la banda del momento y Coleman sacó chapa de moderno. Un aura que no pudo mantener para el tardío álbum debut, Consumación o consumo, y que recién logró retratar para el segundo disco, irremediablemente tarde. “Grabamos una versión de Héroes para el debut, pero como no me gustaba nunca le puse la voz. Porque sabía que si lo hacía, iba al disco igual”, recuerda Coleman, que cuando se le pregunta por sus comienzos en el arte de componer, se retrotrae hasta fines de la escuela primaria, y confiesa un extraño fanatismo por los Carpenters. La leyenda, también, lo inmortaliza publicando un aviso en la mítica revista rocker Expreso Imaginario, buscando un tecladista al que le guste “Ultravox, Bowie y Eno”, al que respondió Daniel Melero. Y es legendario también su paso fugaz por Soda Stereo, cuando el trío buscaba denodadamente un cuarto integrante. “En los ensayos eran ellos tres conmigo, o yo con ellos tres. Así que les dije que debían dejar de buscar un músico más, y parece que el consejo les sirvió, porque enseguida entraron a grabar su debut como trío”. Tal vez en honor a eso fue que un exitoso Cerati se sumó gustoso a ese primer Fricción, una banda que no tenía entidad más allá de esos shows fundacionales. “Me acuerdo que al segundo show vino alguien de una multinacional, y me propuso firmar un contrato. Y desde la altanería de mis 22 años yo le respondí que no había banda a la que firmar. Porque uno era un Soda Stéreo, los demás eran integrantes de Clap, y yo iba a la facultad”. Hoy asegura que no sabe qué fue lo que le llamó tanto la atención a todos como para armar tanto escándalo. Que tal vez era que, por entonces, no solía copiar las mismas cosas que copiaban todos. Lo dice con ironía, pícaro. Pero se pone más serio cuando señala que su preocupación desde el principio siempre fueron las letras. “No por el contenido, sino por el fraseo, por la métrica”, precisa. “Me sacaba de las casillas escuchar la acentuación forzada, poniendo palabras a los ponchazos. Será porque me crié escuchando rock en inglés, que tiene la sonoridad perfecta. Así que el rock en castellano me parecía algo extraño. Salvo Spinetta, claro, que canta en su propio idioma”, bromea Richard, que empezó a buscar obsesivamente esa sonoridad dentro del castellano. “Son treinta años de trabajo”, asegura, y confiesa haber descubierto la clave escuchando a The Cars. “Ric Ocasek dice las cosas de tal manera que parecen cantadas. Y yo nunca me consideré un gran cantante, pero al escucharlo me fui soltando”. Siempre se dice que quien metió al rock argentino de lleno en la década del 80 fue Luca Prodan al frente de Sumo, pero la generación de Coleman hizo lo suyo. “Lo único que me molestaba de Sumo era que cantaba todo en inglés. ‘Así es fácil, Pelado’, decía yo, un Coleman, pero que estaba obsesionado con hacer que ese sonido suene en castellano”, se ríe el joven estrella que un día se descubrió grabando la guitarra de “El monstruo de la laguna”, para el álbum debut de Fabiana Cantilo, con Charly García -productor- y Luis Alberto Spinetta -autor- mirándolo del otro lado del vidrio. “¿Cómo fue que llegué hasta acá?”, recuerda haber pensado al levantar la mirada, y hoy se ríe al confesar que sabía que esa generación era su enemiga. “Yo le decía a Charly: yo toco con vos, pero no me saludes debajo del escenario… ¡Y se volvía loco!” Desde entonces y hasta ahora, mucha agua pasó bajo el puente. Cuando logró armar Fricción, aquella magia inicial tardó tanto en volver a cuajar que el tiempo le pasó de largo. Después vinieron Los 7 Delfines, cuyo debut fue producido nada menos que por su amigo Cerati, una banda que se prolongó en el tiempo hasta cumplir, en 2010, 20 años de historia. “Aquel disco lo tiene todo, y el último también. Son discos que no me salieron, sino que los hice. Los del medio, sin embargo, tienen mucho de lo que pudiera haber sido”, confiesa Coleman, que anuncia con orgullo que lleva casi una década sobrio. “Pero ojo, que dejar de beber no te soluciona todo, eh. Quien te diga eso está mintiendo o aún se está convenciendo. Porque nada se te hace más fácil. Vengo recorriendo desde que me acuerdo el camino de los excesos, y dejar de beber fue como un exceso más”, asegura Richard, sentado en el cuarto de adelante de su hogar de Villa Urquiza, su estudio personal. “Yo nunca programé nada, siempre tuve un pensamiento punk, para mí siempre fue no future”, afirma Coleman, cuya carrera siempre fue de culto, alejada de las luces. Recién al cumplir 40, dice, le cayó la ficha. Y la primera vez que empezó a pensar de esa manera fue en Los Angeles. "Allá te preguntan: ¿Cómo te ves de acá a cinco años?” Se lo preguntaron antes de conseguir su primer trabajo, y también al entrar a la universidad a estudiar sonido. Cuando se dio cuenta de que en cinco años no se veía viviendo allá, fue que se volvió. Ayudó, claro, reencontrarse con su amigo Gus, que le hizo un lugar tocando la guitarra y cantando “No vuelvas” en cinco Gran Rex seguidos. Y haciendo un Niceto a pleno con Los 7 Delfines. “Ahí volví a sentirme un artista”, reconoce Coleman, que en Los Angeles se sentía demasiado viejo para pensar en una carrera, por eso lo de estudiar sonido. “Me acuerdo que Gustavo me decía todo el tiempo que era buenísimo verme así. Porque había acostumbrado a mis amigos a otra intensidad, y yo entonces había bajado como quince kilos. Se puede hablar con vos, me decía Gustavo, con una sonrisa de oreja a oreja”, sonríe también Coleman al recordar. El mismo Coleman que, una vez en Buenos Aires, sonreía al volver cansado a casa después de trabajar todo el día en cosas vinculadas a la música. El que investigó obsesivamente para escribir las letras de Fuerza Natural, el último disco de Cerati. (El resultado está en una carpeta titulada Psychodelic Poetry 2008). El que compuso todos los días, de 9.00 a 16.00, las canciones de Siberia Country Club; primero un tema por semana, después una letra por día, acompañado por el ex Fricción Daniel Castro en bajo, producido por Tweety González. “Porque hay que forzar la máquina para estar tonificado, así en el momento que viene la inspiración estás preparado”, asegura un Richard Coleman lleno de futuro, el que cita a Timothy Leary en “Hamacándote”, confiesa que en “Es tres” las voces AM sonorizan su descanso y en “Cosas” -tal vez el mejor tema del disco- se ríe asegurando, qué duda cabe, que tiene que hacer “cosas”. A>Martín Pérez.
Al costado de la Historia
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