La celebración de cada nueva Bienal, que se repite desde hace 25 años (o 28, si se toman en cuenta los dos Encuentros de Teatros del Interior, en 1983 y 1984), pone de manifiesto la escisión (¿la mayor herida?) del teatro uruguayo: del lado de acá está Montevideo, con su exceso de grupos desarticulados mirándose, incansablemente el ombligo; del lado de allá está todo el resto en forma de comunidad unida y organizada que produce, selecciona y exhibe cada dos años lo hecho, fijando sus propias reglas.

Dos datos rápidos (necesarios, especialmente en la capital, siempre olvidadiza o indiferente) establecen la génesis de todo en diciembre de 1982, en Paysandú, cuando integrantes de algunos grupos (Teatro Ciudad de Paysandú, Grupo Teatral de Cine Club Paysandú, Institución Teatral “Aras” y Teatro Independiente, de Guichón) y tres críticos (Álvaro Loureiro, Alfredo Goldstein y María Rosa Carbajal) se reunieron para ver dos obras, Doña Rosita, la soltera y Cuentos para mirar 2, y discutieron, concretamente, problemas y soluciones de la marginalidad. Cuatro años más tarde se organizó la ATI, que festeja ahora su cuarto de siglo, vinculada (o vinculando) a Montevideo, a través de invitados históricos a sus celebraciones como Atahualpa del Cioppo, Alberto Candeau, Carlos Torres y Luis Cerminara.

De la memoria, por lo menos de parte de lo que sucedió teatralmente fuera de nuestra capital (desde el siglo XVII hasta el XXI), se ocupa hace tiempo Omar Ostuni y la publicación de El otro teatro uruguayo: una historia para conocernos, presentado por él durante la Bienal, es secuela de su libro ya clásico Por los teatros del Interior (1993). Centrándose en la actividad teatral en Paysandú, el nuevo volumen es reconstrucción ordenada, a través de crónicas, fotografías, entrevistas y testimonios, de las salas, las formas de hacer teatro, los públicos, la formación de los grupos y, finalmente, pormenorizado relato de la gestación y afianzamiento de la ATI y sus bienales.

2011: lo que se vio

Esta edición 2011 tuvo lugar en tres sedes (el coqueto Teatro Florencio Sánchez, espacio tradicional del evento, está cerrado por remodelaciones) y reunió elencos de Colonia, Canelones, Paysandú, Fray Bentos, San José, Artigas y Soriano, respondiendo a la necesidad de mostrar la multiplicidad de estéticas, textos y estilos actorales en cuestión. La participación se determina en tres Encuentros Regionales previos (Colonia, Mercedes y Melo) donde un jurado propuesto por ATI (esta vez integrado por Gloria Demassi, Daniel Ovidio y Juan Antonio Saraví) selecciona los espectáculos.

El viernes se inauguró la Bienal con un espectáculo sobre la soledad y el exilio en sus múltiples formas, Me pelo por vivir, escrito y actuado por Bruno Gea y dirigido por Sergio Lazzo (La Farola, Colonia), para pasar a una versión colorida del clásico de García Lorca, Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín, dirigida por Nelson B Castillo (Pilares, Canelones-Santa Lucía), seguir con una puesta sugestiva (sin duda más seductora que la montevideana) de Ararat, de Santiago Sanguinetti, con dirección de Darío Lapaz (Imaginateatro, Paysandú) y terminar con Blancas, collage de textos y canciones en torno a la condición femenina, dirigida por Eduardo Grosso (Del Patrimonio, Colonia del Sacramento). El sábado se exhibieron la hermética La extraña fascinación de una mujer frágil, dramaturgia de Nelson Castillo y Carlos Sorriba (también director del espectáculo) basada en El desalojo y La pobre gente de Florencio Sánchez (Eslabón, Canelones), y la indecisa -entre aniñada y trágica- Luisa se estrella contra su casa, de Ariel Farace, dirigida por Roberto Buschiazzo (Sin Fogón, Fray Bentos). Gente en obra, espectáculo de improvisación (Grupo de Teatro Querubín, San José-Libertad) fue la primera propuesta del domingo y le siguieron las bizarras (actoral e ideológicamente: variaciones, ambas, sobre el tema de la superstición y/o religión) La verdadera historia de la piedra pintada, con texto y dirección de José Miguel Silveira (Inauná, Artigas) y La cruzada de los niños, de Marcel Schwob, versionada y dirigida por Roberto Buschiazzo (Círculo de Teatro, Soriano-Dolores).

Feedback pormenorizado

Una de las últimas innovaciones fue la institución de menciones, por rubro, a los espectáculos participantes. “Se comenzaron a entregar el año pasado", dijo a la diaria Enrique Sena de León, miembro de la directiva de ATI, y agregó: "pedimos al Jurado que, de todo lo que viera en los Encuentros Regionales, seleccionara un ganador en cada rubro. Hace mucho, mucho tiempo, en los Florencio se entregaba una Mención para el interior pero después se redujo al Florencio a "Mejor espectáculo del interior" y sólo cada dos años. Creímos que no debíamos dejar pasar por alto ese trabajo, que muchas veces se hace en forma anónima y que sólo tiene difusión en la prensa local, y dio resultado, ya que las Menciones permiten que cada uno en su rubro se esmere más. Siempre se hace en una especie de 'chou' para que sea divertido y ameno; el año pasado mi compañera de entrega fue la Golovchenko, con un guión que hicimos entre los dos tomándole el pelo a varios personajes de los elencos de la ATI (que como te habrás dado cuenta los hay y muchos).”

Este año el mismo Sena, de llamativo vestido mini con lentejuelas y peluca rosada, y Lorena Rochón (actriz que fue uno de los puntos más altos del festival por su actuación en Blancas) de viril traje negro, presentaron las menciones a los mejores. Aquí va la lista: vestuario para Dumas Díaz por Amor de Don Perlimplín... ; ambientación sonora para Eduardo Grosso por Blancas; iluminación para Fernando Scorsela por La extraña fascinación...; escenografía para el grupo Sin Fogón por Luisa se estrella contra su casa; maquillaje para Andrea Tesoro por Amor de Don Perlimplín; texto José Miguel Silveira por La verdadera historia de la piedra pintada; mejor actor Bruno Gea por Me pelo por vivir; mejor actriz, compartido entre Estela Golovchenko por Luisa se estrella y Lorena Rochón; mejor elenco Imagina Teatro; mejor director Darío Lapa por Ararat y, finalmente, mejor espectáculo, Ararat.

Al final de la fiesta, la bomba anónima

Termómetro de la buena salud de cualquier evento es su capacidad de despertar polémicas, cuanto más enardecidas mejor. En El Telégrafo, histórico diario sanducero que, además, “invitó” a la celebración junto con CO.FON.TE, INAE, MEC y la Intendencia de Paysandú, se leyó bajo el título de “Mera Opinión” (en el suplemento dominical) lo siguiente: “La razón fundamental que llevó a los grupos del interior a unirse fue la falta absoluta de apoyo a cualquier nivel. Al mismo tiempo se pensó que era una buena manera de potenciar el crecimiento artístico a partir de la reunión de las mejores puestas del interior en un solo festival. Pero con el paso de los años, las buenas intenciones se desdibujaron, para llegar a una realidad de escaso nivel artístico general, con pocas producciones teatrales en cada localidad y con cierta tendencia a producir un espectáculo cada dos años tan sólo para poder competir por un lugar en la bienal. Para colmo, eso a su vez generó una pequeña industria de algunos directores montevideanos, que armaron un par de puestas en escena con las que recorren el país, de grupo en grupo, ganando dinero pero dejando nada a cambio. Ni hablar de enseñar actuación, por ejemplo. Como la película de María Luisa Bemberg, de eso no se habla. Tampoco en eso piensan los propios grupos que se reúnen con la intención de lo inmediato, de comenzar hoy y debutar en pocos meses, salteándose todo el proceso de aprendizaje teatral, ni más ni menos que años de trabajo arduo y silencioso. […] ATI sigue encerrada Montevideo puertas afuera. Es un encierro, igual que el de los capitalinos en tantos otros aspectos. Quizás hace un cuarto de siglo fue un necesario grito de lucha, pero ya no”.

Denunciante (vago) de estéticas caducas, marginalización demodé y mercados subrepticios, el lapidario cronista de El Telégrafo, quizá por su vehemencia, olvidó firmar esa “opinión”. Y aunque opinión sin firma no es opinión sino otra cosa, sería deseable que una vez publicados el nombre y apellido omitidos (quizá corrigió el error el lunes a primera hora, pero no lo sabemos) algunas de sus observaciones entrarán en el debate general, si es que tienen algún fundamento. O, por lo menos, la cuestión medular del “grito de lucha”: queda sólo fundirse en una asociación teatral uruguaya que no distinga regiones (como postula, en otro segmento, el ignoto) o continuar la pelea vociferando (como hace Ostuni, armónicamente, desde las publicaciones y, valientemente, la ATI con su Bienal).