-Estudiando un poco me encuentro con que Hugo es siempre quien habla. ¿No te gustan las entrevistas o tendrá que ver con el lugar del baterista?

-No, siempre estamos atrás nosotros y el tipo es más estrella que yo, aparte de que es más estrella que yo definitivamente…

-¿Lo sentís así?

-Hugo es único en el mundo, irreemplazable, considerado uno de los mejores pianistas del mundo, y yo juego un poco en el banco de suplentes; ésa es, simplemente, la razón.

-Sos cinco años menor, ¿Cómo es tu relación con él? Han pasado gran parte de sus vidas juntos.

-Me llevo bien. Fijate que empecé a laburar con él cuando tenía ocho años... También es muy fácil entrar en discrepancias, es como un matrimonio. Pero últimamente, de viejos, estamos más tranquilos. Él está más loco, ¡está reloco el viejo! Está impresionantemente loco y lindo. Pero ya aquella cosa de jóvenes impetuosos no la tenemos, y al estar más tranquilos la relación está mejor y la música también.

-¿Cuál fue la mayor virtud de tu viejo, Antonio, para crear una familia tan musical?

-Compartir la música. Cualquier cosa de música que le gustara o que traía, compartía. Porque en ese momento no había tanto disco y no había acceso a la música como ahora, era la radio o algún disco importado que conseguía. Lo primero que hacía era mostrárnoslo, incluso con su escaso conocimiento musical académico te mostraba partes y te decía: "mirá cómo tocan acá” o "cómo cantan acá”; eso a vos, siendo un botija, te guiaba para entender lo que estabas escuchando. Nos marcaba lo que hacían los distintos instrumentos en las grandes bandas de jazz.

-Al principio tocaban en el Trío Fattoruso con tu padre Antonio, después vinieron el Hot Club, los Hot Blowers y los Shakers. ¿Cobraban o era por amor al arte?

-Sí, primero el trío. Hacíamos fiestas de niños, beneficios, espectáculos en escuelas y tablados en carnaval, incluso en carnaval se hacía plata, para el momento era buena guita.

-Después Los Shakers, el éxito, Argentina y la beatlemanía. ¿Cómo llegan a La conferencia secreta del Toto’s bar? ¿Cómo se mete el candombe en ese contexto?

-Antes de Shakers nosotros ya laburábamos con la bossa nova, en jingles o acompañando a gente que venía de afuera. Era muy amplio lo que tocábamos, después nos centramos en la cuestión beat, pero nunca cerramos nuestro amplio espectro con la música. De todas formas, lo que disparó eso fue que, estando en Buenos Aires, veníamos mucho para acá y fuimos a ver las Musicasiones y El Kinto, que se transformaron en una invitación a que incluyéramos repertorio más uruguayo con Shakers. Las intenciones ya estaban y, obviamente, se completaron con las influencias de Mateo y Rada. Componer un candombe estaba a un paso, siempre quisimos compartir lo de acá. Somos fanáticos del Uruguay; las cosas de acá nos interesan mucho para exponerlas allí, o después en Estados Unidos, siempre.

-¿La conferencia secreta del Toto’s bar fue bien recibido en su momento o se hizo un disco mítico después?

-Sí… pegó un poco más después, incluso hoy es “¡Oh, ah, el Toto’s bar!”. Los agarramos un poco de sorpresa porque había mucha gente con cabeza beatlera de la primera época, teníamos más hinchada por el lado de “Rompan todo” y ese tipo de música que por el “Toto’s bar”, que era más raro, aunque después lo aceptaron y se convirtió en un mojón importante en nuestras carreras.

-A diferencia de Shakers, Opa es un grupo que adquiere después la fama y la categoría de banda mítica.

-Claro, Opa no tuvo la prensa de Shakers, aparte de que son mundos bien distintos. Lo de Opa era el boca a boca, sobre todo entre músicos, no el público general con eventos multitudinarios. Por eso la propagación de nuestra música fue muy lenta, pero en definitiva generada por músicos importantes con poder de opinión en el pequeño mundo del latin jazz y la música de fusión. Opa no es popular en Estados Unidos ni en pedo, es cosa de elite.

-¿Nunca se te ocurrió pasarte al frente en términos de composición, considerando que ya habías tocado la guitarra en Los Shakers?

-Lo que pasa es que yo siempre laburé con Hugo, y componer a su lado es como pretender hacerle una moña a Maradona, un atrevimiento. Después Rada, lo mismo: es imposible. Son tipos con una facilidad para componer que yo casi ni me animo a proponer algo. Son muy buenos y yo no soy tan bueno como ellos.

-Pero te pusiste a estudiar el candombe y a adaptarlo a la batería.

-Sí, cuando volví de Estados Unidos me di cuenta de que no había material escrito sobre el candombe… lo estoy escribiendo hasta el día de hoy. Empecé a escribir, a aprender a manejar una computadora, un programa, después los cambios de computadora, de programa, los divorcios… y me ha vuelto loco el libro hasta el día de hoy. Me ha llevado 30 años, ahora estoy terminando, pero cada vez descubro cosas nuevas, hay tocadores nuevos con nuevas propuestas y es interminable… porque en el libro hay partes para tamboril y otras para batería. Todos me dicen: “¡Editalo ya!”, pero voy por la calle, escucho un nuevo toque, lo anoto y empieza rodar todo nuevamente.

-¿Qué debe tener un buen baterista? ¿Cuál es tu secreto?

-Actitud y humildad. Tengo mucha experiencia porque arranqué a los ocho años, pero 90% de lo que toco se lo debo a Hugo, que no es maestro de batería pero sí de música. Tocar con un tipo que todos los días progresa te exige a vos progresar también. Es cierto, hubo muchos años en que no estudié, hasta que me di cuenta de que tenía que hacerlo y descubrí que me gustaba hacerlo, que cuanto más estudiaba, mejor manejaba el instrumento y, obviamente, me pagaban mejor. Entonces empecé a invertir tiempo en eso y hoy no puedo estar a menos de cinco minutos de distancia de una batería, tengo que sentarme a grabar, ensayar, tocar o estudiar todos los días. No me interesa el fútbol ni las películas, nada que no sea música. Toco dos o tres horas por día con alumnos o lo que sea, y lo disfruto.

-¿Cuánto cambió la escena de la música uruguaya, teniendo en cuenta que ustedes arrancaron en los 60? Me interesa hablar, en particular, de calidad…

-¡Qué temita la calidad! El mayor cambio está en el acceso a técnicas mediante internet, con métodos y técnicas de fácil acceso. Cuando empecé había un par de libros nada más, no había palos, no había parches de plástico. ¡Era un garrón! Hoy es más fácil, todo eso está a la mano, pero hay que tener lo otro: actitud, humildad, talento, paciencia y dos mangos de guita, porque con eso hacés maravillas. Hoy la técnica está muy desarrollada, el problema está en el agujero que crearon la putas dictaduras que hubo por estos lados. Los que más sabían y te podían pasar información se fueron.

-Ustedes también…

-Nosotros no nos fuimos por la dictadura, pero se terminó tocando dos guitarras y una tumbadora inventada, un candombe inventado que no es candombe, es cantopopu, que es otra cosa, con cuatro acordes espantosos… Mateo perseguido, te chequeaban las letras, los poetas perseguidos, los clubes cerrados, los ensayos perseguidos, la reuniones prohibidas… ¿Qué da eso? ¡Que la música se fue al carajo! Hubo que esperar unos cuantos años, pero por suerte hoy día los valores están volviendo…Es increíble pero todavía falta que se abra un poco más la cabeza y que sea un poco más científico el asunto de la música, que no sea un tipo que levanta una guitarra con un pelo largo y que es medio bonito y ya haga guita… eso también hace mal.

-¿Volver con Los Shakers fue un error?

-Fue un intento errado, un error, sí, pero estaba escuchando los temas de Hugo y de Pelin y para mí son pedazos de música interesantísimos. Tal vez pensamos que si la música es sana y buena… no digo que íbamos a triunfar y meter 80.000 personas, pero sí que íbamos a tener otro tipo de aceptación, y no fue así.

-Lo digo porque algo a lo que ustedes se habían negado por más de 40 años terminó siendo impuesto por la compañía o por quien puso la plata.

-Sin la guita que se invirtió no hubiéramos hecho nada. Hubo una buena propuesta y nosotros nos dedicamos a la música. También hubo intentos de que nos pusiéramos los trajes y las botitas y los mandamos a cagar; la idea de algunas compañías era que cantáramos “Rompan todo” hasta que muriéramos, con el pelito largo y el flequillo. Y no.