Idea, entre otros, del director de cine Bryan Singer (Los sospechosos de siempre, X-Men), House M.D. es una rareza dentro de la tradición de series sobre médicos y hospitales a la que la televisión estadounidense es tan afecta. Ni una telenovela de las que se han ambientado decenas en hospitales, ni una serie con pretensiones realistas como ER u Hospital Chicago; House M.D. es un extraño producto que tiene características de ambas vertientes, pero que a la vez es una suerte de policial de investigación. Una fórmula evidentemente efectiva.

La primera temporada de House M.D. presentó el esquema esencial de la serie y a sus personajes. Resumiendo lo sabido: Gregory House (Hugh Laurie), un doctor brillante pero misántropo y generalmente descortés (aunque siempre gracioso), encabeza un equipo de diagnóstico -algo que, en realidad, no existe en los hospitales estadounidenses- en un ficticio hospital de New Jersey. Lo acompañan los doctores Eric Foreman (Omar Epps), Allison Cameron (Jennifer Morrison) y Robert Chase (Jesse Spencer), quienes soportan el humor burlón de su jefe, mientras éste lidia también con la administradora del hospital Lisa Cuddy (Lisa Edelstein) y tortura cariñosamente a su mejor amigo, el oncólogo James Wilson (Robert Sean Leonard). Cada capítulo gira alrededor de un caso más bien misterioso que es sometido a varias hipótesis por el equipo de doctores -en un procedimiento que tiene mucho más de detectivesco que de médico- hasta que al final (generalmente a partir de una epifanía de House) se resuelve y se salva al paciente, lo cual no es una regla, ya que en todas las temporadas mueren al menos un par de los enfermos tratados.

Luego de siete temporadas, revisar hoy día la primera puede ser un poco doloroso; Laurie aún no parece del todo cómodo con su personaje, los diálogos tienen mucha menos chispa de lo habitual y los guionistas no parecen seguros de hasta dónde tirar la cuerda en relación con la misantropía y el sarcasmo de House.

Aun así, a pesar de estas torpezas la serie se fue afianzando a lo largo de los 22 capítulos de su primera temporada, gracias tanto a lo complejo de los casos como a la riqueza de sus personajes, especialmente al interpretado por Laurie, su atractivo central indiscutido. La composición de éste -un actor inglés veterano que anuló su acento para conseguir el papel- es perfecta, pero también la construcción que los guionistas le dieron al personaje, negándose con firmeza a darle cualidades demasiado “humanas” y volviéndolo una voz de un racionalismo negativo completamente infrecuente en la televisión. Un personaje que, lejos de ser unidimensional, emplea sus distintas características negativas en forma diferencial hacia quienes tratan con él -sin dejar nunca de ser hiriente- y es un adicto no culposo a un tranquilizante opiáceo (Vicodin). Realmente alguien distinto.

Además de los casos puntuales, cada temporada se estructuró sobre una trama en continuidad que atravesaba todos los capítulos -en la primera, el conflicto de House con un poderoso benefactor (Vogler) del hospital que lo quería despedir (conflicto en el que era traicionado por el doctor Chase), así como una suerte de romance con la doctora Cameron- para terminar siempre en un cliffhanger -uno de esos finales abiertos que establecen un gancho para la próxima temporada-, en este caso, la contratación como abogada del hospital de la ex novia de House, Stacy Warner (Sela Ward). La segunda temporada no presentó grandes cambios al esquema, pero ya el lenguaje interno estaba completamente aceitado y, en algunos aspectos, fue el mejor año de la serie. El último capítulo también concluyó con un cliffhanger, al ser House baleado por un paciente.

Para la tercera temporada House ya era un éxito mundial y sus frases clásicas -“todo el mundo miente”, “no es lupus”, “la gente no cambia”- comenzaban a ilustrar remeras y a formar parte del imaginario popular. El centro de esta temporada fue la adicción de House al Vicodin y su persecución a cargo de un policía (David Morse), decidido a quitarle el título luego de que House lo humillara en un examen médico. Algunos esquemas comenzaron a repetirse, pero ciertos capítulos fuertísimos también hacen que sea una de las temporadas más atractivas. El final de la temporada planteó una renovación total al renunciar -o ser despedida- la totalidad del equipo de diagnóstico.

Los tiempos están cambiando

La partida de los colaboradores de House al final de la tercera temporada permitió a los guionistas hacer borrón y cuenta nueva e introducir a toda una serie de nuevos personajes, mediante el recurso -bastante tirado de los pelos- de un largo casting que House realiza para encontrar los sustitutos, presentando un enorme número de aspirantes que van siendo descartados capítulo a capítulo. La huelga de guionistas hizo que ésta fuera la temporada más breve de la serie (16 capítulos en lugar de los acostumbrados 22 o 24), cuando comenzaron a notarse algunas características negativas que se profundizarían en las siguientes temporadas: por un lado, el personaje de House comenzó a volverse excesivamente intrusivo -más de lo creíble- en la vida de sus allegados, desplazándose el centro de atención de los casos hacia las vidas personales de los personajes. Por otra parte, los casos mismos comenzaron a volverse cada vez más inverosímiles, más allá de lo entretenido de su resolución.

Pero algunos de los cambios funcionaron, los tres nuevos doctores introducidos al equipo -Chris Taub (Peter Jacobson), Thirteen (Olivia Wilde) y Lawrence Kutner (Kal Penn)- eran personajes fuertes y atractivos, y el personaje del doctor Wilson -que funciona como el Watson del Holmes representado por House- alcanzó un papel más preponderante como contrapartida humanista (aunque no menos humorística) de su ácido amigo.

Los trucos empleados en esta temporada funcionaron, ya que convirtieron a House M.D. en la serie de televisión más vista en el mundo entero, y concluyó con un capítulo doble que, a pesar de su improbabilidad -la novia de Wilson muere en un accidente en el que House tiene una cierta responsabilidad-, es de lo más conmovedor que se haya visto en la televisión de los últimos años.

La quinta temporada presentó a los nuevos doctores -con Foreman de regreso- en acción, con sus características particulares (bisexualidad, Thirteen; infidelidad, Taub; comedia pura, Kutner). En esta ocasión giró alrededor del agravamiento de la adicción de House. Un hecho inesperado -el abandono de la serie por parte de Kal Penn por su dedicación plena a la administración Obama- provocó el regreso del doctor Chase al equipo, luego de un excelente capítulo en el que el personaje de Penn se suicida sin mayores motivos explícitos. Las características intrusivas del personaje de House comenzaron a hacerse realmente molestas en esta temporada, así como la emergencia de algunos romances innecesarios (Thirteen y Foreman); pero la relación de House y Wilson produjo capítulos realmente graciosos. La temporada terminó con House, luego de sufrir algunas alucinaciones poco creíbles, renunciando al hospital e internándose en una clínica de desintoxicación.

Con muchos de sus mejores cartuchos ya gastados, la sexta temporada -que actualmente está emitiendo Canal 4- comenzó con House en la clínica, para luego plantear su progresivo regreso a la medicina, lo que hizo que muchos de sus capítulos se centraran en los personajes secundarios (no exactamente una buena idea). Para peor -quienes estén siguiendo la serie por el 4 dejen de leer acá)-, culminaba estableciendo un romance entre House y la doctora Cuddy, arruinando algunas de las mejores características del personaje y la relación verbalmente obscena entre ambos.

Las cosas venían mal, pero empeoraron en la séptima temporada, en la que Olivia Wilde desapareció temporalmente siendo sustituida por la no muy interesante estudiante de medicina Martha Masters (Amber Tamblyn), que partiría a fines de la temporada ante el retorno de Wilde. Toda esta temporada está terriblemente lastrada por el poco convincente romance entre House y Cuddy, una muy mala idea que, sin embargo, fue corregida con creatividad en el capítulo final, luego de que House -otra vez enganchado en su adicción y separado de Cuddy- estrellara un auto contra la casa de su ex novia, haciendo que ésta realizara una denuncia policial. Sabiéndose que Lisa Edelstein -quien interpretó a Cuddy durante los siete años anteriores- declaró que no volvería a la serie, el final, en esta ocasión -con un House pensativo en la playa-, no dejó cabos sueltos, dando la impresión de que podía ser un adecuado fin de la serie.

Lo que vendrá

Sin embargo, y a pesar de su decadencia, la serie mantiene una gran popularidad -y sigue siendo de lo más agradable y amoral que se está emitiendo actualmente-, por lo que tras algunas incertidumbres se confirmó que una octava temporada comenzará a emitirse en Estados Unidos el 3 de octubre. Algunas pautas argumentales ya se conocen, particularmente la de que House comenzará esta temporada entre rejas (presumiblemente a causa de su ataque a la casa de Cuddy), en donde conocerá a un nuevo personaje, la doctora Jessica Adams (Odette Yustman), quien aparentemente sustituirá a Olivia Wilde, quien aparecería sólo un puñado de capítulos en esta temporada. Por su parte, la humorista Charlyene Yi también se incorporaría al equipo, lo que refuerza la hipótesis de que alguno de los colaboradores de House sería promovido al puesto de Cuddy. Por lo menos, la incógnita (la de si la serie seguirá siendo atractiva) está planteada.